- FANNY -
No sabía cómo había ocurrido esto. No me había quedado dormida en el césped, de eso estaba segura, pero tampoco me encontraba allí.
Volví a ese sueño que tuve, donde no podía moverme y donde ese olor a tabaco y alcohol me recordaban demasiado a mi padre, Philip Courtney. Lo que me dio pavor fue que esta vez era capaz de abrir mis ojos y mover mis dedos y extremidades, con tan solo sentarme me di cuenta de que ya no estaba en la casa de los Maxwell.
No tenía frío, pero temblé de todas formas. Todo se encontraba en silencio excepto por aquel zumbido molesto y a oscuras, con tan solo la idea de querer luz la lamparita de arriba mío se prendió luego de una descarga eléctrica por mi cuerpo.
Estaba en un sótano, el zumbido provenía de moscas que revoloteaban sin cesar por todo el lugar. Me levanté de la mesa de hierro en la que me encontraba y caminé, después de unos pasos y acostumbrar mi vista a la poca luz del lugar pude darme cuenta el enchastre del lugar. Si tuviera algo en el estómago con lo cual devolver, sinceramente lo haría.
Observé mis pies, primeramente, no se manchaban pero debajo de ellos había charcos de lo que parecía… Por favor, pensé, que no sea sangre y sea pintura. Daba igual, era mejor mirar para otra parte. Pero ni bien lo hice supe que había cometido un error. Un terrible error.
Por una parte de la habitación, había una mesa y estanterías llena de frascos de vidrio y agujas, vendas inclusive. Justo al otro lado había bolsas tirada con pedazos de tela, parecía ser ropa antigua que estaba en muy mal estado.
Miré hacia mi izquierda, las moscas se amontonaban frenéticas. No quise acercarme pero la curiosidad fue demasiado. Había baldes, tenían un líquido espeso y seco de color oscuro… Había pedazos de… No podía seguir mirando, ya no.
Preferí ahogar el miedo que tenía dentro y correr hacia aquella especie de escritorio o mesa para verificar lo que tenía encima.
Leí las etiquetas de los frascos, la mayoría de ellos estaban vacíos y olían a putrefacción y algo tan fuerte como alcohol. Había todo tipos de líquidos como glicerol, formalina, varias sustancias químicas que no reconocía y resinas.
¿Qué era todo esto? ¿Dónde estaba?
Me alejé caminando hacia atrás unos pasos, temiendo por mí aun cuando estaba muerta. Mis manos temblaban y sentí un nudo en el estómago. Justo en frente mío, entre los baldes y el escritorio había una puerta de madera. Caminé hacia ella para salir de la habitación e intentar ubicarme, no podía estar muy lejos de la casa. Tal vez ahora era capaz de teletransportarme o algo por el estilo y había aparecido en el sótano de un hospital… O una morgue.
Me detuve antes atravesar la puerta, recordando que no había visto la parte de atrás de la habitación. Giré sobre mis pies y lo que vi me dejó pasmada.
— No — Me negué a mí misma — No, no, no, no…
Sentí mi cuerpo se aflojaba, caí de rodillas al suelo.
En donde había estado acostada, sobre aquella camilla de hierro, había un cuerpo. Y no era cualquier cuerpo. La piel estaba algo blanquecina y bastante maltratada, había cortes en la cara interna de los brazos que parecían ser profundos. Piernas amoratadas y pies negros de mugre. Su cara, aquella que parecía estar hinchada, tenía labios azulados y cocidos de forma descuidada y, por lo tanto, tétrica. Los ojos estaban cerrados y parecía asomarse algún tipo de tela o algodón desde los orificios de la nariz y la boca. El cabello estaba sorprendentemente peinado y muy, muy largo.
El lamento se me escapó de la boca, las lágrimas escaparon de mis ojos.
¿Por qué esto debía ocurrirme a mí?
Esto era morboso, tétrico e inhumano. El cuerpo parecía estar conservado, tal vez con todos aquellos líquidos que se encontraban sobre el escritorio, y tenía un vestido color morado que desentonaba con lo pálido de la piel. Parecía una muñeca de porcelana.
Esa cosa… Ese cuerpo, mi cuerpo. Yo parecía una muñeca de porcelana. Una muñeca embalsamada.
Sentí las tablas crujir arriba mío y me llevé mis manos a la boca por puro instinto, como si alguien pudiera oír mis sollozos. Me alejé de la puerta cuando escuché que alguien bajaba hasta el sótano.
La puerta se abrió después de un sonido de llaves y cerrojo. Crujió y solo atiné a quedarme contra la pared, detrás de la puerta, congelada y sin respirar. La figura de un hombre apareció poco a poco, en su mano llevaba una especie de escopeta y revisaba el lugar de arriba abajo. Cuando llegó a mi figura solo la pasó de largo, sin verme, pero no pude evitar temblar y soltar otro lamento.
No quiero estar aquí. Quiero irme, necesito salir.
El hombre, aquel que tantas noches y días me había torturado… Estaba allí parado, revisando la habitación en busca de extraños. Tal vez en busca de aquel que había prendido la luz. Pareció relajarse al instante de no encontrar a nadie y posó su mirada en mi rostro, más bien, el rostro del cadáver.
Paseó su mirada desde mi cabeza a mis pies y volvió a mi rostro. Acarició mi blanca mejilla y acomodó mechones de cabello.
— ¡Suéltame! — Espeté con bronca y dolor — Suelta tus sucias manos de mi cuerpo.
Más él no fue capaz de escucharme. La luz parpadeó unos instantes y él miró la lamparita, gruñó como si el simple hecho de tener que pensar en cambiarla le molestara.
— Eres un sucio y vil hombre — Seguí despotricando, mientras daba algunos pasos hacia él — No, no hombre. Bestia.
Estaba destrozada, humillada. Nunca me había imaginado lo que aquel tipo pudiera hacer. Me sentía totalmente abochornada. Mis lágrimas no paraban de salir, no había forma, y tampoco mi cuerpo dejaba de temblar en largos escalofríos.
Se supone que yo estaba con mamá. Nunca me había atrevido a ir al cementerio, por más que quisiera ir a visitarla, pero sabía que al menos mi cuerpo descansaba junto al de ella. Hasta eso me había arrebatado.
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Editado: 05.08.2020