ETHAN
—¿Cómo está? —Me pregunta Aiden, ansioso.
—Se está adaptando al veneno. —comunico.
—Hiciste lo correcto, Ethan. —dice Astartea, sentada en una silla de la habitación. —Lo salvaste de la muerte.
—Lo condené a una vida peligrosa. —corrijo. No puedo mirar al chico sin pensar en todo lo que tendrá que renunciar. —¿Qué sucederá si no acepta esto? ¿O ser parte de la manada? El destino que le depara como omega será terrible.
—Lo ayudaremos a adaptarse. Igual que tú lo hiciste conmigo —Siento la mano de Aiden apoyarse en mi hombro—. No estará solo, nos tiene a nosotros. Somos más que una manada, somos familia. Luchamos, protegemos y vivimos juntos hasta el final.
Volteo a verlo. Es reconfortante ver la lealtad y el apoyo en su mirada azul oscuro.
Mayormente los betas suelen ser codiciosos y ambiciosos, tener el puesto los hace sentir poderosos y más cerca de tener el control absoluto. Pero Aiden no era así, y eso me hace sentir afortunado.
De pronto su mirada se vuelve seria.
—¿Qué ocurre? —pregunto frunciendo el ceño.
Amplifico mis sentidos, en especial mis oídos. Quizás él había detectado problemas.
—Noto algo raro en ti. —ladea la cabeza, mirándome con detenimiento. Me remuevo incómodo en mi lugar porque creo a qué se refiere. —Algo ha cambiado. Espera... —Levanta su dedo índice que luego pega sus labios abriendo los ojos de sorpresa— ¡No puedo creerlo! ¿Encontraste a tu chica?
«Carajo.»
Paso saliva desviando mi mirada por primera vez al cuerpo inconsciente de Paul. El sudor cubre su cuerpo hasta tomar un brillo bajo la luz de la habitación, un sudor que Astartea se encarga de limpiar pasando una toalla mojada por su rostro.
—Ethan. —insiste Aiden.
Hago caso omiso a su llamado y salgo de la habitación dirigiéndome hacia las escaleras de la suite del hotel en el que me hospedaba.
Me rasco la nuca, nervioso. Sí, nervioso. Aiden y yo somos como hermanos, los confidentes del otro por lo que no había secretos, lo sabíamos todo del otro así que entiendo su curiosidad y asombro de descubrir que ya encontré a mi compañera y no le he dicho. Pero, ¿Cómo le explico que Mia, su pequeña hermana a la que está buscando desesperadamente, es mi alma gemela?
Es capaz de dejarla viuda.
—¿Vas hacerme la ley del hielo?
Siento sus fuertes y pesadas pisadas detrás de mí, indicándome su molestia. Odia que lo ignore.
—Ethan, responde, maldita sea. —espeta.
—En la cocina. —dictamino, mirándolo severamente.
Sigo mi camino hasta la cocina para servirme un vaso de agua. He visto a Aiden furioso, sé de lo que es capaz si no se le pone un alto a tiempo. Lo que menos me gustaría es tener un conflicto con mi beta… y ahora cuñado.
—Sí, ya encontré a mi compañera. —hablo luego de unos minutos en completo silencio.
Aiden, quien está parado frente a mí al otro lado de la isleta de la cocina, parpadea lentamente asimilando la información. Veo como una sonrisa se forma en sus labios y se acerca a darme un abrazo palmeando mi espalda en cámara lenta, sabiendo que si supiera quién es no lo estaría haciendo. Por lo que aprovecho estos breves segundos.
—¡Eso es fantástico! Ya era hora. —suelta una risa, dando unos pasos hacia atrás.
—Gracias. Estoy muy emocionado.
—Me imagino que sí. ¿Quién es? ¿Cuándo la conociste? ¿Por qué no está aquí?
«Hasta aquí el momento de felicidad entre amigos.»
Respiro hondo tanteando mis dedos sobre la encimera.
—Es difícil de explicar.
Me mira divertido sentándose en la silla, a mi lado.
—Oh, vamos. ¿Se niega a aceptar el lazo? —adivina— Dale tiempo, verás como cede al final.
—Eso espero.
—Pero dime su nombre. ¿Quién es? ¿La conocemos?
Apoyo mis brazos en la encimera, jugando con el vaso de vidrio.
—Escucha, —comienzo, acomodándome en mi sitio. —tú sabes que esto, lo de las almas gemelas, es un obsequio de la diosa de la luna que no puedo negar a aceptar y que no puedo controlar quién es, pero de poder hacerlo lo haría…
—¿Por qué me dices esto? —interrumpe —. Estás muy nervioso y debes relajarte. Ni que tu compañera fuera mi hermana. —Suelta una risa.
Mi agarre se hace más fuerte en el vidrio que temo romperlo, mis brazos se tensan marcando mis venas y me rasco nervioso la nuca. Sé que él ya se dio cuenta cuando su risa cesa de golpe y me mira fijamente.
—¿Quién es tu compañera? —escupe las palabras.
Me pellizco el entrecejo viendo como se pone de pie y aprieta sus puños hasta que sus nudillos se vuelvan blancos.
—Aiden, te juro que no sé cómo pasó. Yo solo…
—¿Quién es tu compañera, Ethan? —interrumpe apretando los dientes.
—Es Mia. —respondo.
Da un paso hacia adelante ladeando la cabeza, mirándome confuso.
—Es imposible. No la conoces. —sacude la cabeza, incrédulo. Baja la vista al suelo parpadeando rápidamente antes de volver a subirla frunciendo los labios. —Jamás la has visto. Mientes.
—Dos días antes de tu llegada —empiezo—, tuve el sueño que me impulsó a venir a la ciudad. Conduje por horas, vi a cada chica con la que cruzaba miradas y no pasó nada; estaba por irme cuando fui al bosque y la vi.
Cierro los ojos con fuerza ante el asco que siento al recordar aquella noche. Jamás imaginé que conocería a mi compañera donde su vida corriera peligro. ¿Qué hubiera pasado si no iba al bosque? La ira crece en mi interior de solo pensar lo que aquel pedazo de escoria habría hecho.
—Un hombre casi se aprovecha de ella. Lo detuve a tiempo, volteé a verla y fue cuando pasó. —Me quedo sin aire de solo recordar ese preciso momento en el que nuestras almas se reconocieron a través de nuestras miradas. —Tú sabes lo que se siente, has pasado por ello. Es como un reencuentro, como si ambos fuéramos parte de un todo que estuvo separado hasta el momento que coincidimos. No podía dejar de mirarla, ella…
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Editado: 29.11.2024