Leo:
No dormí. La habitación era cómoda, lo admito. Pero no podía dormir. Revise la habitación de pies a cabeza y no encontré nada; incluso las ventanas estaban aseguradas y no se podían romper. Cuando las sirvientas trajeron comida les imploré que me dieran alguna explicación, por lo menos una que valga lo que me estaba pasando; sin embargo ellas no hablaron. Lo que hice fue esperar a que amanezca y planifiqué lo que haría después de que abrieran las malditas puertas: revisaría la casa completa y verificaría la existencia que esos perros, correría hasta alguna puerta o reja y huiría de aquí. La mesera o Jane, no importaba mucho, la dejaría.
Tal y como lo planeé el sol se aproximó, fingí levantarme de la cama y esperé a que alguien hiciera algo. La voz de Martín se oyó a la distancia, tendría que esperar a que la casa esté completamente sola para intentar escapar.
— Leo, despierte, vamos —habló Martín desde el otro extremo de la puerta.
— Ya estoy listo —respondí abriendo la puerta.
— Bueno, síganme —ordenó Marín, Jane estaba aún soñolienta y desarreglada — hoy desayunaran como dioses. Preparamos un exquisito banquete.
— Eso, eso es bueno Martín —quiso saber Jane entre bostezos.
— Claro que sí, debemos cuidar de ustedes —siguió hablando Martín.
— Por que suena como un mayordomo —preguntó nuevamente.
— No soy un mayordomo, me iré después de llevarlos al jardín.
Eso es, pronto saldré de aquí.
Nos dirigimos hacia las afueras de esa casa, que por lo visto no era para nada pequeña. Pasamos por aquellas puertas por las que había salido el famoso tío Adams y me sentí libre. Un hermoso jardín con césped verde adornaba el alrededor de la mansión y a metros más allá se hallaba nuestro banquete. Traté de no notar que revisaba el lugar, no habían perros a la vista, tan vez solo era un chantaje por parte de Martín.
— Miren esto —admiró Martín con gran asombro.
— Se ve delicioso —comentó Jane con menos sueño.
— Ya lo creo, pero que esperan coman —señaló las sillas Martín y luego se preparó para dar indicaciones — el jardín entero tiene cerca de quinientos metros de largo, que no se les ocurra escapar. Me iré, pero regresaré en la noche, por si se les olvida. . . yo los puedo observar. Así que, ya están avisados. Nos vemos querida Jane.
— Si como no —balbuceó ella.
— Quinientos metros —susurré también.
— Así es, quinientos —recalcó Martín —suerte.
Un auto negro con lunas polarizadas se acercó hasta Martín y este se marchó en él. Jane y yo estábamos parados aún sin procesar nada de lo que había pasado, sin embargo el olor del café y los huevos revueltos nos hicieron voltear a la mesa. Jane se apresuró sin cuidado a tomar parte del banquete, yo por mi lado solo me quedé parado, revisando. Minutos después me acerqué por el banquete.
— Pareces cómoda —anuncié tomando asiento.
— Disfrutaré de tu broma hoy —respondió con mala cara.
— De qué hablas, piensas que esto es culpa mía —resondré.
— Maravilloso, te harás al inocente — se limpió las manos de las migajas de pan y continuó — no te parece demasiado absurdo aparecer dos veces en la cafetería y justo en el momento donde “supuestamente” también te secuestraron.
— ¿Crees que yo hice algo así?
— Pues si, eso es lo que creo. Mira, te diré una cosa, cuando te aburras de esta mierda, háblale a mi madre, ahora ella debe de estar como una loca buscándome por toda la cuidad.
— No sé porqué creas eso, pero te aseguro que no tengo nada que ver —respondí en susurros.
— Vamos, mejor come todo esto. Luego puedes seguir actuando.
Me quedé en silencio por unos segundos, luego se me ocurrió algo que le hiciera creer en mí.
— No hay perros, la salida más próxima está a quinientos metros. Escapa conmigo —propuse sin esperar mucho.
— Estás loco, yo no pienso seguir a un psicópata.
Me puse de pie. Estaba listo para la gran adrenalina que eso podía significar. Revise una vez más por todos lados y sin dudarlos corrí hasta perderme por aquellos arbustos. No llevaba ni cien metros corriendo cuando sentí la presencia de dos, tres, no, cinco perros de raza doberman; aceleré, esos perros no me iban a devorar. Uno de ellos intentó alcanzarme, pero lo alejé de una patada. Estaba exhausto, cuánto es que había corrido. De pronto vi unas rejas de metal enormes, como de tres metros de altura; los perros estaban cerca y yo ya llegaba a la reja. Con el último aliento aceleré y llegué a la reja está me recibió con una fuerte descarga eléctrica que me hizo dormir como un bebé.
***
Maldita sea, me desmayé.
Con pesadez levanté mis párpados, estaba en una habitación, quizá la misma en la que me habían encerrado; sin embargo no podía afirmarlo porque tenía la mirada en aquel blanco techo. La voz de una joven me reanimó. No era Jane y parecía ser mi linda Sophie. Cuando la miré parecía ser aún menor de edad, se dio cuenta que ya había despertado y sonrió cálidamente. Me sentía adolorido, cuánta descarga habría recibido. La muchacha salió de la habitación sin decir nada y tras ella ingresaron dos hombres más maduros y Martín.
— Ya despertó, jefe —anunció Martín.
— Leonard, que gusto verte —dijo uno de los hombres.
— No diría lo mismo —respondí reposando mi espalda en aquellas almohadas.
— ¿Dónde está ella? —preguntó el otro hombre.
— De quién hablas —intenté hacer como si no sabía.
— ¡Jane, mi hija, dónde está! —gritó.
— No lo sé. Intenté escapar solo.
— Vamos Leo, dónde está Jane —insistió el otro hombre más calmando.