『♡』
ADLER
La desazón, y la angustia de verle tan frágil le estaba matando lentamente.
La última vez que la percibió de esa manera tuvo el arrebato más hermoso.
Casarse a escondidas.
Algo de lo que nunca se arrepentiría.
Era consciente de que en ese momento no era tan simple.
Su mujer se veía demacrada.
Con ojeras acentuadas, y una tristeza en su faz que nunca había distinguido.
Salió de la estancia cuando el médico, que para fortuna estaba de paso por la zona para revisar a los trabajadores y arrendatarios, fue a su encuentro sin siquiera pedírselo dos veces.
Pese a que Freya le ahuyentó la última vez que se toparon.
Definitivamente era un hombre con principios, y muy profesional.
En todo caso, no le pareció descabellado que hiciese ese tipo de concesiones al atender a la familia desde que era muy chica.
Se encerró con está, pidiendo encarecidamente que no le interrumpieran, así escuchasen gritos de su parte.
Ya conocía a la desquiciada de su esposa, así que no le importó que hiciese ese comentario, con tal de oírle blasfemar en su nombre.
Se dirigió al despacho.
Dejando a Alex al pendiente de cualquier cosa.
Con postura abatida.
Pasándose las manos por el rostro, se adentró al despacho.
No le importó, ni se percató de que todas las miradas de los hombres que se hallaban en el sitio se posaron en su ser. Al igual que de la rubia.
Se recargó en la silla más cercana, dejando salir un suspiro que le fisuraría un poco el alma a quien lo viese tan derrotado.
El silencio era denso.
Ni siquiera las respiraciones se escuchaban.
—No soy el indicado para cuidarle —soltó después de un rato, en el que los pensamientos le estaban pasando la cuenta.
Él sabía perfectamente que solo le causaría problemas.
Debía dejarle ir, pero si se lo planteaba le daba pavor perderle para siempre.
—No sabias que esto ocurriría —uno de los de la sala se atrevió a acercarse, y posar su mano en el hombro de este —. Pese a que sabemos de lo que es capaz ¿Cómo premeditar que llegaría hasta aquí? Y todo porque un par de hombres influyentes se dejaron afectar por las artimañas de una pequeña, e indefensa mujer —los mencionados fulminaron con la mirada al que se atrevía a blasfemar de sus capacidades.
—Incumplí la promesa que le hice, debe estar odiándome —se apreciaba desesperado —. La aparté de mi lado, y le encerré en contra de su voluntad —suspiró con pesadez, ignorando la disputa que se estaba efectuando en sus narices.
—Ella lo entenderá —volvió a su labor de consolarle —. Conoces sus ímpetus, y es solo cuestión que le muestres esa cara de enamorado arrepentido, y ella te perdonará hasta que hallas querido defender a la que fue mi esposa —en otro momento ese comentario le hubiese afectado, pero ahora lo único en lo que pensaba era en su salud.
Que estuviese bien.
—Es mejor que alguien le diga la verdad, en vez de querer alentarle con palabras falsas —nuevamente la voz de la rubia hizo acto de presencia, no dejándose intimidar ni un ápice por la mirada fulminante de Sebastien, al cortarle de aquella manera tan abrupta —. Claro que lo perdonará Milord —se acercó hasta quedar a unos cuantos pasos de su entidad —. Pero, nunca se le olvidará el dolor que sintió en su pecho, cuando sin escuchar sus suplicas le dio la espalda, dispuesto a aceptar que fuese alejada de su lado —¿Qué? —. Se entiende, se perdona, pero no se olvida —entornó los ojos al apreciar esas palabras dichas mirando al pelinegro a su costado —. Porque es una marca de por vida el saberse insignificante ante los ojos de lo único brillante a su alrededor. El mundo mismo, que sin contemplaciones destruyó —Sebastien y el boquearon en sincronía ante las palabras, por lo menos difusas para el de la rubia.
Sin embargo, fueron cortados por quien hasta el momento estaba siendo preso de los encantos de la dama.
—Tiene razón —llamó su atención Londonderry, con gesto analítico logrando que lo enfocase distraído —¿Porque ibas a sacarle del país?
Se enderezó ante su aseveración.
—¿Que yo iba a hacer qué? —no tenía idea de lo que estaba hablando.
—Le mandaste una nota informándole que partiría a Italia, por eso ella hizo todo esto —informó Duncan, secundando los de la sala.
—¿Qué nota? —preguntó sin comprender —. Yo en ningún momento ordené tal cosa —era incapaz —. Solo le he escrito misivas manifestándole cuanto le extraño, y preguntándole por su bienestar —estaba demasiado confundido.
En ningún momento le pidió que se fuera.
No la tendría lejos más de lo necesario.
Pese a que estaba incumpliendo su promesa, poner tanta tierra de por medio lo enloquecería hasta el punto de cometer una locura.
—Te equivocas —esta vez hablo Austin —. Ella no ha recibido ninguna correspondencia de tu parte, porque soy el que me encargo personalmente de sus cosas —se tensionó de solo escuchar aquello.
Sabía que lo hacía porque sentía aprecio por Freya, aparte de la ayuda desinteresada que le estaba brindando.
Pero, no por eso dejaba de fastidiarle que otro se hiciera cargo de su persona.
No era momento de demostrar cuanto le molestaba ese aspecto, ni mucho menos como es que se las había pasado aquello por alto siendo un espía de la corona, y un hombre influyente con una inteligencia suprema.
Ahí lo importante era saber que estaba pasando.
Después les reprocharía su negligencia.
—¿Tienen la nota en donde le pedí que se fuera? —preguntó mirándolos con ira contenida.
Duncan asintió acercándosela.
Ante la mirada atenta de todos la leyó.
Esa no era su letra.
Muy parecida, pero él no escribió aquello.
#4085 en Novela romántica
#1552 en Otros
#268 en Novela histórica
primer amor real, amor verdadero mentiras secretos celos, primer amor distancia y reencuentro
Editado: 07.12.2022