Prodigium

Primera parte - Capítulo 7

Los ojos le picaban, la cabeza le dolía y la cara la sentía pegajosa. Había llorado demasiado. Y allí, en medio de la oscuridad, se abrazó a sí misma, temblando. Sudaba frío, pero su corazón se encontraba acelerado. No estaba segura como volver. Sentía que debía hacerlo pronto, pero sentía una punzada en el pecho cada vez que pensaba en hacerlo. Caminó a ciegas, guiándose solo por la fría pared de roca, aunque en el fondo deseaba ser rescatada por sus amigos. Se tocó la cara concienzudamente, había evitado pensar en ello hasta ese momento. Ahora tenía tiempo de pensar, y eso le hacía desesperar más. Aquello era un sueño. No uno malo, ni uno bueno, simplemente irreal, como si en cualquier momento algo la sacaría de su fantasía, volviendo a la cotidianidad. Pero cada paso que daba en la fría caverna, solo le encogía más el corazón, resistiéndose a las lágrimas. Estaba perdida, pero no quería admitirlo. Ella no pertenecía allí, pero ahí estaba, caminando entre cámaras de roca húmeda y mohosa, sin saber si alguna vez podría volver ¿Pero acaso quería hacerlo? ¿Valía la pena siquiera? No, no quería volver, quería morir allí, ya fuera hoy, mañana o pasado, prefería nunca más ver la luz del día, que regresar. Volvió a tocar su rostro, y se estremeció. Sentía que debía llorar, quería hacerlo, sin embargo, el miedo se lo impedía.

- Mi cara... - Murmuró, titubeante.

Entonces escuchó pasos. Eran muchos, y venían corriendo en su dirección. No sabía si asustarse o aliviarse. Solo quedó de pie, esperando lo que fuera que viniera. Sentía completo desinterés por la situación, solo una intriga apática por aquel sonido. Iluminados por las antorchas, el grupo de héroes que Delfina reconoció con facilidad apareció. Estaban fatigados, y ciertamente sorprendidos al encontrarse con la chica. El paladín se pavoneó, satisfecho por encontrar a la humana perdida.

- Debemos llevarla con nosotros a la superficie - Dijo el pícaro elfo.

El paladín le ofreció su mano a Delfina, pero ella se limitó a mirarle, con arrogante desinterés. Atravesó el grupo, casi sin prestarles atención, deteniéndose a unos pocos metros.

- ¿Vrokak? - Dijo ella, sin estar segura de lo que decía, esperando ingenua una respuesta. - ¿Bhikz? ¿Zaul? - Los aventureros pensaron que ella tal vez estaba hablando un idioma desconocido. - ¿No saben? No saben.

- ¿Es Vrokak... Un orco? - Preguntó la hechicera.

El corazón de Delfina dio un salto.

- ¡Sí! Sí... Orco. Vrokak es orco - Su voz mantenía un tono apagado, casi temeroso, pero sus pupilas se dilataron de la emoción.

Los héroes se miraron entre sí.

El pícaro tomó a Delfina del brazo, a lo que ella reaccionó con un grito, forcejeando por soltarse, más el hombre no cedió. Debían llevarse a la humana, ponerla a salvo. Ese era el trabajo de aquel grupo. El clérigo le habló con suaves palabras, impregnadas con toda la benevolencia que su deidad podía darle, pero ella se negaba a cooperar. El paladín le miró a los ojos, y usó su mejor discurso heroico, sin ningún efecto.

- Debemos llevar a la chica con el orco - Dijo la hechicera con resignación.

- ¡Pero Ashira! - Exclamó el pícaro.

- ¡Orco! - Reaccionó Delfina.

Por unos instantes, solo se escuchó un lejano repique , tan lejano que Delfina no había reparado en él hasta ese momento.

La voluptuosa mujer extendió su mano a la pequeña humana, y esta se relajó al mirar aquellos afectuosos ojos áureos.

Las protestas no faltaron, pero el paladín confiaba en el juicio de la hechicera.

Por el otro lado, Vrokak se retorcía intentando levantarse. Los gusanos se arrastraban imparables, en pocos minutos comenzarían a devorarle. Y aunque el resentimiento lo acosaba, no tenía tiempo para el rencor. Las lianas mágicas era muy resistentes, era imposible librarse de ellas por mucho que se esforzara. Solo le quedaba arrastrarse como aquellas asquerosas criaturas. El tañido infernal que hacían los gusanos naciendo lo estaban volviendo loco, y bajo ese sonido se colaba el de los recién nacidos arrastrándose por entre las estalagmitas. No quería que aquello fuera lo último que escuchara. Logró arrastrarse un largo trecho, su alta estatura le daba ventaja frente a los insectos, pero comenzaba a cansarse, mientras que ellos seguían directo hacia él.  Intentó ponerse en pie, pero volvía a caer, haciéndose daño cada vez más. El olor a sangre parecía enloquecer a las criaturas, que aceleraban su paso hasta trepar por el cuerpo verde y púrpura del orco. Como podía, este intentaba quitárselos, pero los bichos se colaban por entre las enredaderas, sintiendo sus pequeñas mordidas en su piel. Se encontraba agotado, su mente ya no conectaba con su cuerpo, por lo que ya no sentía dolor, solo era consiente de sus fuertes latidos.

El grupo de héroes encontró al orco, que se retorcía como la cola de una lagartija gigantesca. Ashira lanzó una bola de fuego que frió a los gusanos, además de dejar temporalmente ciegos a sus compañeros. Luego de eso, la enana disipó el hechizo de la flecha, liberando así al monstruo. Este se puso de pie, sacándose a los gusanos que aún tenía encima con unos pocos manotazos. Sus jadeos sonaban casi como gruñidos y su vista parecía perdida. Delfina se sentía aliviada.

- ¡Vro...! - Un rugido desgarrador no le dejó terminar.

Vrokak se lanzó contra la enana, que no pudo reaccionar ante el poderoso puñetazo que recibió, dejando grietas en la pared sobre la que aterrizó. El paladín sacó su espada, pero antes de poder usarla, el orco le dio una patada en el vientre que, aunque no le hizo mucho daño, si logró derribarle. El elfo se alejó, lanzando un único cuchillo. Al sentir el dolor, Vrokak se abalanzó en su contra. El elfo le esquivó, lo que le faltaba en fuerza lo tenía en velocidad, cosa que no le importaba a su oponente, lanzando golpes cada vez más lentos, hasta desplomarse. Delfina corrió hacia a su amigo, llorando.




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