Su nombre era Vivian Granger y actualmente tenía sesenta y dos años de edad. La diferencia, con las demás personas que Madness y Shalom habían asesinado, es que Vivian actualmente era una gran veterana del ejército. Después de jubilarse de las fuerzas especiales, la mujer había optado por conseguir un pequeño trabajo que no le demandara demasiado esfuerzo. En casa se sentía sola; su esposo había muerto y sus dos hijos se habían mudado a Oklahoma después de haber contraído matrimonio con sus respectivas parejas. La anciana pensó que el trabajo como dependienta de una tienda de autoservicio le vendría bien y aliviaría cualquier soledad que la estuviese consumiendo. No obstante, jamás se imaginó que sería ella con quién Madness terminaría su carrera criminal.
Las primeras horas de la madrugada pasaron rápidamente, el sol comenzaba a salir y cuando la pareja subió a su auto, la calidez de los rayos ya les acariciaba el rostro.
—¿Qué dices de esa de allá? —Shalom señaló una pequeña estación.
—¿Segura? ¿Ya viste el aspecto que tiene?
—Yo no le veo lo malo.
—No creo que alguien quisiera visitarla.
—Vamos a ver si tiene cigarrillos, los míos ya se terminaron.
El lugar tenía un aspecto lúgubre, la pintura se estaba descascarando y el área de los baños estaba llena de grafitis, palabras obscenas y manchas de orina. Sin duda aquello era el tipo de lugar que las personas preferían evitar.
Hay que tomar partido en las historias y tener en cuenta el punto clave de muchas investigaciones, y es que si la sociedad ha conocido grandes personalidades del mundo del crimen, es gracias a que estos mismos han cometido algún error que más tarde los llevaría a su posterior arresto. Y tanto Madness como Shalom no serían la excepción.
Vivian Granger era corpulenta, tenía el cabello totalmente blanco y llevaba las uñas pintadas de un bonito esmalte rojo. Detrás del mostrador, Vivian leía el periódico del día mientras se fumaba un cigarrillo; cuando de pronto, algo allá afuera captó su atención. A través de la ventana llena de recortes y anuncios, la anciana consiguió distinguir un auto viejo que aparcaba muy cerca de los contenedores de basura. Le bastó un solo segundo advertir a un hombre vestido de negro que parecía hablar con otra persona, pero apenas este hizo ademán de ponerse una máscara de cerdo sobre el rostro, la mujer se puso pálida.
—Demonios —ella lo conocía, lo había visto innumerables veces y aunque su rostro no era visible en todas esas grabaciones, ella se había hecho una idea de cómo lucía realmente.
En el periódico que se hallaba leyendo, la prensa volvía a hablar del asesino y de su doble homicidio cometido en Burlington, junto a un par de fotografías que destacaban esa espantosa máscara de cerdo.
Vivian dejó su cigarrillo en el cenicero y se apresuró a coger el teléfono.
“Pero Veve, cómo puedes seguir trabajando en un lugar así a sabiendas de que un loco anda suelto”, le comentó una amiga en una conversación semanas antes. Pero en lugar de atemorizarse, Vivian le sonrió y continuó limpiando su antigua escopeta. Si Madness pensaba visitarla, ella estaría lista para darle pelea hasta que la policía llegase a socorrerla.
—911, ¿cuál es su emergencia?
—Está aquí, el sujeto que la policía lleva buscando ha venido a mi tienda. Necesito ayuda, pronto —y entonces colgó.
Debajo del mostrador guardaba una pequeña arma de fuego, que si bien solo podía disparar dos balas, Vivian confiaba en aquella puntería suya que tantas condecoraciones le regaló en su momento.
—Espera —antes de salir del auto, Madness apoyó su mano sobre el brazo de su novia—, tengo un mal presentimiento.
—¿Sobre qué?
—No lo sé. ¿Es normal que una tienda de autoservicio esté tan vacía?
Shalom se encogió de hombros.
—Quizá es su apariencia. Esta pocilga tiene el aspecto de albergar pordioseros.
—No hay que entrar.
—¿Y perdernos la oportunidad de lastimar gente? No seas cobarde, Madness, te prometo que será rápido.
Desde el interior, Vivian lo seguía observando.
—¿Qué personas vamos a lastimar? Mira, no hay nadie.
—Pero ¿qué hay de mis cigarrillos? Vamos bebé, al menos déjame entrar a comprar eso.
—Está bien, pero sin máscaras ni cuerdas ni nada, y que sea rápido.
Shalom lo obedeció, se retiró la máscara, se quitó el gorro de la sudadera y tras tomar a su pareja de la mano, los dos se dirigieron al local.
Vivian se mantuvo atenta a todos sus movimientos, pero apenas Madness se acercó a ella para pagarle, la mujer se esforzó por mostrar una sonrisa de completa amabilidad.
—¿Es todo?
Madness asintió.
—¿Sabes qué? Mejor sí hay que matarla —Shalom estaba junto a él, viendo fijamente a la anciana, pero al ver que su novio no la obedecía, cogió el arma que el hombre llevaba guardada en la espalda y le apuntó a Vivian.
—¡¿Qué haces?! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Baja eso!
Frente a ellos, Vivian se había puesto pálida.
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Editado: 21.11.2024