Día 0
Moldavia.
Volaron los helicópteros en el cielo. El agente a cargo estaba seguro de que ese sería su día de gloria; había batallado arduamente en conseguir esta detención y aunque las manos le temblaban en el arma, sus ojos se concentraban en arrasar con el viñedo al frente suyo.
La residencia era enorme, justo como él tantas veces se la había imaginado. Una casa hermosa; campos y terrenos de sueños, empleados que se encontraban recibiendo con horror a la policía y a los soldados, pero adentro y a la cabeza de toda aquella riqueza, un hombre de la peor carrera criminal se hallaba oculto y disfrazado de un millonario común.
—¡Vacío! —comenzó a gritar el equipo, cayendo en los oídos del superior como una maldita realidad.
El hombre recargó su arma contra el pecho, apoyó el codo en una de las paredes y se llevó la mano a la cara evitando maldecir en medio de gritos.
—No hay nada, ese desgraciado se ha ido.
—Lo perdimos.
—Me temo que sí. Seguramente a estas alturas el maldito ya está fuera del país.
—La pregunta es, ¿a dónde se fue?
—No lo sé, pero si de algo estoy completamente seguro, es que a donde quiera que ese malnacido vaya a parar, las autoridades deben estar preparadas. No es fácil lo que van a vivir.
Entonces, su compañero se acercó al calendario de pared.
—Tienen aproximadamente un año para que todo vuelva a repetirse.
Día 1
Moscú, Rusia.
Camille se enderezó, estaba a punto de vomitar pero logró contenerse; le producía asco sentir esa sensación salada, pegajosa y maloliente del sudor. El hombre enorme y gordo que yacía sobre ella cayó rendido en la cama, estaba a punto de quedarse dormido, pero solo se quedó respirando pesadamente. Desde luego que ella no era una asesina, ni en sus peores pesadillas había imaginado arrebatarle la vida a alguien, pero esto realmente lo ameritaba. Conteniendo la culpa y el miedo, tomó valor para empuñar la pequeña y discreta daga que le había costado casi cinco años conseguir.
—¡Espera! —el hombre alcanzó a verla. Intentó levantarse pero su peso era sobrehumano.
Camille levantó la cuchilla y comenzó a apuñalarlo una y otra vez hasta que este perdió por completo la vida. La chica estaba aterrada y las manos le temblaban, pero en contra de todo su pánico, hurgó en el cuello del sujeto hasta encontrar, colgada de una cadena, una pequeña llave que le daría la libertad a su vida.
Una ventisca de viento le pegó en la cara al abrir la puerta, frente a ella había varios pasillos en negro y rojo que le daban la falsa elegancia a su prisión. Camille Varoni llevaba doce años encerrada en un burdel de muerte, atendiendo y complaciendo las fantasías sexuales de los hombres más horribles y depravados que la mente pueda imaginar. Afortunadamente, esa misma noche, todo estaba por terminarse.
Salir no le fue nada sencillo; tuvo que esconderse de los guardias y de las mismas mujeres que también estaban obligadas a trabajar, pues si bien algo había aprendido en todos los años de su secuestro, fue que con tal de ganarse el agradecimiento de los jefes, estas harían lo que fuera, incluso delatarla. Luego de más de una hora, subiendo y bajando en los pasillos, escondiéndose detrás de las cortinas y sorteando los potenciales peligros, consiguió salir.
Era aire puro, aire de libertad el que después de tanto tiempo al fin pudo respirar. Lloró como nunca, pero no era momento de quedarse atrás, pues si lo hacía corría el riesgo de que alguien la viera y alertara al resto.
Día 2
Pasó gran parte de la madrugada caminando en los campos desérticos y cuando sintió que no podría seguir más, una línea de concreto le dio una esperanza. Que corriera, que lo hiciera porque su libertad se aseguraba cada vez más. Al llegar a la carretera no dio tiempo a que su pereza le ganara, siguió adelante hasta escuchar el sonido seco de ocho llantas continuas. Un camión de remolque se acercaba a ella. Desesperada, Camille levantó la mano para hacer autostop y cuando el enorme camión se detuvo, el rostro de grata inocencia que cargaba la mujer pudo verse iluminado.
Confiada, Camille subió a bordo, llenó de agradecimientos a su aparente salvador, pero cuando la mujer estaba a punto de quedarse dormida debido al agotamiento, el infame conductor aprovechó para intentar abusar de ella.
Camille no era tonta, como pudo logró defenderse, dándole una patada en los testículos y huyendo, huyendo otra vez, pero ahora todo dependería de la fuerza que tuvieran sus piernas para correr.
Día 125
Su vida se había convertido en una gigantesca noria de altos y bajos. Para Camille la vida en libertad no fue nada sencilla; tenía pesadillas, ataques de miedo y ansiedad, y ese terror tan voraz de salir y ver a un hombre acercarse a ella, porque aunque el sujeto no tenía malas intenciones, el instinto de la chica reaccionaba en defensa. Con el tiempo y ayuda misma fue superando su pasado; volvió a la realidad en donde por fin comenzó a adaptarse.
Ahora, ahondaremos directamente en lo que sucedió con ella luego del escape. Durante algunas semanas, Camille se halló sola, deambulaba por las calles, dormía en las bancas de los parques y recogía las sobras de comida de los contenedores para basura. La mujer era un desastre, y así hubiera seguido por mucho más tiempo hasta que conoció La Casa de Florita, un centro de ayuda para los desamparados. Ahí le prestaron una cama, le regalaron ropa, le permitieron bañarse y la alimentaban al menos dos veces por día, permitiéndole adentrarse al mundo y valerse por sí misma.
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Editado: 21.11.2024