No era una roca ordinaria. Con solo golpear tres veces y abrir la puerta con normalidad, podías ver todo un mundo a través de esta y que, por lo general, los niños eran los ciudadanos ahí. Se situaba en un campo con algunos árboles y pequeñas casas de madera que era poco a poco comidas por la naturaleza. Ni siquiera contaban con luz eléctrica o velas, el fuego era fácilmente manipulado y tenía forma de una esfera uniforme; eso era lo que alumbraba el camino y las casas.
Primero entró Rigel para comprobar que no era dañino; su apariencia se rejuveneció, mostrándose como un muchacho de no más de trece años. Luego entró Hansen, que igualmente pareció rejuvenecerse casi la mitad de su edad; ahora parecía tener por lo menos unos 9 años.
—¿No es genial?
—Supongo.
Preguntó Rigel, volteando a ver a Hansen, notando que la consistencia de sus ojos (o bien, del encanto) volvía a ser inestable. Como consecuencia, mostró una afligida careta, invisible por su antifaz.
—Oh, vamos… ¿qué es lo que te está preocupando ahora mismo?
—Dónde voy a dormir esta noche, por ejemplo… o qué es lo que voy a desayunar mañana.
—¡Duerme en mi cabaña con el resto de los niños! Y mañana todos iremos a cazar y a pescar.
Hansen asintió no del todo convencido, metió sus manos en los bolsillos de su pantalón y le siguió el paso a Rigel. A todos lados donde volteaba, encontraba caras familiares, muchas de ellas de las fotos que estaban en el archivo de los niños perdidos, pero todos parecían estar bien, en perfectas condiciones (excepcionando que todos usaban pieles de animales como ropa y que estaban mal tratadas). La situación comenzaba a preocuparle. ¿Cómo podía ser que todos vivieran con tanta normalidad ahí? Sí en casa los esperaban con lágrimas y rezándole al Dios en el que cada familia creía, esperando por un milagro.
Llegando a la cabaña de Rigel, por lo menos había unos cinco niños ahí y entre ellos estaba Jude y Annelise. Tan pronto como ellos se encontraron, se reconocieron, sin embargo, la notoria edad que existía físicamente entre ellos incomodó a Hansen. Sí no mal recordaba, Jude debería tener por lo menos catorce o quince años.
—¡Hansen! ¡Qué pequeñito estás ahora! Hace tiempo que no nos vemos… te extrañé tanto. ¿Qué haces aquí? ¿Qué tal estás? ¿Cómo fue que te volviste tan joven?
Hansen levantó una ceja y ladeó la cabeza.
—Mi apariencia ahora mismo es lo de menos. Estoy muy bien, gracias por preguntar. Necesito conversar contigo sobre algo en especial.
—¡Bien! Dime qué es.
—Aquí no, es algo más… personal, por el momento.
Hansen tomó de la mano a Jude y salieron a las espaldas de Rigel, quien parecía prestar atención a los caprichos de Annelise, pues no paraba de llorar de repente.
Cuando estuvieron demasiado lejos del resto, pero sin abandonar esa pequeña colonia o que la luz del fuego se extinguiera, el huérfano soltó su mano y se aseguró de no encontrar nada ni nadie cerca suyo.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? Jude.
—¿Cómo que cuánto tiempo? No llevo tanto. Solo un poco. ¿Por qué lo dices?
—Por favor, llevas mucho tiempo aquí y tus padres están preocupados por ti.
—¿Mis padres? Somos huérfanos casi desde que nacimos.
—No estás entendiendo lo que te estoy diciendo…
Jude lo observó en silencio, esperando una explicación; sus ojos se volvieron tan inestables como los de su amigo.
—¿No recuerdas que fuiste adoptada desde hace ya dos años? Por la familia Bischoff. Ellos están en casa, esperándote.
Los ojos de Jude perdieron la cristalinidad que la melodía de la flauta del hombre le otorgó y la apariencia de Hansen pasó a ser más madura, la misma que tenía en 1980; el verlo así le dio la tranquilidad que buscaba a su alrededor, fue como un destello de luz en medio de una noche oscura, ausente de estrellas o la misma Luna.
—La señorita Elizabeth me contó por teléfono acerca de tu trabajo y me pareció espectacular que llegaras tan lejos a pesar de todas las adversidades que atravesamos juntos… Luego de enterarme de lo que sucedía en Whippersnapper Town, tuve la estúpida idea de venir y ver lo que ocurría, quería hacer lo mismo que tú y ahora mismo estoy aquí, usando todas estas pieles apestosas…
—No te culpes, está bien. Entiendo lo que hiciste y juntos sacaremos al resto de los niños. Necesito que me digas todo lo que sabes acerca de Rigel y este lugar.
Tan pronto como separó sus delgados labios, su femenina voz fue cortada por la escalofriante aparición de Rigel con su flauta.
—Chicos… ¿Qué se supone que hacen aquí afuera tan tarde? Tocaré la flauta para todos en casa y Annelise ya no llora más. Vuelvan a casa.
Rigel atoró su flauta en el cinturón de su ropa, después acarició las mejillas de ambos con suavidad; los ojos de cada uno volvieron a ser igual de cristalinos. La apariencia de Hansen cambió una vez más. Los condujo hacia la cabaña y no tuvo que pasar mucho tiempo para que hiciera el recital que mencionó con anterioridad. Aquella melodía que salía de su flauta era la misma que la que escucharon en el bosque y sirvió para oscurecer las preocupaciones sobre el mundo real de los niños, al menos por los próximos tres días.
Editado: 02.05.2022