Meses atrás...
MIA
—¡No dejes de contar! —exclama mi padre antes de darme el siguiente azote.
Trago saliva cerrando los ojos, tratando de recodar en qué número me quedé. ¿Veinte? ¿Veintidós? Oh, ya recordé.
—Veinticinco. —musito con voz temblorosa esperando no haberme confundido.
El alivio me invade el cuerpo cuando el cinturón cae al suelo.
Por fin terminó.
—Vete a tu habitación y no salgas hasta que la cena esté servida. —ordena rodeando su escritorio de caoba y tomando asiento en su silla estilo victoriano.
Me enderezo lentamente, apretando la mandíbula ante la quemazón que se esparce por mi espalda e ignorando la sensación de los hilos de sangre deslizarse por las heridas que han dejado los azotes. Me trago las lágrimas que amenazan con salir para después, si me pongo a llorar solo provocaré que se irrite y vuelva atacarme.
—Como ordene, señor. —respondo con la mirada en el suelo.
Camino dando pasos pequeños y cautelosos hacia la puerta cubriendo mi pecho con la casaca que me obligó a quitarme antes de empezar mi castigo. Siento la tela de mi camiseta pegada a mi espalda, seguramente por la sangre.
Mi mano roza el pomo de la puerta al mismo tiempo que su mano de tacto áspero se envuelve en mi muñeca haciendo que gire mi cuerpo hacia él.
Lo miro con puro terror encogiéndome. ¿Qué he hecho ahora?
—Cuando me hables debes mirarme a los ojos y con voz fuerte. ¿Quedó claro? —la presión en mi muñeca se hace más fuerte ante la pregunta.
Aprieto los labios porque me corta la circulación y el olor al vodka que emana su boca me produce náuseas.
—Lo siento, señor, no volverá a ocurrir. —Pronuncio con voz alta elevando la mirada para enfrentar sus ojos celestes como los míos. La diferencia, es que los suyos son fríos y solo destilan odio hacia mí.
Me suelta la muñeca y se aleja de mí para tomar asiento en su sillón tomando unos papeles en sus manos, comenzando a revisarlos.
Tomo eso como indicación de que ya puedo retirarme. Abro la puerta para salir de su despacho rápidamente, mientras más me aleje de él mejor será para mí. Cruzo el pasillo mirando mi muñeca enrojecida y con la marca de sus dedos, lo bueno es que se desvanecerán rápido, así mis amigos no armarán una escena al día siguiente.
Cuando llego a mi habitación, cierro la puerta detrás de mí y llevo la mano a mi boca justo en el momento que el primer sollozo sale de mis labios, seguidos por otros. Las piernas me tiemblan por los incontrolables sollozos, debo sostenerme a la perilla de la puerta para no caer de bruces.
Mi vida es un asco. No hay día que esto no se repita cuando mi padre está en casa, es una tortura interminable de la que no sé si algún día podré escapar.
¿Cómo es posible que la persona que supuestamente tendría que amarme y protegerme con su vida fuera la misma que ocasiona mi sufrimiento?
Sencillo de responder. Porque para Ashton Walker, mi padre, soy la causante de su mayor desgracia.
No había día en el que mi padre no me echara la culpa por la muerte de mi madre, su universo y la luz de sus ojos. Y yo se la arrebaté al nacer. Mi madre murió al darme a luz, fue un embarazo delicado y de alto riesgo, los doctores les advirtieron del peligro pero mi madre no escuchó y deseó tenerme, y mi padre aceptó porque la amaba.
Pero desde el primer momento que yo empecé a respirar y la vida de mi madre se apagaba, fue mi sentencia para recibir el odio y la indiferencia de mi padre. Se hizo cargo de mí, me dio un techo, comida, estudio y vestimenta, pero nunca me cargó o me dio una muestra de afecto. Solo he recibido insultos y golpes durante casi dieciocho años.
A veces me pregunto porque me mantiene a su lado si tanto me repudia. Pudo dejarme en el hospital, ponerme en adopción o abandonarme en la calle o un orfanato, pero no, decidió quedarse conmigo por alguna razón desconocida.
O tal vez solo se quedó contigo para vengarse de ti. Cierro los ojos negando cuando ese pensamiento viene a mi mente, no quiero atormentarme. Ya tuve suficiente por este día.
Respiro hondo antes de impulsarme para levantarme. Aprieto los labios cuando un grito amenaza con salir de mis labios, haber flexionado mis omóplatos me ha enviado una descarga eléctrica dolorosa por toda la espalda. Eso me indica que mi espalda debe estar peor de lo que creí.
Camino lentamente hasta el baño intentado hacer el mínimo movimiento para que los músculos de mi espalda no se muevan. Al llegar, ni siquiera me tomo la molestia de cerrar la puerta, mi padre nunca entra y los empleados deben estar haciendo sus quehaceres.
Al pararme frente al espejo, una chica con ojos azules claros pero irritados por el llanto me devuelve la mirada. Mi cabello castaño claro que estaba sujetado en una cola alta está deshecho, algunos mechones están sueltos y el resto está desordenado por el jaloneo de cabello que me dio mi padre mientras me arrastraba a su despacho.
Abro el grifo del lavabo y me lavo la cara con el agua fría que me da una sensación de alivio para mi rostro caliente. Respiro hondo y boto el aire por la boca antes de tomar los dobladillos de mi camiseta para sacármela. De inmediato dejo caer los brazos cuando el ardor vuelve a mi espalda.
Vamos, Mia, tú puedes. Solo quítate rápido la camiseta, no lo hagas lento que será peor.
Asiento escuchando a mi subconsciente y vuelvo a intentarlo. Inhalo y exhalo el aire antes de tomar el dobladillo, levantarlo y sacarlo por mi cabeza dejándolo caer al suelo. Siseo entre dientes ante el dolor, apoyando mis manos en el lavabo cerrando los ojos. Vuelvo a seguir el patrón de respiración mientras espero a que el dolor pase.
Una vez que el dolor se aligera, giro hasta quedar de costado. Mi espalda está enrojecida, tiene largas y gruesas marcas del cinturón de mi padre y en algunas partes sale hilos de sangre que se deslizan hasta la parte baja de mi espalda. Las veo con detenimiento y me alivia bastante ver que no necesitaré ir al hospital, solo hubo una ocasión en que lo necesité.
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Editado: 29.11.2024