MIA
Sangre.
Gritos.
Un cuerpo en el suelo.
—¡No! —grito.
Mis ojos se abren abruptamente al mismo tiempo que me impulso hacia adelante llevando mi mano al pecho ante la falta de aire. Mi sien duele más lo ignoro, estoy desesperada por la falta de oxígeno en mis pulmones que respiro por la boca que se llena del sabor salado de las lágrimas que caen sin control.
«Fue una pesadilla. Fue una pesadilla.»
—Dios Santo —jadeo.
—¿Mia?
Paso mis manos por mi rostro limpiando las lágrimas al mismo tiempo que escucho la voz de Hillary provenir desde el pasillo. Abre la puerta de mi habitación y la recorre con la mirada hasta que me encuentra en mi cama temblando.
—L-lo s-siento, no quise…— Mi voz se quiebra.
Agacho mi mirada abrazando mis piernas.
—Tranquila —Se sube a la cama. En cuestión de un segundo soy envuelta por la calidez de sus brazos—. Está bien, fue solo un mal sueño. Todo está bien.
—Fue muy real.
Las lágrimas no dejan de caer por mi rostro cada vez que recuerdo la última imagen.
—Sh, ya pasó.
Cierro los ojos ante el contacto de su mano en mi cabello, es un gesto reconfortante como el ritmo tranquilo de su corazón latiendo pegado a mi oído.
Nos quedamos en silencio unos minutos, en los cuales me mece de adelante hacia atrás como si tuviera a un bebé en sus brazos. Cuando abro los ojos y levanto mi mirada hacia me encuentro una cálida y dulce sonrisa.
—Lamento haberte despertado.
Sacude la cabeza.
—Está bien. No hay nada que disculpar —asegura.
Lentamente y con cuidado, sus brazos me guían hasta que termino recostada con mi cabeza apoyada en sus piernas. Toma mi cobija y nos cubre a ambas para volver a su labor de acariciar mi cabello.
—¿Quieres contarme lo que sucedió? —pregunta. Asiento tímidamente con la cabeza —Te escucho.
—Estaba en Portland —comienzo—, en la carretera hacia mi casa, era de noche y todo estaba tan oscuro que apenas podía ver frente a mí. Cuando llegué a la entrada… —cierro los ojos con fuerza, ocultando mi rostro en sus piernas. Me cuesta mucho terminar la oración, pero continúo: —Había gente tirada en el suelo. Muertos. Todos bañados en sangre y despedazados.
Ahogo un sollozo cubriendo mi boca con mi mano.
Sigo relatándole lo que vi. Nunca olvidaré ese escenario tan horrífico. Y no solo era eso, sino que algunos de ellos lucían como demonios con garras, los ojos abiertos carentes de vida eran diferentes a los de un humano y… otros parecían animales.
—¿Qué clase de animal? —pregunta Hillary.
—Lobos —balbuceo mirando a la nada. —Como si los hombres ahí se hubieran semitransformado, tenían la cabeza, patas y garras como la del animal… También había unos lobos de verdad. —mi mente me regresa a aquella noche de la fiesta. Los lobos de mi sueño eran muy parecidos a aquel me salvó. —Pero había alguien más.
—¿Tu padre?
Sacudo la cabeza.
—Era Paul.
—¿Quién es Paul?
—Mi mejor amigo. Él estaba ahí, muerto. —me paso las manos por el cabello. Volteo a verla, inquieta. —Hillary, yo no tengo este tipo de sueños. Siento que algo malo le ha pasado.
Hasta ahora conservaba la última imagen de mi amigo en su auto riendo como recuerdo. Esa imagen estaba opacada por esta pesadilla donde su hermoso cabello rubio platino estaba manchado de sangre, sus ojos celestes estaban abiertos mirando al cielo y tenía heridas en todo el cuerpo que destruyeron su ropa. El horror y miedo que debió haber sentido en sus últimos segundos de vida se quedaron grabados en su perfecto rostro.
—Mia, es sólo una pesadilla. No te dejes llevar por eso, cielo.
—Pero se sintió real. —insisto.
—Hay personas que tienen mucha imaginación y combinan la fantasía con la realidad en sus sueños. Tal vez eso te ha pasado con tu pesadilla. —propone, encogiéndose de hombros. —Tal vez tu miedo de volver allá se combinó con, no sé, algún libro o película de esa clase que hayas visto.
De pronto, se siente que el ambiente entre nosotras ha cambiado.
A pesar de que me mira con dulzura y serenidad, siento que hay algo más. Había notado que su mirada cambió cuando mencioné sobre los lobos, más lo había ignorado. Era como sospechas hacia mí y ahora intentara estudiarme para descubrir si escondía algo.
Aun así, continúo.
—No ese tipo de personas. —aseguro— Sé lo que vi. —me llevo la mano al pecho. —Algo aquí me dice que Paul no está bien. Yo… debo ir a buscarlo.
Sé inconsciente que es una locura querer volver después de haber huido. Pero estaba hablando de Paul, el chico que me había protegido durante toda la vida y de quien no me despedí.
—Wow, cálmate. —Se levanta de la cama poniendo sus manos frente a ella. —No estás pensando con claridad.
—Quizás ya descubrió que me fui. —hablo conmigo misma— Debe estar preocupado, tal vez quería buscarme y le pasó…
—Basta, Mia.
Cierro la boca ante el tono tajante y serio de Hillary al dirigirse a mí. La mirada casi maternal ha desaparecido en cuestión de nanosegundos y ahora posee una intimidante, una que causa escalofríos.
—Una pesadilla es una pesadilla. Es producto de nuestra subconsciente que revela hasta nuestros más profundos temores. Las pesadillas no se hacen realidad, sólo los sueños.
—“Nos prometieron que los sueños podrían volverse realidad. Pero se les olvidó mencionar que las pesadillas también son sueños.” —murmuro.
—Oscar Wilde puede equivocarse.
Aparto mi mirada.
No creo que Hillary entienda mi preocupación, pero es comprensible. Hasta yo reconozco que estoy actuando como una loca.
—¿Por qué no lo llamas cuando amanezca? —propone. —Así también lo tranquilizas diciéndole que estás bien.
Asiento con la cabeza.
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Editado: 29.11.2024