Provócame

EMMA

Nos acercamos a los ascensores sin decir una palabra, su mano aún entrelazada con la mía. Su mirada se posó en mis labios. Hasta este momento, tenía la sonrisa de estúpida satisfecha. Lo más sorprendente fue verlo a él lanzando una sonrisa de medio lado.

—Me gusta cuando sonríes —dijo guiándome al interior.

—Dices muchos cumplidos para no saber nada de mí —fruncí el ceño antes de agregar—. Solo que soy una loca.

Soltó una carcajada comprendiendo exactamente lo que estaba diciendo. Como mucho, habíamos cruzado diez palabras, y en esas diez casi nos besamos ¿Qué se supone que debía hacer yo? deseaba ese beso, quería quitarme las malditas ganas de él antes que mi cordura se perdiera aún más.

No volvimos a hablar durante ese tiempo. Cruzamos el umbral de la puerta. Había un grupo de personas limpiando todo, la casa estaba hecha un desastre. Incluso se podían ver sujetadores decorando las lámparas de la sala. Era asqueroso. Parecía un burdel de alta transformado en un lugar de adolescentes en la etapa de pubertad. Fruncí el ceño viendo tan lindo lugar destrozado.

—En una hora todo estará como nuevo. Vamos al deck.

Señaló las escaleras permitiéndome que fuera delante de él. Dylan susurró algo al hombre que tenía al lado, asintió lentamente y se retiró a la cocina. Supongo que ha de tener sed, o tal vez quiso que escondieran algo. Me negué a pensar cosas que no debía. Salí por las puertas corredizas para sentir una vez más el calor sofocante. Tenía toda la razón, este lugar era fantástico de día. Las playas habían desaparecido por completo, la única vista que tenía delante era la del azul intenso del agua, un barco que pasaba al fondo, a velocidad muy lenta, los pájaros que se sumergían en el agua pescando sus presas. Esto era un sueño.

—Me encanta —dije sin apartar la vista del paisaje—. Este lugar sería perfecto para escribir o leer.

—Es bueno también compartirlo con alguien que está loca. Nunca sabes cuándo se puede tirar del piso veinte.

Esperé un minuto a que riera o quizá añadiera que era broma. No lo hizo, se quedó pasmado viendo los veleros que navegaban sin rumbo cerca de la playa. Bajé la vista un poco decepcionada por su comentario. ¡Excelente! Ahora me creía tan loca capaz de tirarme de un edificio de veinte pisos. Solté un suspiro totalmente avergonzada y dispuesta a marcharme una vez más.

—Deberías verte la cara en estos momentos —soltó una carcajada—. Te estoy tomando el pelo. ¿Cómo crees que dejaría que hicieras semejante estupidez?

—No estoy loca —dije demasiado seria—. No es tan malo como Cam lo hace sonar solo fue un…

Me quedé pasmada cuando me di cuenta de que estaba a unos segundos de revelarle mi grave error de años atrás. Negué con la cabeza desviando la cara de él. Para mi buena suerte, un hombre de camisa blanca de botones entró interrumpiendo nuestra plática. Dejo en la mesa una botella de vino espumoso Rosa Regale. No pude evitar que mi boca se hiciera agua. Amaba los vinos dulces y, según sabía, ese era delicioso.

El hombre destapó la botella con un pequeño pum. Sirvió las dos copas hasta la mitad. El líquido burbujeante llamó mi atención aguardando mi boca. Se retiró unos minutos para aparecer con una bandeja de fresas con chocolate negro y blanco. ¿Cómo diablos sabía mis gustos en comida y bebida? Lo miré con los ojos muy abiertos. Dylan caminó en dirección a los sillones que estaban cerca de la comida. Me dio unos golpecitos para que lo acompañara. No lo pensé ni dos veces.

De haber sido Camila o Anna, de seguro ya hubieran sacado el iPhone para tomarle una fotografía al plato de las fresas con el vino. Hubieran colocado el teléfono en tal punto para capturar todo eso más la vista del lugar. «Será perfecta para Instagram», escuché sus voces en mi cabeza. Reí para mis adentros, haciéndome a la idea de lo loco que sería.

—No tengo ni la menor idea si te gusta el vino dulce, es mi favorito —se encogió de hombros—. Si quieres algo más solo tienes que pedirlo.

—¿Estás de broma? —dije sorprendida—. Me encanta el Brachetto, es totalmente mi gusto.

Gesticuló una mueca de sorpresa, antes de alzar su copa para hacer un brindis. Chocamos el cristal, sonriendo como estúpidos. Durante casi un minuto me contempló con la mirada, era incómodo. Me sonrojé cuando el señor seductor me lanzó una de sus sonrisas matadoras.

—¿Estudias? —preguntó metiéndose una fresa con chocolate a la boca. Me sentí tentada en tomar una y hacer exactamente lo mismo. No podía, me daba una pena horrible quedar con el chocolate atascado en un diente.

—Empiezo clases mañana en la Universidad de Florida, ¿tú? —pregunté dándole otro sorbo a la copa.

—Al parecer voy a tener el gusto de verte en algún momento. También estudio ahí, voy en segundo.

De todas las malditas universidades que hay en este estado teníamos que ir a la misma. Maldije para mis adentros, mientras le lanzaba una sonrisa estúpida. Bajé la vista a las fresas, una vez más, tentada. Dylan tomó una acercándola a mi boca, sobó mis labios con la fresa dejando que el chocolate se derritiera en mis labios. ¡Joder! Esto era demasiado erótico. Cerré los ojos unos minutos antes de sacar la lengua para saborear el chocolate.

Por unos segundos pensé que seguía siendo la fresa hasta que sentí una lengua lamer el chocolate de mis labios. Lentamente mordió el labio inferior mandando una oleada de placer a todo mi cuerpo. Dejé de pensar cuando mi mano libre encontró su cabello para atraerlo más cerca de mí. Nuestras respiraciones se volvieron agitadas y descoordinadas. Una de sus manos subió hasta mi cabeza, sobando con el dedo pulgar mi mejilla. Solté un gruñido ante un pequeño mordisco que le dio a mi labio inferior. Suspiré contra su boca ignorando el deseo que sentía. Mi cuerpo estaba reaccionando como nunca antes lo había hecho. Me sentía absorta en este hombre. Me tenía loca.

—Te deseo —susurró contra mis labios. Mi mano dejó de responder al agarre soltando la copa que tenía en las manos. El sonido de los vidrios quebrándose no impidió que paráramos lo que hacíamos.




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