Provócame

DYLAN

¡Pero qué diablos! ¿Acaso acababa de invitar a esa mujer a mi fiesta sin saber quién diablos era? ¡Carajo! No lo pensé hasta ahora ¿Qué pasa si es una de esas locas que hacen problema? esperaba que no lo fuera, estaba demasiado buena para ser de ese modo. No dejaba de pensar en ella desde hace cinco minutos que la dejé en su piso. Era demasiado atractiva.

Si todo salía como lo estaba planeando, sería mi chica de esta noche. Quería enterrarme en ella, dejarla jadeando y sudorosa, como estaba en el ascensor. ¡Maldición! Era demasiado excitante solo pensarlo. Me hizo perder cierta coherencia al verla agitada, llevaba una semana de no tener nada en absoluto y lo necesitaba.

—¿Qué cara Dylan? —dijo Mike, mi primo y mejor amigo.

Mi tía era muy apegada a la familia, desde muy pequeños, Mike y yo fuimos inseparables. Hacíamos todo juntos, desde ir a la escuela privada súper cara que papá pagaba, hasta las clases de kárate y fútbol americano que definirían nuestro futuro. Éramos rebeldes de profesión, según decía mi madre.

Toda mi vida soñé con ser jugador profesional, ser aclamado por muchas personas. Incluso soñaba con salir en esas malditas estampitas coleccionables; yo coleccionaba esos álbumes, con plástico, y los cuidaba como tesoros. Me había preparado toda mi vida para ese día, jugar en los Dolphins o en los Giants, mis equipos favoritos. Aunque una parte de mí deseaba quedarse cerca de casa, por papá, mi deseo más grande era largarme lo más lejos posible.

Me estiré entrando en la cocina por una cerveza, siempre después de nadar me daba una sed del demonio, más después de haber visto a esa mujer tan buena. Era bajita, delgada, con unas curvas increíbles en sus caderas, unas nalgas bien paradas y esas tetas que le quedaban a la perfección a mis manos. Quizá, no tan a la perfección, definitivamente mis manos quedarían cortas en esos pechos. Pensé en chuparlos y entretenerme en ellos. ¡Mierda! Tengo que dejar de pensar en esa cara roja llena de pequitas y esos ojos color caramelo que me tenían estúpido. Estaba demasiado excitado por ella.

—Invité a una chica nueva, se acaba de mudar al edificio, me tiene… algo distraído —dije señalando mi cabeza.

—Ya veo, ¿quieres acostarte con ella?

—Es delgada con un culo y tetas de una estrella porno profesional, pelo castaño claro y esos malditos ojos que harían a cualquier hombre ponerse de rodillas ¿Tú qué crees?

Mike soltó una carcajada, era obvio que quería acostarme con ella, quería hacerla mía durante toda la noche, transformarla en cristal si era posible y cuidarla hasta el siguiente día que la desechara. O quizá podía hacerla una de las constantes. Vivía cerca, por lo que no sería un problema ofrecerme a llevarla a casa después de tomarla en todo el apartamento, y seguramente no se quejaría. Sí, eso va a hacer ella, una constante en mi vida de mierda. Hace mucho que no tengo una de esas.

—Va a venir Tanisha —dijo Mike, viendo al suelo. Era su última conquista y las cosas habían salido muy mal. Mike era de los hombres que entregaban su corazón muy rápido, más de lo que deberían. Era un idiota por eso, siempre se lo dije.

Había aprendido con el tiempo a ser duro y hace ya seis meses que vivía su vida de soltero, lo cual me llenaba de orgullo, era demasiado hombre para cualquier mujer fácil como Tanisha. Quizá lo que necesitaba era una mujer fuerte que lo pusiera en orden, no una débil que lo engañara con otro más del equipo de fútbol.

—Ignórala y consigue un nuevo juego, uno que te haga perder el control y la deje a ella muerta de celos —dije, con una sonrisa en el rostro. Era buen consejero en estas cosas.

Observé a los empleados de papá armar la barra que estaría en el centro de la sala, donde mujeres y hombres profesionales estarían haciendo su magia como bartenders. Mike era uno de ellos, sacó el curso hace unos años y era todo un pro en tirar esas botellas al aire como si no pesaran nada.

Fruncí el ceño cuando uno de ellos dejó caer una de las tablas con más fuerza de la que a papá le gustaría, el piso de madera era carísimo para que lo maltrataran de ese modo. Se les paga para que sean más cuidadosos y no raspen nada.

—Yo que tú tendría más cuidado —dije advirtiéndole al hombre—, o tendré que pagar con tu cheque el rayón que has hecho allí —señalé.

—Lo lamento, señor —dijo el chico, encogiéndose de hombros. Me sentía mal por ser fuerte con ellos, pero era todo lo que había aprendido en esta vida. Mi padre era un hombre fuerte y de él aprendí todo lo que sé.

Tomé un baño, demasiado largo, concentrándome en la erección que se formaba al pensar en esa mujer, tenía que quitarme las ganas hasta que la tuviera hoy en la noche. Me gustaría saber su nombre para gritarlo al momento de dejarme ir por mis insistentes manos, este problema de querer tenerla tenía que solucionarse hoy. Definitivamente ella se convirtió en mi nuevo reto, uno que no podía controlar.

Me vestí, al tiempo que escuchaba gente en la parte de abajo, mis invitados estaban llegando y no me complacía darles la bienvenida. Ese era trabajo de Dan, lo conocimos cuando teníamos ocho o siete años, no estoy seguro de qué edad teníamos, sé que se la pasaba jugando en el parque solo con su perro hasta que un día Mike comenzó a hablarle.

Si me preguntan qué sería de mi vida sin ellos, la respuesta sería: una mierda. Porque después que pasara todo lo de mamá, ellos fueron mi roca, me ayudaron a salir adelante, si no fuera por ellos, Dylan McGuire no existiría.

Cuando la puerta se abrió de un ramplón, supe que alguien estaba rompiendo mis reglas. Mi habitación y la parte de arriba del ático estaba prohibida para cualquiera. Nadie de mis invitados —y cuando digo nadie es NADIE—, puede subir, a menos que sea parte de la familia. Recé con todas mis fuerzas que fuera alguien de ellos, no quería tener que echar a nadie de mi habitación a la fuerza.




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