『♡』
HENRY
(Londres – Inglaterra)
Bádminton House.
Dos semanas después…
Los iluminados rincones de la propiedad de los Duques de Beaufort, que se caracterizaba por ser un lugar cálido sin importar las personas que lo habitaban, en esos momentos se visualizaba sumido en una profunda aura de oscuridad.
Solo el resonar de las puertas implorando por un poco de aceite para dejar de rechinar, asustaban hasta el ser más bondadoso que hubo habitado la tierra.
Pese a ser entrada la mañana, y el sol estar en todo lo alto, por los sucesos vividos en los últimos días, la tensión en el ambiente se sentía con solo pasar por el frente de la residencia.
Nada era igual.
Todo inmerso en un completo silencio abrumador, que le erizaba la piel al que osaba siquiera a hablar con una de las cabezas del ducado.
Más en específico con Fleur Somerset.
En el pasado una don nadie, con ínfulas de reina del mundo, que logró tomar el cielo con las manos cuando Henry, el hijo mayor, y heredero al Ducado de Beaufort se había fijado en ella, solo siendo una simple prostituta.
Cabía destacar que la mejor de todas.
La más codiciada.
Sus curvas remarcadas sin llegar a ser vulgares, su cabello de un rubísimo muy parecido al oro, pero sobre todo su muy inusual apariencia refinada, le habían hecho ganar el privilegio de ser la cortesana más solicita por los hombres de mayor influencia del contiene americano. En un lugar tan cotizado como el Averno.
Así fue como le conoció Henry.
Una noche, en donde su prioridad era pasar un buen rato antes de regresar a asumir lo que era su obligación como correspondía.
Hastiado de todo, se dejó guiar por la fachada de un bar que parecía ser el más sofisticado de la zona.
El nombre como su mayor atractivo.
Echando de menos, desde antes de embarcarse su muy aventurera vida.
Donde la juerga, y el ocio eran su pasatiempo predilecto sin rozar en la vagancia.
Su plan inicial era degustar un par de copas, y descansar para lo se le avecinaba.
No obstante, todo cambio cuando la observó pavonearse por el lugar con ese andar sofisticado, pero sensual.
Que hipnotizaba y atrofiaba los sentidos.
Se percibió el hombre más afortunado cuando posó sus grandes, y cálidos ojos azules en su faz.
Y más ante el hecho de que se detuvo a escrutarlo con profundidad sonrojándose en el proceso.
En ese momento supo que estaba irremediablemente perdido.
Al principio por su belleza, y después por el par de palabras que compartieron demostrándole su insondable tristeza.
Esa noche no la tomó como lo hubiese hecho con cualquiera.
Porque ella era especial.
Pese a sus obligaciones se retractó inmediatamente de su regreso, postergándolo unas semanas más.
Los mejores días de su vida.
No fue fácil conquistarle.
Una tarea que al cumplirla supo que no se arrepentiría jamás.
Después de eso la subió en el primer barco que zarpó rumbo a Londres.
Gracias a sus contactos le adjudico una identidad nueva, dejó a su prometida impuesta plantada, y se desposó a escondidas borrando todo su turbio pasado.
Presentándole como la dama más refinada de todas.
Sin importar los desprecios que le hacia su familia.
Y más cuando se enteraron del pequeño, pero gran secreto que cargaba a cuestas.
En ese momento a él no le importó.
En realidad, nunca lo hizo, hasta que, investigando un poco, se enteró de la cruda realidad.
De lo engañado que se hallaba.
De lo burlado que se apreció al descubrir que aquella mujer, que pese a todo la creía el ser más intachable de todos, se estaba desmoronando ante sus ojos.
¿Cómo no lo supo ver antes?
Le dio cabida en su vida.
Pagándole descaradamente con una traición, que no le dolía tanto por el, si no por sus hijos.
Esos seres que no pidieron venir al mundo, y no se merecían esa madre que la vida les concedió, que el por su ceguera les impuso.
En ese mismo momento lo estaba corroborando.
Los documentos que le entregó el investigador mostraban todas sus pantomimas, incluida la última y gran Azaña, la cual se llevaría a cabo prontamente.
Con una cómplice, que quizás fuese la única que no tenía nada que ver en el asunto.
Pero, curiosamente era la que estaba más amoldada a su imagen y semejanza.
—Y eso es solo lo que ha hecho las últimas semanas, Excelencia —ultimó Fernsby.
El hombre de mediana edad que había contratado para aquel menester, el cual le hablaba mientras intentaba procesar toda la información.
» Si tengo alguna novedad se lo haré saber a la brevedad.
—Puede retirarse —le mostró la salida —. Me pondré en contacto con usted si llego a necesitar de sus servicios.
No objetó.
Siguió su pedido dejándolo solo en la estancia.
Con la seguridad, que todo cuanto ese hombre tenía se estaba cayendo como un castillo de naipes, dimitiendo a su corazón a la deriva.
Se sentía perdido.
A su edad, y catalogado como el hombre más centrado de su familia pese a su locura juvenil y el fallido compromiso, supo que cada error le estaba pasando factura.
En especial la canallada tan vil que efectuó con ella.
Por eso, supo que debía hacer.
Su procedimiento, en cuanto a la situación que se le saldría de control si no actuaba a la brevedad.
Actuando por primera vez en contra de la persona correcta.
Sin remordimientos de ningún tipo.
Caerían las máscaras, y libraría a sus seres amados de lo que el mismo provocó.
Se irguió con parsimonia, caminando lejos del escritorio.
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Editado: 07.12.2022