Prohibido

8. ISA

Isa no se sentía culpable de la muerte de su esposo, y eso hacía que esté aliviada. Bray seguía peleado con ella, aunque nunca fundamentó. Estaba en la otra punta de la mesa, comiéndose un moco y leyendo una historieta cómica. Pasaba página tras página. Charlie oía música, y el adolescente aniñado, Domi, estaba en el vestíbulo, intentando conectar un parlante para poner rock. Pidió ayuda a Charlie, quien accedió.

Ambos, en el vestíbulo, percibieron un ruido perturbador; una voz que se les hacía familiar, aunque, sucedió solo durante unos segundos. Solamente Bray sabía la voz de quien era, y Charlie estaba a punto de saberlo. Su padre deambulaba por la casa como un vagabundo, como si fuera un fantasma que quiere aterrar. Su voz era horripilante; un eco que se producía por una grave voz que rompía vidrios. Domi y Bray sabían que su papá estaba en la casa, Charlie no pensaba en lo mismo, e Isa no quería ni pensar en ello. Ella seguía leyendo una novela romántica, estaba a punto de terminarla. Fue a dejarla en el estante del vestíbulo, y pasó por al lado de los hermanos, quienes intentaban colocar un CD de Rock N' Roll. Ella rio al verlos, y colocó el largo libro en el segundo piso del estante. Los colocaba a cada uno de ellos por sus colores, y pocos por categoría. Agitó su mano, tenía esa manía. Fue de vuelta hacia la cocina, sosteniendo su pollera violeta con la mano derecha, y la otra que se agitaba y movía cada vez más. Las palabras se produjeron en su cabeza, y parecían venir desde muy lejos. Alguien pronunciaba algo parecido a vudú. Una voz a la que ella consideraba espiritual. Dio un suspiro de miedo y comenzó a caminar hacia la mesa, lentamente. Vio a Bray, quien se encontraba mirando por la ventana. Ella veía como el daba, aterradoramente, vuelta su cabeza, sin hacer un solo movimiento con el cuerpo. Tenía los ojos blancos, que derramaban sangre. Poseía una sonrisa horripilante, con los dientes podridos y llenos de un oscuro carmín. Eran dientes sorprendentes, grandes como los de un dinosaurio.

-Fuiste tú, ¿no? ¿Por qué lo permitiste? Mamá, dímelo a mí, que soy tu hijo favorito, ¿por qué lo mataste?

-¿Qué dices, Bryan?

-Fuiste tú, lo niegas porque eres una zorra, no quieres fundamentarlo porque no tienes palabras algunas, pero algo que se, es que tú lo causaste, y papá me lo dijo... -las palabras se repetían en su cabeza, y ella sentía un escalofrío que rodeaba su cuerpo, y poco a poco iba metiéndose a él. Isa estaba aterrada, ¿ella era? No había matado a su padre, el se había matado solo, por un choque. Pero nunca tenía un choque, a menos que esté completamente arruinado. Isa seguía negando que la culpa era suya, y tenía razón, aunque jamás descubriría un por qué. Solamente Frank lo sabe, y quizás Bryan y Charlie. La cabeza de Bray volvió a su forma normal. Ella estaba con los ojos abiertos, como si fuera un pez viendo a un tiburón que se le acerca lentamente. No podía pronunciar palabras, y eso la aterraba cada vez más. Siguió caminando y cruzó la puerta. Antes de salir, había recogido la regadera de metal que estaba bajo el lavabo en el que ella solía lavar la ropa. Iba a regar las plantas, las margaritas y las flores amarillas. Un verde se apoderaba de su jardín, y eso la enorgullecía. Se dirigió hacia el portón principal, éste y la casa estaban conectados por un corto camino de tierra, de unos trescientos metros y treinta centímetros. Iba regando las plantas que rodeaban la puerta que daba acceso a la casa, y luego, en el camino, iba tirando algo de agua a las plantitas que se iban regenerando poco a poco. Veía numerosas especies de aves que ella desconocía. Vio a un colibrí, un día había visto un tucán, y eso le pareció demasiado extraño. Por esa zona no solía haber tucanes. El animal que había visto que más le sorprendió fue aquel día en el que, junto a Frank y Charlie -cuando tenía tan solo tres años- fueron al zoológico y pudieron presenciar a un caimán. Entre una multitud de cocodrilos y yacarés, yacía en el medio un caimán completamente aterrador. Su larga cola y sus dientes eran horrorosos.

Estaba regando su margarita favorita, e intentaba no llamar la atención de los pocos cuises que había en esa zona. Aquel lugar poseía especies que, ella conocía, aunque no tanto como los perros, gatos, etcétera. Una paloma pasó volando por encima suyo, y había dichos de que murciélagos rodeaban la zona. Traspasó la entrada y regó las plantas que se encontraban detrás de un hormiguero. El agua se le estaba agotando, pero ya debía de volver. Ella le ponía muy poco de agua a cada planta por día. Vio un rojizo Volkswagen acercarse a la zona, pidiendo paso. Ella abrió la puerta para que él accediera, era un hombre que tenía bigote negro, con aspecto colombiano. Ella se preguntó que hacía allí. En ese lugar solamente vivían ellos. El tipo fue hacia el fondo, justo a unos pocos metros del lugar prohibido. El bajó, e Isa se aproximó hacia éste para observar que hacían. Junto a otro hombre estaban organizando un terreno; tenían pensado cortar el pasto y armar allí una casa, aunque eso costaría demasiado. El tipo que manejaba parecía ser afortunado y adinerado. Seguramente provenía de una familia en la que, desde que él era chico, le daban de todo. Dio dos pasos paralelos y comenzó a medir el terreno. El quería una casa grande, y estaba a unos cuatrocientos metros de la casa de los Homeler. En ese instante extendió la mano para dársela a quien se encargaría de todo el trabajo, e Isa logró oír: luego te doy el dinero, señor Peekulb. Ese apellido le pareció muy extraño, e intentó disimular que los estaba viendo. Volvió a entrar en la casa, y en cuanto accedió vio a Bray, arrodillado en la silla, mirando por la ventana a los hombres.



#3044 en Terror

En el texto hay: espiritu

Editado: 10.04.2018

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