Poso mis manos sobre mis muslos y alzo la vista hacia la pequeña ventanita que se encuentra en la pared. Está a cinco metros de altura, pero no me es imposible poder apreciar el amanecer. El cielo oscuro se ilumina creando una combinación extraordinaria de colores; azul contra rosado, naranja y, finalmente, amarillo.
La luz del sol se filtra por la ventanita iluminando la celda. Sin embargo, para mi es sólo una habitación como cualquier otra. Hay tres paredes hechas de nube esponjosa y una reja de oro que me separan de las acciones que hacen los Ocronus en la búsqueda de Luzoc. Soy consciente de que los arcángeles me han encerrado aquí por miedo. No me conocen y después de haber matado a esas bestias en la ceremonia de Despedida se han dado cuenta de mis capacidades de lucha. Pero no comprenden mi deber a pesar de haberles salvado la vida y en cualquier momento lo sabrán.
La Corte Celeste esta intrigada por mi presencia y sé que deben estar un poco molestos con Althea, pero ella tiene sus razones para hacer lo que hizo. Aunque no tengan sentido sigue siendo la fuente de sus acciones. Cuando le pedí que me llevara con el resto de la Corte recuerdo perfectamente que me dijo que no podía hacerlo porque me matarían y eso me da a entender que muy en el fondo ella se preocupa por mí. No logro comprender porque surge ese sentimiento cuando no me he ganado su confianza y espero algún día saberlo.
Entrecierro los ojos mientras observo como poco a poco el sol se alza en el cielo azul listo para empezar un nuevo día. Han pasado más de doce horas desde lo que sucedió y estoy segura de que el niño ya no está influenciado por el veneno de la criatura. Sonrío satisfecha por lo que he logrado. El día de ayer varios arcángeles murieron protegiendo a sus hermanos y era mi deber protegerlos a todos. No pude cumplir con ese cometido, pero he podido salvar la vida de un inocente y ese es el sello de una promesa. De ahora en adelante estaré pendiente de los ángeles. No dejaré que otro caiga por la oscuridad de los Ocronus y los protegeré hasta que esa plaga deje de existir. Si es necesario morir para poder lograrlo, lo haré.
Escucho pasos que se acercan y agudizo mi oído para identificarlos.
—Le hemos dado comida y agua, señor —murmura una voz gruesa y la identifico. Es el arcángel que me ha cuidado desde que me encerraron en la celda—. Pero no comió y uso el agua para limpiar la sangre que tenía en su piel.
— ¿Algo más? —pregunta una voz conocida.
Miguel.
—No ha dicho ninguna palabra, señor —sus pasos se acercan y sé que están afuera de mi celda—. Tampoco ha dormido durante la noche y es extraño —escucho el manojo de llaves.
—Concuerdo contigo —susurra Miguel y siento su mirada en mi nuca.
Bajo la mirada y la poso a mi izquierda. A unos metros de mi está el plato de madera con puré de papa y una pierna de pollo descompuesto que me trajeron horas después de dejarme aquí junto con el cuenco de madera que contenía agua. Efectivamente, use el agua para limpiar la sangre que había en mí porque tengo que estar presentable cuando este enfrente de la Corte y mientras me limpiaba note que mi chaqueta de cuero automáticamente entrelazo la tela destrozada dejándola como nueva. Ese pequeño acontecimiento me recordó las pocas cosas que se de mi cuerpo por lo que durante todo este tiempo estuve informándome sobre mis capacidades y ahora conozco a la perfección todas mis habilidades. Tal vez pueda usar una de ellas para hacer que la Corte Celeste me crea porque sé que, aunque les diga mi propósito, no confiarían en mis palabras al igual que Althea y eso podría complicar un poco mi misión.
La llave gira en el cerrojo de la celda y la reja se abre. Escucho un suspiro y alguien entra a la celda. Sus pasos resuenan y el arrastre de sus alas en el suelo rompe el silencio. Su caminar es lento y calculador. Me estudia meticulosamente mientras lo hace y espero paciente a que hable.
Alzo la mirada hacia la ventanita observando la luz que me regala el sol. Por el rabillo del ojo veo las botas blancas y la tela del pantalón blanco del ángel que ha entrado. Se posiciona enfrente de mí apartando la ventanita de mi campo de visión y me topo con el rostro serio de Miguel. Sus ojos azules no demuestran sentimiento alguno y su semblante carece de expresiones. Las plumas azules de sus alas brillan bajo la luz del sol y se cruza de brazos haciendo que sus músculos se flexionen.
Entrecierro los ojos y le mantengo la mirada. Puede parecer intimidante por fuera, pero existe una curiosidad enorme en su interior.
—No has descansado y tampoco has comido, ¿Por qué? —pregunta.
Ladeo la cabeza ante su pregunta. Sabía que tenía curiosidad sobre mí y eso es bueno porque así me conocería mejor pero el tiempo no espera. Sólo transcurre y cada segundo es importante. Necesito hablar sobre el peligro que se avecina.
Editado: 16.02.2018