Púdrete, Sarah

Púdrete, Sarah

Temblaba de miedo, también de rabia. Lloraba como nunca lo había visto, sonrojado, fuera de sí. Mendigaba amor, aunque fuese sólo un poquito.

Yo también tenía el corazón roto, así que mirando sus ojos grises me negué. Me encogí de hombros y ladeé la cabeza hacia un lado dejándole claro que no me importaba, mientras que él, tercamente aún, se negaba a soltarse de mí. Sus ojos me imploraban que lo pensara, que me detuviera a verlo, pero mis labios, sin misericordia sólo proferían palabras hirientes.

—No quiero verte nunca más—le había dicho y él finalmente lo había entendido. Retrocediendo un paso, aquel hombre inocente que me adoraba con su vida me dejó ver en su mirada la enorme amargura que mis palabras le estaban causando.

—Que así sea entonces—había respondido antes de darse la vuelta y caminar lejos de mí.

Y así fue.

Nunca volvió a mí, a pesar de que lo extrañaba. Esperé pacientemente a que como él solía hacer, terminara cediendo y tocando la puerta de mi apartamento, pero eso nunca pasó. Incluso dejé las llaves debajo del tapete de mi puerta por si venía y yo no estaba, pero nunca fue necesario.

Se había ido. Por primera vez en los veintiséis años que teníamos conociéndonos él se había ido. Yo conocía sus amistades, él conocía las mías y aun así jamás nos encontramos por casualidad.

Peor aún, yo tenía el número de sus padres, pero nunca me atreví a llamar para saber de él.  Desperté un día para darme cuenta de que el perrito faldero que tenía ojos sólo para mí había desaparecido para siempre. Yo, con mi cobardía inhumana lo hice desaparecer.

Fue entonces cuando decidí ir a verlo. Fui al salón de belleza, me di un corte y me puse el perfume que disfrutaba. Fui a la tienda y compré un vestido y un reloj, y cuando mi autoestima alcanzó un nivel más o menos deseable, decidí accionar.

Estaba enamorada de él, de eso no tenía dudas. Estaba enamorada de él, de su esencia, de su sonrisa coqueta, de él a ciegas y con vistas al mar. De él en todo su esplendor. Estaba enamorada de él y estaba dispuesta a hacer lo necesario para que me perdonase. No tenía miedo de su rechazo porque el perfecto amor echaba afuera el temor.

Tenía confianza en que podía conquistarlo. Sabia que podía. Así que esa mañana de primavera, cuando llegué frente a su edificio subí con pasos de precisión hacia donde vivía. Quería abrazarlo, sentirlo en mis brazos con esa calidez que partía del amor.

Sin embargo, al usar la llave que me había dado para su apartamento, me topé con una sorpresa. No giraba. Habían cambiado la cerradura.

Me entra el pánico. ¿Se habrá mudado? ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba pasando eso?

—¿Busca a alguien? —la voz de una anciana me sacó de mis pensamientos. Lentamente, me volteo hacia ella mirándola con respeto.

—Daniel Lang—la mujer palideció abruptamente—Él vive aquí, ¿No es así?

Sin contestarme nada, veo como ella desaparece hacia su apartamento y pocos segundos después viene con un libro grueso. Era un álbum de fotos.

—Murió hace dos meses—contestó ella en tono comedido. ¿Qué? quise gritar. Tiemblo internamente y mis piernas se niegan a responder. Caigo en el piso mientras mis orejas comienzan a zumbar.

Lo recuerdo a él. Estaba bien la última vez que lo vi. ¿Qué demonios pasó? ¿Era eso una broma cruel?

—Yo no…—mis ojos se llenaron de lágrimas— ¿Cómo?

—Fue diagnosticado con un cáncer hace algunos meses. Estaba en etapa terminal así que se negó a tratarse—la señora me pasó el álbum entonces—dejó esto para ti.

“Para Sarah” rezaba la portada del álbum “Con amor”

Daniel… ¿Cómo podía quedarte amor para mí? Me pregunté mientras un dolor atroz atravesaba mi pecho. Sentía culpabilidad, miedo, desesperación. El recuerdo de sus ojos grises rogándome que le amara me atormentaba.

La señora se fue entonces y yo me puse de pie encaminándome hacia la azotea del edificio. Necesitaba aire. Todavía no podía asimilar la noticia.

Abro el álbum esperando encontrar una confesión. Algo sobre nosotros, pero de nuevo sólo soy sorprendida. Sólo había fotos ahí. Fotos nuestras, de él, de los niños que enseñaba. Fotos felices, fotos tristes de él mientras miraba hacia la ventana, o de él mientras con una mirada vacía parecía confrontarme.

Sonrío dulcemente al ver una foto de su sonrisa tierna y mi corazón se rompe dentro de mí. He alcanzado la última página. Espero leer una dedicatoria, algo que diga los sentimientos preciosos que él había tenido por mí, pero de nuevo eso no estaba. En vez de eso, veo su letra en tinta negra y legible un escrito inconfundible.

“Púdrete, Sarah”.

Río en voz alta justo antes de echarme a llorar. El único hombre que me había amado estaba muerto.



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En el texto hay: relato corto, amor dolor

Editado: 14.05.2020

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