Robin despertó a las 6.30am luego de una noche de sueños raros.
No sabía en qué momento se había dormido y mucho menos cuándo se acostó, pero no le dio importancia porque era frecuente que se olvidara de algunos detalles.
A pesar de estar en pleno invierno podía sentir las gotas de sudor correr por su cuello y frente. Los rayos del sol aún no se colaban por la ventana, pero había cierta claridad que lo encegueció cuando abrió los ojos. Se frotó la cara e intentó recordar los rostros de las personas de su sueño; todo estaba muy borroso, pero aun así estaba seguro de que no los conocía.
Se miró en el espejo y clavó los ojos en la cicatriz de su abdomen. Ya habían pasado más de dos meses y la pequeña marca seguía ahí, como una herida reciente.
Acarició el borde con la yema de los dedos; le causaba tanto dolor que se preguntó si debería ir al médico para que le revisara...No, no podía ser tan imprudente. Sabía que le preguntarían que le sucedió y digamos que Robin no era tan bueno mintiendo como para inventarse una historia que no incluyera armas de fuego ni una discusión con alguien peligroso. Él no había hecho nada malo, solo tuvo una riña con la persona inadecuada ¡Ni si quiera fue él el que disparo! Lo que le parecía extraño fue que no se le haya infectado la herida ¿por qué no ir y explicarle al médico la situación? No lo meterían preso ¿o sí?
Agarró el celular y busco en internet cómo llegar al hospital, pero cuando estaba por abrir el link, algo le dijo que no lo hiciera, que era mejor dejar todo en el olvido y que solo era una pequeña herida sin importancia, que si su madre se enteraba iba a estar en problemas.
Lo había cambiado de colegio solo porque descubrió que se había rateado para ir con su novia a la playa ¿qué haría si descubría que le debía dinero a un narcotraficante? Sabía que no debía meterse en líos, pero la tentación siempre fue más fuerte que él. Llevaba vendiendo cocaína más de un año y comprándosela siempre al mismo tipo, pero una noche antes de pagarle se gastó todo el dinero en alcohol por su fiesta de cumpleaños. Su vendedor había sido claro; nadie le debe dinero y vive para contarlo. ¡Dios! Gruñó. Él solito se había metido en la boca del lobo... ¡Y lo peor es que ni siquiera se drogaba! ¿por qué fue tan estúpido como para pensar que podía meterse con alguien tan peligroso y no sufrir las adversidades?
Cerró los ojos y respiro profundamente. Debía calmarse; ahora vivía en el medio de la nada y nadie sabía a dónde se mudó. Ciudad nueva, vida nueva ¿no? Solo restaba actuar con normalidad y fingir que todo estaba bien.
Volvió a tocar su cicatriz y se rió irónico de su propio reflejo; jamás se había descuidado en absolutamente nada, era un tipo que tenía todo controlado y las personas que lo conocían eran conscientes de eso. Ahora más que nunca debía estar alertado y no bajar la guardia; cualquiera podría estar vigilándolo.
***
Los corredores no eran distintos a los de su antiguo colegio, en absoluto, la única diferencia entre ellos era que en uno podía pasear con total seguridad, porque estaba acostumbrado a ello, y en el otro no sabía ni si quiera como pisarlo sin sentir incomodidad ante las miradas curiosas de los demás alumnos.
Paró en seco. No tenía que parecer asustado, sabía que algunos adolescentes podían ser increíblemente crueles cuando notaban que alguien era nuevo. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y adquirió una postura más dominante; sostuvo la cabeza en alto y caminó fingiendo no notar los murmullos que se formaban a sus espaldas cada vez que pasaba cerca de algún grupito cotillero. Siguió con aquel paso hasta que se dio cuenta que no sabía dónde iba, y que si o si tendría que pararse a hablar con alguien que lo ayude a encontrar la secretaria. Maldijo. Los cambios lo frustraban, odiaba ser nuevo, odiaba no conocer a nadie y odiaba —sobre todo — los comienzos. Estaba acostumbrado a mudarse seguido y a cambiar de colegios, pero siempre dentro de la misma ciudad y eso era una ventaja para él, quien conocía a casi todos los jóvenes de su antiguo pueblo.
Esto era el colmo ¿qué se supone que debía hacer? A pesar de que todos lo caracterizaban como una persona segura, siempre le costaba dar el primer paso. Robin no era capaz de acercarse a hablar con alguien sin sentir que lo bombardearían con preguntas.
Pero lo hizo. No sabía por qué estaba tan nervioso ¡él era vendedor de drogas! Según Hollywood, el resto debía de tener miedo de hablar con él y no al revés.
Editado: 18.09.2018