Prohibido enamorarse de Adam Walker

CAPÍTULO 3 Chocolate

Marie y yo compartíamos departamento. El lugar era sencillo, y estaba ubicado en una zona céntrica y bien desarrollada. Su padre se lo había regalado en su decimoctavo cumpleaños (el mío me había regalado un llavero de My Little Pony, que brillaba en la oscuridad, y una tarjeta prefabricada que decía: «¡Felicidades! ¡Es un niño!»).

Esa noche, cuando me dirigía hacia la puerta de entrada, noté un persistente olor a chocolate en el aire. Amargo, espeso y fuerte chocolate, que provenía de nuestro departamento. Antes de entrar, decidí tocar la puerta, no fuera que Marie estuviera en paños menores con uno de sus dos novios a cuestas. Llamé con insistencia, pero nadie me contestaba. Finalmente, introduje la llave en la cerradura metálica y abrí con cierto temor por encontrar alguna escena no apta para todo público. Cierto, ya tenía dieciocho años, pero aún no me acostumbraba a las diversas ideas que tenía mi prima como diversión (algunas me dejaban traumada).

Lo primero que noté al entrar al departamento fue que la luz estaba encendida. Eso era algo bueno: las cosas malas sucedían en lo oscurito, ¿cierto? Lo siguiente que me sucedió fue escuchar una melodía de piano como fondo; el volumen era bajo y seductor. Y el olor, oh, el olor a chocolate se sentía cada vez más potente desde allí. ¿Sería que ella había preparado un poco? Aunque estaba completamente segura de que no lo habría podido hacer sola: a Marie se le quemaba hasta el agua con sal. Tal vez ella ya se encontraba en su habitación, así solo tendría que correr y llegar a la mía; sin necesidad de encontrarme con alguno de sus hombres.

Pero ni siquiera terminé de entrar a la sala cuando escuché el sonido de besos salivosos. Me detuve al verla a ella, sentada en el mullido sofá de cuero y con el cuello descubierto, y a un chico de cabello oscuro que le salivaba en la clavícula.

Adam.

Estaba de espaldas hacia mí, pero definitivamente era de su misma complexión. Era él. No sabía por qué, pero se sentía como si me clavaran una aguja en el corazón. De todas formas, ya sabía que Adam era un idiota que aceptaba ser el plato de segunda mesa para Marie. Que me llegara a enamorar de él era sumamente estúpido… y de mal gusto. No tenía por qué sorprenderme y, sobre todo, no tenía por qué sentirme cómoda estando a su lado. ¡Era un mujeriego de lo peor!

Marie, al notar mi presencia, se separó de Adam. Había chocolate untado en su cuello y los primeros botones de su camisa habían sido arrancados. Se pasó una mano por su salvaje cabello naranja y me miró de manera nerviosa. Sus ojos azules perforaron los míos.

—No sabía que ibas a llegar temprano —dijo ella; la culpa se deslizaba por su voz.

—¿Por qué? Siempre llego a esta hora. —Marie se miraba nerviosa, no dejaba de doblar sus nudillos y su rostro se puso rojo tomate. —¿Qué ocu…? —Me callé inmediatamente al ver que el chico que le lamía el cuello no era Adam, como yo creía en un principio. Era un desconocido. Mi pecho aligeró la carga.

Pero ¿Marie ya estaba con otro? ¿Cuán zorra se podía ser?

—Él es Marcus —explicó mi prima. El chico, Marcus, se levantó del sillón y me ofreció una sonrisa tímida. Tenía chocolate en la comisura de los labios. Fruncí el ceño y le indiqué a Marie que me siguiera hasta la cocina. —Marcus, vuelvo en un rato. Cuando llegue, te quiero ver sin camisa y con cobertura de chocolate para mí —le indicó Marie y luego le guiñó un ojo.



—¿Qué rayos crees que haces? —le grité una vez que estuvimos a solas. En esa ocasión, no iba a cubrirla. ¿Acaso me veía cara de idiota? ¡Ella estaba engañando a Eder y a Adam!

—Es que… lo conocí hace unas semanas, y ambos conectamos. Estoy segura de que él es el indicado.— Me había dicho exactamente lo mismo cuando había conocido a Adam: «Siento que es el indicado» Y, si era el indicado, ¿por qué no dejaba al otro con quien andaba? —Sabes que yo no fui diseñada para salir con un solo hombre —me dijo al borde de las lágrimas. Ja, a otro perro con ese hueso.

—Yo no te estoy cubriendo. Si alguien lo descubre, tendrás que ver cómo lo solucionas por ti misma.

—Por favor, Anna…

—¿Ya sabe Marcus que andas con otros dos, que la relación no es exclusiva? —la interrumpí.

No estaba de ánimos para escuchar sus tontas excusas; peor después de lo que me había contado Eder esa tarde. Estaba furiosa con ella. Yo ni siquiera era capaz de encontrar un chico decente en esa ciudad, y ella ya tenía a tres babeando en su puerta —bueno, no tan decentes—. El único novio que había tenido en la escuela secundaria se llamaba Mason, le gustaba pescar y trabajaba en el taller mecánico de su padre. Constantemente olía o a pescado o a gasolina. Siempre que Mason me besaba, dejaba un hilo de saliva por mi barbilla. Era asqueroso. Sus manos vagaban por mi cuerpo y él nunca podía mantenerlas quietas. Habíamos terminado antes de que llegaran las graduaciones.

—Anna —suplicó Marie—, por favor. Por favor, no le cuentes de esto a Adam. Recuerda que me debes un favor…

—Que ya te pagué.

—Entonces, ahora soy yo la que te lo debe.

—No necesito nada de ti —mentí.

Ella, mejor que nadie, sabía las ganas que tenía de asistir a la Universidad de Arte y Diseño. Trataba de ahorrar parte de mi sueldo, pero solo la inscripción costaba más de lo que yo ganaba al año. En cambio, ella podía obtener fácilmente el dinero con solo chasquear sus dedos y darle una llamada a su papi. La vida era injusta algunas veces.

—Vaaamos, no seas tan perra conmigo… —Iba a replicarle sarcásticamente, cuando el timbre de la puerta nos puso en alerta a todos. —¡No, no, no! —chilló Marie—. Ese debe ser Eder. Dijo que pasaría más tarde. —Bien. Finalmente se haría justicia divina. Alcé una ceja y me acomodé en la mesa de la cocina, totalmente despreocupada. —¡Anna! No te quedes allí parada, ¡ayúdame!

El timbre volvió a repiquetear por todo el departamento.




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