Desde una torre, la sirviente observó el funeral del naga ¿Estarían tan afligidos el día en que ella murió? Miró sus manos esqueléticas, las únicas manos que conocía. Las de su señor eran iguales, salvo cuando usaba carne fresca ¿Por qué a ella la había hecho de esa forma? No podía sentir frío, ni calor, ni nada. Se llevó las manos al pecho, aquello era lo único que podía sentir. Pero no odiaba a Nero, él siempre fue amable con ella. Tal vez ella no tuvo madre y padre, tal vez ella solo existía.
Ya era casi hora de la cena cuando Bianca llevó a Delfina a la cocina. Para sorpresa de la humana, aquella habitación tan grande estaba bastante limpia, aunque mantenía un olor a viejo y guardado que le hizo arrugar la nariz, casi vomitando al ver toda la comida seca o podrida sobre el mesón principal.
- Nunca habíamos tenido tantos invitados - Dijo la sirviente con voz temblorosa - El señor Nero era quién siempre se encargaba de...
"No llores..."
- No llores... - Repitió Delfina sin pensarlo.
Bianca le miró con sus cuencas vacías, lo que le hizo sentir un incomodidad indescriptible, deseaba decir algo, pero las palabras no salían.
- Nuestros invitados deben tener hambre ¿Podría ayudarme?
- ¿Eh?
- A restaurar los alimentos. Yo me encargo de lo demás.
Delfina miró su mano y el espacio dónde había estado su índice. Miró a Bianca con horror, mientras agitaba su cabeza en negación.
- ¡Desapareceré!
La sirviente giró su cabeza como un perrito confundido.
- Tengo repuestos suficientes para...
- ¡No! - Exclamó Delfina, sabiendo a qué se refería.
Miró la mesa, llena de cuerpos de animales podridos, destrozados y algunos aún conservaban la cabeza y su rostro que expresaba el dolor de la muerte. Pero aún así, aquello no le producía, ni de lejos, tanto asco como la idea que la esqueleto sugería, ¿Por qué era tan distinto? Se tocó el ojo derecho y, con nerviosismo, caminó hasta dónde Bianca había guardado aquel cuerpo, en un saco, bajo el fregadero. Hedía más de lo que debía en aquel invierno. Su corazón latía como si estuviera a punto de cometer un crimen. Al introducir su mano, cerró los ojos por reflejo, y lo primero que sintió fue un cabello enmarañado, del cual tiró mientras lloraba de miedo y asco, a la vez que una sensación de asfixia le invadía. Su mano ahora hedía a sangre y tierra mojada.
"recuerdo este sentimiento".
- ¿Miedo? ¿Asco? ¿Desprecio?
"Culpa".
Su atención se alternaba entre la mesa, el saco y su mano sucia, la cuál sentía ajena.
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El sol comenzaba a ponerse, y el viento helado golpeaba sus rostros como pequeñas garras.
Aún no terminaban de asimilarlo, ni siquiera el profundo foso que Vrokak acababa de cavar.
- Nacido de la tierra...
-... vuelve a la tierra. - Dijo el goblin antes de empujar el cuerpo de su amigo.
No había lágrimas. Bhikz se negaba a dejar salir tan siquiera un gemido, su frágil mente no lo hubiera soportado. El orco tampoco expresó lo que sentía, ni siquiera estaba seguro de estar despierto.
- Nunca debimos involucrarnos con humanos - Su potente voz estaba debilitada.
- Pues nunca te quejaste cuando estuvimos con Robrick.
Vrokak rió entre dientes.
- ¿Robrick? ¿Ese tipo es humano?
- Se supone. Porque si es un orco, ¡es el orco más feo que he conocido en mi vida!
- ¿Un orco? ¡Ni un orco armaría el desmadre que causó en Horydan! - Y rieron al recordar esos días, pero rápidamente callaron. - ¿Está bien reírnos justo después de haber enterrado a Zaul?
Bhikz no dijo nada. Comenzó a temblar, conteniendo un suspiro que luchaba por salir. Lo retenía como una soga atada a un mamut milenario. Al final, aquel suspiro salió, alargándose en un gemido para terminar en el llanto que tanto había intentado reprimir. No había llorado jamás de esa manera, a excepción de cuándo Robrick los abandonó.
- Tal vez sea mejor seguir sin Delfina. - Dijo el orco - No podemos darnos el lujo de luchar contra humanos de nuevo.
- Sí. Ella estará bien - Dijo el goblin secándose las lágrimas con su capa.
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La noche cayó, y todos se encontraban en el comedor. Vrokak comía con mayor voracidad de lo usual, mientras Bhikz apenas tocaba los platillos, pero bebía como un condenado a muerte. Quién no probó ni un bocado fue Delfina. La sirviente estaba a su lado, preocupada, no por su falta de apetito de su nueva ama, sino por su mano, la cual había perdido también su dedo medio.
- Delfina... - Comenzó a hablar Bhikz mientras se limpiaba el hilo de vino que caía por su barbilla. La chica levantó la vista con lentitud - Han pasado cosas desde que llegaste... - Ella escuchaba con atención, pero sus ojos se concentraban en su mano mutilada - Pensamos que es mejor que te quedes...
- ¿Me... odian? - Dijo sin quitar la mirada de los tres dedos que le quedaban.
- Yo... Nosotros... - Bhikz buscó a Vrokak, pero este solo roía un fémur al que no le quedaba nada ningún sabor - Zaul murió por protegerte...
Un fuerte crujido resonó en el salón. El orco escupió pequeños pedazos de hueso antes de hablar:
- Casi muero yo mismo - Su voz era hostil, pero parecía faltarle el aire con cada palabra - Y si algo llega pasarle a Bhikz...
- ¡Cómo si importara! - Exclamó el hombrecillo con un énfasis atípico en él - Sin Zaul, poco me importa.
- ¡Pero Robrick!
- ¡Que haga lo que quiera!
El goblin lanzó un leve gimoteo, y sin que nadie se lo ordenara, Bianca recogió el vino restante. Vrokak se levantó, llevándose al goblin bajo el brazo, dijo unas palabras que Delfina no alcanzó a escuchar, y el comedor quedó en silencio.
Robrick. Aquel nombre resonaba en su memoria.
"¡Vaya, vaya! ¿Quién lo diría?"
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Editado: 10.04.2021