No quería salir, era un hombre que vivía su castigo ahí encerrado.
Le gustaba estar en bata, la de color azul era su preferida, le hacía referencia al estilo de su padre quien se extrañaba en cada rincón de ese lugar.
Le gustaba sentarse en su cómodo sofá negro, aquel que estaba enfrente de un gran ventanal y este le daba una hermosa vista hacia sus jardines.
A lo lejos podían verse los edificios más altos de la ciudad, sus ex oficinas centrales eran unos de estos.
Todos los días se sentaba a mirar el imperio que su padre había construido y que seguía en pie sin él.
La nostalgia lo invadió solo los primeros días. Cuando se acostumbró, lo veía solo como un entretenimiento con el cual hacía menos tediosas sus horas.
Se había convertido en un ermitaño que solo deseaba estar encerrado en esa casa o prisión como él la veía.
Era una paradoja contra el castigo que se puso para expirar sus pecados.
Se sintió condenado por todo lo que había vivido y que había visto con más madurez, se lo buscó todo.
Solía beber una copa de vino, en su almacén había aún varias botellas con las que se deleitaba. No lo hacía mucho, pues ya no tenía cómo surtir, estaba viniendo el final del mundo con creces, al menos de su mundo.
Todos los días veía una foto de su hijo, una que la madre de Esperanza le hizo favor de regalarle.
Soñaba con verlo y convivir con él, ahora que no tenía familia, eso le pesaba más.
Quería encontrar el momento indicado para verlo, uno que ni el mismo conoció.
Su nuevo look era un sinónimo de la presentación pasiva que se describe en las personalidades de la acupuntura.
Se veía más madurez en sus facciones aunque era un rostro mucho más serio. El cabello había crecido, ya no le gustaba peinarlo, usar gel o cremas caras para tenerlo firme.
Ahora solo dejó su color castaño natural. Que se veía más maltratado pero natural.
Su rostro estaba envuelto por el bello fácial, una barba descuidada y un bigote que le hacía ver mucho más grande.
La ropa que usaba era cómoda, pantalones y sudadera sin estar combinados. En ocasiones incluso usaba el pijama haciendo referencia a las pocas ganas que tenía por verso bien.
Se había mostrado nervioso, tenía miedo que en cualquier momento llegarán sus enemigos hasta ahí para quitarle lo poco que aún tenía.
Todos le habían traicionado, lo más doloroso fue cuando su propio abogado lo hizo, aquel que había tenido la confianza de su familia. Lo había hecho de una forma tan desacreditada que no hubo motivo para dudar.
Toda su fortuna se había ido a manos de sus enemigos, eso era lo humillante.
Todos dirigidos por su máximo enemigo, aquella mujer que había sido la dueña de su corazón y que muy a su pesar lo seguía siendo.
Desde ahí, la balanza se equilibraba, lo que bajaba de amor subía del lado de odio. Sentia mucho de ambos que no se decidia por cual dejar fluir.
La única persona que le seguía llamando en ocasiones, era Elena. Cuando rechazó su invitación para irse con ella, se comprometió a seguir al pendiente.
Había días que no le respondía, pero ella seguía insistiendo hasta que lo hacía. Algunos minutos eran suficientes para hablar. Ulises simplemente le respondía lo mismo, "Estoy bien", "sigo en casa", "no hay novedades"
Aún con estás respuestas tan secas ella no se rendía, seguía llamadole y le contaba cosas divertidas que vivía en su pueblo, todo con tal de hacerlo sonreír.
Muy raras ocasiones lo consiguió, eso era una victoria para ella quien se quedaba satisfecha cuando lo lograba. Tanto que al siguiente día pensaba en cómo hacerlo de nuevo.
En cuanto a su madre, no pudo lograr el cambio de prisión. Las condiciones eran las peores para ella. Sufría un verdadero infierno y Esperanza lo disfrutaba. En ocasiones esta rencorosa mujer iba a visitarla para burlarse y pedir los reportes a las custodias.
La señora Benz tuvo el tiempo suficiente para reflexionar lo que había hecho y que su trono de poner le aconsejó. No tenía nada que reprochándole a Esperanza pues ella le hizo pasar por lo mismo.
Sufrió de violaciones, golpes, hambre, frío, injusticias, pero lo que más le dolió fue el abandono de su hijo. Quien la dejó de visitar después de la primera semana.
De todos sus intentos solo una vez lo dejaron pasar a verla y se deprimió del estado en el que la encontró.
Desde ahí no quiso regresar, se resignó al destino que estaba sufriendo y pidió que pronto parara eso.
Reflexionaba como Esperanza pudo resistir todo eso, qué la llevó a levantarse e idear un plan para salir, pero tuvo una respuesta clara. ¿Odio, su hijo, la necesidad, la valentía?
Solo ella tenía la respuesta correcta así que los demás eran suposiciones.
El hecho era que él buscaba un motivo así para salir adelante de todo eso, pero por más que trató no pudo.
No conoció a ninguna pareja que le pudiera levantar los ánimos. Se sentía menos desde que perdió lo suyo, no se creía lo suficientemente valioso para cotejar a alguien. Así que se condenó a la soledad.
La mujer que deseaba verlo mal, se conformó con esa situación, por fin había bajado sus impulsos de venganza, aunque no estaba tranquila, por lo menos se había detenido en apretar aún más a Ulises.
No lo buscó y no lo molestó por todas esas semanas. Pero aún tenía la orden de restricción. Es decir, no se podía acercar a determinados metros de distancia. Si por alguna razón quería ir a ver a su hijo, también sería sentenciado.
Esperanza tenía todo el poder y muy difícilmente Ulises podía combatir contra eso.
Las caras de la moneda se habían invertido, ahora él estaba a su merced.
Tanto tiempo de soledad y ahí encerrado, le dieron la paz que había buscado, se sentía tranquilo aunque no lleno. Había algo en su alma que le pedía moverse.