CAPÍTULO 4
Alicia
La noche ha caído sobre Arkos y aún no tengo señales de mi prometido. Calculo haberlo llamado más de veinte veces, pero no ha contestado. Tengo un mal presentimiento.
Pensar que podría estar en el Sector G poco después de haber ocurrido un atentado terrorista me pone los pelos de punta. Es sabido por todos que los gobernadores sospechan que el G concentra a los grupos terroristas más peligrosos del país y, debido a ello, la tensión entre los opositores y la Cúpula es constante, aunque el poder de los gobernadores es mil veces superior. Por más que los terroristas y criminales del G consiguieran un gran arsenal para un conflicto directo, no tendrían oportunidad alguna contra el gobierno.
El atentado de hoy fue un error indiscutible. Lo único que provocará es que los líderes de la nación excluirán todavía más a los habitantes del Sector G. Según informaron en televisión, el Cuerpo de Protección ya sobrevuela y registra la zona, y no quiero imaginar qué podría pasar si descubren a Carlos en una posible área terrorista después de un atentado. Esta vez no lo perdonarán como si nada.
¿Le habrá sucedido algo malo? Podría haber muerto. Es una posibilidad un tanto exagerada, pero no imposible si considero que cualquier cosa puede pasar en el G. Cada vez que Carlos se droga o se embriaga, se vuelve prepotente y molesto. He aprendido a lidiar con sus malas actitudes durante el transcurso de nuestra relación, pero la gente del G no cuenta con mi paciencia; ha llegado golpeado y malherido a Athenia en más de diez ocasiones.
Desciendo por las escaleras de mi casa en dirección a la puerta principal, decidida a visitar la mansión Scott e ir en busca de mi prometido. Ruego en mis adentros que esté ahí. Quizá llegó a casa hace horas y cayó dormido apenas entró en su habitación.
Llego a la estancia de mi hogar, está vacía. Mi padre se halla en su estudio, mi madre se encuentra en Libertad junto a mis hermanos en un partido de fútbol virtual y Marta, nuestra criada, está en la cocina. Ella es más una madre para mí de lo que ha sido mi progenitora.
Las mujeres del país tenemos permitido acceder a un empleo o carrera cuando nuestro hijo más joven cumple los siete años. No podemos trabajar o ingresar a la universidad antes de eso. Mi madre comenzó a trabajar en la empresa familiar un día después de mi séptimo cumpleaños; no quiso esperar más. Desde entonces, Marta se convirtió en mi figura materna más próxima. Mamá lo notaba, pero nunca mostró preocupación al respecto. Si ahora es tan cercana a mí se debe solo a mi futuro matrimonio con Carlos y a la alianza entre nuestras familias.
La libertad de mi madre duró poco. Cuatro años después nacieron mis hermanos gemelos: Antonio y Simón. Mamá tuvo que renunciar a su empleo y ocuparse de lleno a las obligaciones del hogar. Los gemelos cumplirán los siete años en un mes, por lo que la libertad de mi madre será restaurada. No obstante, ella no quiere volver a trabajar. Solía estar llena de vida, pero su energía se apagó debido a los problemas con mi padre.
Las cosas entre ambos no están bien. Su matrimonio sigue en pie solo por la precaria situación económica que atraviesa la familia y porque los gemelos aún no son lo suficientemente grandes para entender lo que conlleva e implica un divorcio. No culpo a mis padres por carecer de la capacidad para reparar su matrimonio. Sus libertades les fueron arrebatadas cuando eran muy jóvenes; nunca pudieron disfrutar como es debido. Y yo tampoco podré.
Para mi sorpresa, mi padre me aborda en la puerta principal antes de salir. Viste un traje elegante de color negro que combina a la perfección con su piel pálida y con su barba oscura.
—¿Adónde vas? —me pregunta.
—A la mansión Scott, voy en busca de Carlos.
—Voy contigo. Jugaré al póquer con Abraham y los demás.
Abraham Scott, padre de Carlos y gobernador del país, ofrece partidas de póquer una vez al mes. Solo los gobernadores y sus amigos de confianza son invitados a participar, y mi padre es uno de los selectos afortunados. Él invierte gran parte de su tiempo intentando impresionar a su exclusivo círculo de amigos, entre quienes los lujos y el poder son lo más importante por sobre el amor o la felicidad.
Salimos de casa y nos encaminamos a la mansión Scott que está ubicada al final de la avenida y en los límites de la villa. Athenia es tan pacífica que podemos caminar por las calles en plena noche sin sentir miedo, está protegida por muros de seguridad electrificados y custodiados por guardias armados hasta los dientes. Gente muy poderosa vive en estas calles.
Nunca me he sentido parte de ellos.
Si bien mi casa es lujosa, la mansión Scott es una especie de palacio preguerra en comparación. La construcción está rodeada por altos muros electrificados similares a los que rodean los límites de Athenia. Hay cámaras inteligentes de vigilancia en cada rincón y guardias de seguridad por todas partes.
«¿Qué está pasando? Hay mucha más seguridad en la mansión que hace días».
—Arroja una piedra sobre la mansión y verás como un rayo láser la desintegrará al instante —bromea papá, tan sorprendido como yo.
—¿Por qué aumentaron la seguridad? Estuve aquí el martes y todo seguía igual que siempre.
—Debe ser por el atentado terrorista del Congreso —deduce—. No puedo esperar para ver cómo incrementarán la seguridad de la Cúpula.
El atentado, por supuesto. Un movimiento terrorista está alzándose. Si el gobierno no logra detenerlos a tiempo, estos asaltarán las casas de los gobernantes. Pensarlo me eriza la piel porque muy pronto la mansión Scott será mi hogar.
Llegamos a la puerta principal. La voz robótica del sistema identificador dactilar de la entrada inicia el procedimiento de siempre.
—Toque el identificador —ordena el mecanismo. Hago lo que me indica—. Usuario reconocido: Alicia Robles. Acceso autorizado. Puede pasar.