MIA
El miedo me consume.
Las lágrimas caen por mis mejillas, mi piel se eriza y mis piernas están temblorosas como la gelatina.
Es él.
Mi padre.
Me encontró.
Su mirada es la de siempre, llena de odio e ira, pero esta vez tiene un destello diferente que enciende la alerta en mi cabeza.
No viene a buscarme y llevarme de regreso con él.
Quiere matarme.
—La mataste.
Niego con la cabeza, frenética.
—No. —susurro en voz baja.
Asiente con la cabeza sonriendo como loco. El brillo en sus ojos es de satisfacción al verme asustada. Siempre le ha gustado eso, que sea vulnerable y fácil de asustar.
—Pagarás por todo el daño que hiciste… asesina.
Ante el primer paso que da al frente reacciono y empiezo a correr tan rápido como es posible. Huir. Huir. Huir. La palabra martillea incesantemente mi cabeza. Tengo que huir del demonio que me persigue si quiero mantenerme con vida. Me niego a recibir más golpes que destruyan mi cuerpo y mi corazón. Me niego a morir.
Mis manos apartan las ramas de los árboles que obstaculizan mi visión con tal fuerza que las hojas y ramas más delgadas se rompen y caen al suelo para ser despedazadas bajo mis pies. El viento helado golpea mis mejillas. Las lágrimas retenidas nublan mi visión que apenas logra ver en la oscuridad que reina en el bosque ya conocido, la sombra que forma los árboles le da un aspecto más terrorífico. Sello mis labios en una firme línea para no vociferar gritos que lo alerten de mi ubicación.
Pero mis esfuerzos no son suficientes.
El áspero tacto conocido para mi piel se cierra alrededor de mi nuca, apretándola con fuerza, y me impulsa hacia atrás. Mis pies dejan de tocar el suelo, esos pequeños segundos que estoy en el aire se sienten eternos como si estuviera en cámara lenta y luego toman rapidez cuando mi espalda golpea el tronco de un roble enviando una oleada de calor.
Duele.
—Memorízalo, Mia. —su voz suena como un eco en mi cabeza. Me siento tan mareada. —No importa si te vas al otro lado del país. Te encontraré incluso debajo de las piedras.
En el momento que abro los ojos deseo no haberlo hecho. Está parado frente a mí apuntándome con lo que dará fin a mi vida. No me muevo ni imploro. ¿Qué caso tiene? La misericordia no forma parte del diccionario de un psicópata.
Espero el final, pero un fuerte aullido aproximándose detiene el tiempo.
«¡Mia!»
Esa voz…
Giro mi rostro en dirección al sonido. Mi corazón late eufórico como si reconociera quién es. Su nombre hace eco en mi cabeza viajando hacia mis labios en una urgencia por llamarlo y me rescate.
Todo se vuelve negro antes que pueda decir su nombre.
***
Mis manos se hunden en el colchón cuando abro los ojos con una sensación de vértigo instalada en mi estómago.
Otra pesadilla.
¿En qué momento me volví a dormir?
Entorno los ojos mirando a mi alrededor, la luz del día se filtra por las cortinas de mi habitación iluminándola. A mi lado se encuentra el portátil con la pantalla negra y un cuaderno -que tomé prestado del cuarto de estudio- con los apuntes de la investigación que hice anoche.
Froto mis ojos mientras me levanto con pesadez de la cama y me dirijo al baño. Mi cuerpo se arrastra como si llevara un costal de cemento en los hombros. Todavía estoy mareada por el vértigo que debo sostenerme a la pared para no caerme.
Una vez logro encender la luz, apoyo mis manos en el lavabo y respiro profundamente tres veces antes de levantar mi rostro al espejo. Inmediatamente una lágrima recorre mi mejilla. No hay golpes, ni heridas y dolores musculares.
No hay dolor.
—Estás bien, Mia —Le digo al espejo. —Estamos bien.
Pequeños sollozos salen de mi boca mientras me abrazo a mí misma. Mi cuerpo tiembla por el alivio que siento. No recuerdo cuándo fue la última vez que me sentí así. Creo que nunca lo he experimentado.
Todo es nuevo.
Me desvisto entrando a la ducha. Pierdo la noción del tiempo bajo el agua caliente que relaja mis músculos y despeja mi mente. Adoro esto. Adoro sentirme libre, sin miedo y angustia de lo que me espera al salir de aquí.
Salgo de la ducha cuando el aire se vuelve caliente debido al vapor que llena la habitación. Una vez termino de secarme y vestirme oculto el collar que cuelga de mi cuello debajo de mi camiseta. No quiero correr el riesgo de perderlo, es la única posesión que mi madre me confío para cuidar; era importante para ella y por ende lo es para mí.
Mientras salgo de la habitación pienso en dónde seguir con mis investigaciones. No hay mucha información de la cultura celta en internet, y de haberla es confusa ya que muchas páginas se contradicen. Ojalá en la biblioteca de la ciudad tenga más suerte.
Mi estómago gruñe al ver la fruta que reposa en el cesto de la isleta. El hambre que sentí durante la madrugada se ha intensificado, así que cojo una manzana y la corto en varias tajadas para comerlas observando la ciudad por la ventana en silencio.
Minutos después me asomo desde la cocina cuando la puerta principal se abre. Hillary entra quitándose los auriculares y con la respiración acelerada, lleva puesto un top y una leggin del mismo color que moldea su figura digna de una sirena. Puedo ver desde aquí cómo su piel brilla a causa del sudor que la cubre.
—Buenos días. —saludo.
Se gira hacia mí, sorprendida.
—Oh, Mia. Creí que estabas dormida como las demás.
—No tenía sueño.
—¿No dormiste después de lo que pasó?
—Sí. —miento, técnicamente—Pero me cuesta dormir después de despertarme una vez.
Me observa detenidamente.
—Ya veo.
Sigo con la mirada sus pasos.
—¿Qué harás hoy? —pregunta. Se sirve un vaso de agua una vez que está frente a mí.
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Editado: 29.11.2024