Provócame

EMMA

Después de haber pasado a Starbucks y pedir un iced coffee, nos encaminamos a la universidad. El apartamento no estaba tan lejos por lo que logré persuadir a Cam y Anna que tomáramos el camino a pie. El Starbucks estaba cruzando la calle ¿Qué mejor que tener uno frente a tu casa? Entré a mis primeras clases sintiendo una oleada de excitación, entablé conversación con casi todas las personas que estaban en la clase de literatura. Todos éramos amantes de la lectura, cada uno con su género, tan diferentes.

—Nunca he sido muy de temas clásicos —le confesé al chico que tenía al lado, Cristian. Su cabello rizado y su piel blanca no fue lo primero que me llamó la atención. Era su forma tan relajada al sentarse en su escritorio.

—Ya somos dos —concordó la chica de cabello negro al lado de Cristian—. Soy Elizabeth pero llámame Liz o Lizzie —extendió una mano para presentarse.

—Emma —le devolví la sonrisa.

—El problema no son los clásicos —señaló Cristian—. El problema va a ser el señor Roberts. Por algo reprobé su maldita clase. Lo odio.

Cristian iba en segundo año, la única clase que dejó parada el año anterior había sido literatura clásica. Liz era la prima de su novia, por lo que ya se conocían desde antes. Saqué mi laptop, colocándola enfrente de mi escritorio. El señor Roberts empezó a dar su clase, definitivamente la literatura clásica sonaba hermosa, pero el viejo Roberts la daba demasiado aburrida.

Después de dos horas de aburrimiento total, Cristian y Liz me invitaron a ir con ellos a los jardines principales. Pensé que estaríamos hablando durante una hora antes que nuestra segunda clase iniciara. En lugar de hablar como locos, nos acostamos con nuestras tabletas para sumergirnos en los primeros capítulos de Emma de Jane Austen. Agradecí inmensamente cuando asignaron el primer libro, era uno que tenía ganas de leer desde hace meses y siempre lo había aplazado. Coloqué mis gafas de sol mientras me recostaba en las piernas de Cristian, al lado de Lizzie, lo usábamos de colchón y no se quejaba, ni un poco.

—Ahí está, la rata de biblioteca —escuché a unos chicos reírse— ¿Qué pasa Crissi? Veo que ya tienes nuevas amiguitas ¿también son ratas como tú?

Soltaron una carcajada. Sentí las piernas de Cristian tensarse debajo de mi espalda y supe que estaban hablando de él. Estaba a punto de incorporarme cuando la mano de Cristian me detuvo susurrando «ignóralos» sin apartar mi vista de la tableta, puse atención a los insultos que venían de los otros chicos.

—Todos ustedes son unos raros, siempre leyendo.

—Toda la razón —dijo Cristian, apartándose las gafas de sol—. Somos más cultos y mejores personas que una partida de jugadores de fútbol americano, que lo único que pueden hacer es tocar el cuerpo de otro hombre. ¡Patético!

Elizabeth y yo nos ahogamos de la risa. Me retorcí en el suelo antes de incorporarme. El chico delante de mí era bastante grande y corpulento. Tenía el ceño fruncido, aún asimilaba las palabras de Cristian.

—Creo que sigue sin entenderte ¿Qué pasa grandulón, tanto golpe te afectó la cabeza?

La antigua Emma salió a relucir en ese momento, era buena para los golpes verbales. Los chicos que acompañaban al grandulón se partieron de la risa por el comentario. El grandulón me tomó de los brazos poniéndome de pie de un tirón. No pasaron ni cinco segundos cuando Cristian ya estaba detrás de mí listo para defenderme o al menos eso creía yo, viéndole el tamaño a esta bestia, íbamos a parar en un bote de basura o algo peor.

Por unos segundos me sentía en high school, pensaba que en la universidad el problema con los jugadores disminuía y el mayor problema eran las violaciones y las drogas. Al parecer estaba confundida, el animal que tenía enfrente era como un joven que nunca maduró.

—¡Qué has dicho, perra! —gritó, captando la atención de muchas personas a nuestro alrededor.

Mi cuerpo empezó a temblar, su rostro estaba lleno de ira, sus ojos se dilataron, a tal punto que el castaño desapareció por completo. Tenía que aprender a controlar mi boca si no quería meterme en problemas. Estaba muerta del miedo. ¿En qué estaba pensando?

—¿Qué pasa aquí? —una voz sonó detrás de mí. Rogué que fuera algún profesor o alguna autoridad estudiantil. No quería que el grandulón me matara en mi primer día.

—Esta perra aquí quiere que le den una lección —dijo grandulón aún sosteniéndome de los brazos. Las carcajadas de los demás resonaban en son de burla—. Nadie me insulta, ni me dice nada.

—Vas a meterte otra vez en problemas, Jenkins —la voz cada vez me resultaba más familiar—. No quiero tener que abogar por ti otra vez antes del partido. Los problemas que tengan tú y Cristian desde la secundaria son problemas que necesitas superar, ya estás en la universidad, idiota.

Los brazos del hombre se relajaron dejándome libre. Escuché un suspiro prolongado de alivio que soltó Cristian, no era que quisiera sentirme valiente o quitar un poco de la humillación que el grandote había provocado, pero no lo pensé hasta que mi palma estaba en la cara de Jenkins. Ahora sí que estaba en problemas y todo eso me pasa por reaccionar y no pensar las cosas antes de actuar. Soltando un gruñido de histeria, Jenkins se abalanzó sobre mí.

—¡Emma, no! —gritó Cristian a mi espalda. Tomándome del brazo para alejarme de él.

Sus compañeros lograron retenerlo con mucha habilidad manteniéndolo lejos de mí ¿sería capaz de pegarme? Me encogí con indiferencia tomando mi iPad del suelo y mi bolsa. Le saqué el dedo del medio, enseñándole qué tan bien podía reaccionar. Era un idiota. Me di la vuelta para escapar de la escena. Tenía miedo de quedarme y sentir la furia de la bestia delante de mí.

—Vamos —dije, clavándole la vista a Cristian. Él tomó mi brazo y lo examinó un minuto.

—Te dejó marcas —dijo molesto. Levanté las gafas para observar mi brazo. En efecto, sus malditos dedos dejaron roja mi piel. Estaba segura de que en unos momentos la tendría morada.




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