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C A P Í T U L O 1 0
L E O N B L A C K
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Estela era olvidadiza cuando se trataba de rostros, y no había reconocido a Andrew Black al tenerlo frente a ella, pero no habría podido ignorar a Leon Black aunque lo intentara.
La familia Black era famosa, cualquiera en Duran había escuchado ese apellido y comprendía lo que implicaba, y si había un miembro que destacaba sobre el resto era Leon, el hijo mayor.
Existía toda una subcultura en internet dedicada a endiosarlo. Desde el contenido de fanáticos más general, hasta historias románticas donde él era el protagonista, miles de fotomontajes y videos, y grupos organizados que militaban su nombre como si se tratara del próximo mesías venido a salvar a la humanidad.
Era un empresario que llevaba sobre sus hombros cifras billonarias, pero también era un rostro del modelaje, la actuación y el mundo artístico, sin dejar de lado su presencia en causas benéficas a nivel mundial. Era un ser perfecto, aseguraban sus más acérrimos seguidores, y Estela se avergonzaría de confesar que antes de hablar con él, ella también identificaba a Adam como «el hermano menor de Leon Black».
Claro estaba que era apuesto, con su escultural físico, su cabello negro y ese rostro cincelado, era como si Dios se hubiese creado un personaje para introducirse a él mismo y ganar el juego de la vida en modo fácil. Si lo hubiese conocido de otro modo, Estela se hubiese sonrojado y cometido la osadía de pedirle un autógrafo, incluso una foto, y la habría atesorado como el bien valioso que sería.
Nada de eso ocurrió.
Ante la presencia de Leon, el rostro de Adam adoptó una expresión de alarma que nada tenía que ver con la relación conflictiva que mantenía con su padre. El ambiente entre su amigo y su hermano era pesado, no daba paso a contemplaciones sobre una pelea casual o a la idea de que tan solo no eran cercanos.
Cualquiera que fuese el sentimiento que se elevaba en esa relación, era extremo y negativo.
Luego de un intercambio de palabras rápido con Andrew Black, cuyo tiempo era demasiado valioso para perderlo en charlas familiares, se movieron a una sala privada del museo. Una vez allí, ellos dos se ubicaron en un sillón y Leon Black al frente. Como era de esperar, la proximidad no había mejorado la situación, así que, después de un par de minutos de miradas filosas y silencio absoluto, Estela se atrevió a abrir la boca, con la esperanza de comprender qué era lo que ocurría.
―Mucho gusto ―susurró, y cuando Leon la observó su lengua pareció estropearse―. S-soy Estela Laur-rie…
Él la interrumpió y ella lo agradeció, al menos al inicio, porque mientras él hablaba, más deseó Estela haberse detenido en alguna sílaba durante horas y no avanzar hacia una de las conversaciones más atemorizantes que había tenido.
―Eres Estela Laurie, ya lo sé ―explicó él con una sonrisa digna del «soltero más apuesto del año»―. Tienes diecisiete años, mides un metro sesenta y nueve centímetros y pesas cuarenta y cuatro kilos. No tienes madre o hermanos, tu único familiar vivo es tu padre. Él trabaja en construcciones con contratos por obra y no tiene seguro personal. Es alcohólico, te ha violentado física y emocionalmente, en especial en los últimos años en que su adicción ha empeorado, y fue por su amenaza de no ayudarte más con los estudios que enviaste tu solicitud al White Diamond cuando el colegio abrió la posibilidad por ese proyecto que tenía como objetivo becar a cincuenta estudiantes de bajos recursos.
»El proyecto fue criticado por las familias adineradas, que renegaron ante la posibilidad de que sus hijos convivieran con personas de clase baja. Al final se detuvo y el dinero se destinó a otros temas, aun así, con una parte del presupuesto se becó a cuatro estudiantes, un negro, una japonesa, un pakistaní y a ti, todos con perfiles particulares que pudieran usarse como rostro del sistema de becados ante inversores extranjeros. En tu caso, se te eligió por ser una chica blanca y linda, que pudiera recibir a visitantes más tradicionales, si hubiese la necesidad…
―Ya basta ―interrumpió Adam.
Estela escuchó con los labios apretados, como si no pudiera detenerlo. Se sorprendió en especial por el último dato. Era cierto que la directora la había hecho firmar requisitos, como el estar dispuesta a participar en visitas guiadas a personas importantes, pero nunca se había imaginado que la razón final por la que la habían seleccionado se debía a su físico.
―No hiciste nada interesante desde el inicio de año, además de ser el saco de boxeo de tus compañeras por ser becada ―continuó Leon―. Hasta hace unos días, cuando conociste a Adam y terminaste envolviéndolo en un conflicto en tu casa. ―Estela sintió su garganta cerrarse―. Una pelea con gritos desgarradores. Intentaste escapar de tu padre, que te había vendido a un violador, y mi hermano, que te había ido a dejar, se involucró con un arma para defenderte. En medio de esta escena, tú, aterrada, tomaste su arma y le disparaste al desconocido, matándolo en el acto…
―¡Cállate ya! ¡Fui yo el que disparó! ―gritó Adam.
Estaba alterado, más que ella, que no halló cómo tranquilizarlo. Aunque, en honor a la verdad, con su cabeza dando vueltas como lo hacía, Estela no podría haberse ayudado ni a sí misma.
Leon Black, a diferencia de ellos, parecía encontrar la conversación y el sillón de lo más confortables.
―Eres un imbécil, hermanito. ―Alzó una taza de café humeante que estaba puesta en una mesa pequeña en medio de ellos―. Pero puedes gritar todo lo que quieras sobre tu culpabilidad, nadie te escuchará.