Madison
Rebecca.
Ese era mi único pensamiento durante todo este tiempo, no podía dejar de pensar en ella desde que Lola me había hecho liberar parte de mi lado animal para los entrenamientos, yo no coqueteaba con la gente, siempre había reprimido esa parte de mí para evitar tener problemas. Pero todo había cambiado y había veces que no me daba cuenta cuando le hacia una especie de comentario a Rebecca, no era algo que me molestara. No, si lo era. No era algo que me debería estar pasando, era algo prohibido. Aunque Rebecca era linda…
No, ella está prohibida.
Si había una persona que podría explicarnos qué estaba pasando era mi abuela, era la única que sabía explicar cualquier cambio en nosotros por eso ella era la líder. Visitarla no había sido nada fácil y debíamos aprovechar cada minuto junto a ella, solo esperaba no tener problemas luego de esto.
Había conseguido gracias a Lola y los hermanos Hayes distraer a Rachel, claro que no le iba a retener contra su voluntad pues eso significaría que ella preguntara el por qué lo hice. Así que, James la invitó a salir y Lola junto a Quinn Hayes se aseguran de que todo salga bien y hacer que Rachel esté distraída la mayor parte del tiempo.
—Aquí es. —Miré la casa frente a nosotras con una sonrisa al notar que, a pesar de los años, mi abuela seguía preocupada de su jardín.
—¿No es peligroso que nos vean aquí?
—Lo es, por eso elegí este horario. Mi abuela tiene vigilancia casi las 24 horas del día, menos a esta hora pues ella los hace salir de casa y dejarle en paz al menos dos horas para tomarse un respiro de todo. Mi familia que está encargada de su seguridad también lo hacen. —Empecé a avanzar, pero ella se veía insegura. —Vamos, no te pasará nada.
Apenas crucé la puerta un zapato iba directo a mi cara, pero pude agacharme a tiempo para evitarlo, a diferencia de Rebecca quien lo recibió en su cara y no paraba de quejarse.
—¡Les dije que me dejaran en paz!
—Abuelita, soy yo. —Me asomé al salón luego de asegurarme de que Rebecca estuviera bien. —Has herido a mi amiga.
—Madi, mi niña. —Ella se levantó con una gran sonrisa, Rebecca llegó a mi lado con el zapato en su mano. —Lo lamento, jovencita. Apenas tengo mi momento de paz y… —Cuando sus ojos se conectaron me sorprendí al ver el semblante de mi abuela cambiar, ella casi nunca ponía esa cara. —Madison, ¿Por qué has traído a una Sellers a mi casa?
—Abuelita, escúchame. —Me puse delante de Rebecca por su seguridad. —Necesitamos tu ayuda…
—No me digan nada, sé a qué vienen. Reconocería esos ojos en cualquier parte.
—¿Disculpe? —Rebecca parecía tan confundida como yo. —Creo que tu abuela ya tiene demencia. —Ella se acercó a murmurar a mi oído.
—Shh… Ella puede escucharte. —Murmuré.
—Rebecca Sellers, no veía esos ojos desde que naciste. —Ella volvió a sentarse en su lugar y nos indicó el sillón, al menos yo rápidamente tomé asiento. Rebecca en cambio se tomó su tiempo, ella estaba algo insegura en este lugar. —¿Por qué has venido a Cape Charles?
—La competencia. —Ella contestó cortamente.
—La competencia es en un mes, has llegado antes, si no, no estarían aquí.
—Mi padre me ha traído.
—Déjame adivinar, tú abuelo lo convenció, ¿No? —Rebecca asintió. —Ese viejo tonto, le dije que aun debíamos esperar.
—No estoy entendiendo nada, abuela.
—Ustedes han venido por lo que están sintiendo entre ustedes, ¿No? —Ambas nos miramos a los ojos hasta que mi abuela volvió a hablar. —Puede ver en esa mirada que no me equivoco.
—¿Qué está pasando, abuela?
—Son la maldición de la familia. —Yo bajé la mirada. —No me malinterpretes, no es algo que me gusta decir.
—Sigo sin entender. —Rebecca habló.
—Verás, como sabrás hace un montón de años atrás. Cuando la unión entre nuestras familias se quebró por el asesinato de un Briand, había toda una historia de amor detrás. —Miré atenta a mi abuela. —Cada cierto tiempo esas almas reencarnan para volver a encontrarse, pero la historia siempre es la misma. —Sentí como Rebecca tomó mi mano fuertemente. —Se encuentran, se enamoran y un Briand muere por manos de un Sellers.
—Pero ahora los tiempos son distintos.
—La maldición no se ha ido. —Mi abuela soltó un suspiro. —Este es un secreto que solo los lideres conocemos y claro, las almas que reencarnan. Siempre lo supe cuando noté que tu cabello no era rojizo, Madison. —Mi abuela me miraba con algo de pena y yo tragué fuertemente. La idea de la muerte estaba más presente de lo que esperaba. —Inevitablemente pasará.