A medida que fui creciendo supe que, nuca pero nunca, me tengo que dejar de llevar por comentarios de las demás personas. Supe que las personas no eran malas sino que hacían cosas malas para tener un fin que los beneficie. Ellos buscaban que yo confíe otra vez en esa persona que cada vez que lo recordaba me hacía daño, porque a veces los recuerdos dañan de una forma indescriptible.
Cuando piensas que las cosas van a arreglarse con el tiempo, que todo se va a acomodar a su medida que va pasando las situaciones siempre vamos a tener una pequeña chispa de esperanzas sobre lo que pudo o puede pasar. Siempre vamos a estar esperando que algo bueno suceda entre todo lo malo.
Siempre pensé que las personas van a llegar en un momento de su vida para retractarse o para al menos volver a reflexionar sobre lo que hicieron mal pero al parecer hay personas que nunca van a poder aceptar sus errores o al menos no lo hacen hasta que están en un momento complicado.
No siempre somos lo que realmente mostramos, a veces somos eso que nunca sabrán que somos. Como un paradigma que nunca sabremos ni nosotros, los que lo inventamos. Somos lo que nunca van a poder ver ni aunque hagamos el mayor esfuerzo posible para hacerlo. La mayoría del tiempo buscamos satisfacer las necesidades de los demás haciéndonos pasar por otras personas que no somos. Somos un monstruo que va acumulando mentiras y odio; otras veces dolor y otras: ignorancia. La ignorancia no solo nos hace ganar el odio de los demás sino que nos hacen ver como egoístas e impulsivos por dichas características.
Mi papá creo en mí una ignorancia hacia él que él nunca creyó que iba a nacer de mi parte. Siempre pensó que conmigo siempre iba a volver como si nunca hubiese pasado nada entre nosotros.
Mi abuela, cumplía un papel muy importante en mi vida y sigue cumpliendo aunque ahora ya no esté. Se cayó de una silla y se quebró un hueso quedando en sillas de rueda. Siempre sufrí con que jamás vuelva a caminar pero hubo una pequeña esperanza cuando el médico nos dijo que había una posibilidad pero para ello tenía que operarse. Ella me preguntó si yo estaba de acuerdo con la operación y honestamente no estaba de acuerdo porque en mí creció un miedo; un miedo de perderla. Solamente le sonreí y le dije que sí porque ella creía en esa pequeña esperanza y a mí no me gustaba arruinarle sus esperanzas.
Una semana antes, como solía hacerlo, fui a pasar el fin de semana y me encargué de hacerle pasar los mejores días de nuestras vidas, porque sentía que tenía que hablar con ella y si este era nuestro adiós tenía que decirle cuanto lo amaba, me hubiese gustado que ese tiempo sea interminable.
Nunca voy a olvidar esa fecha tan importante. El ocho de septiembre del dos mil ocho, mi abuela, tenía fecha de cirugía y ella ya estaba internada desde el día cinco. Mi mamá se fue con mis abuelos por los cuidados que iban a necesitar. Me dijeron que al mediodía me iban a llamar cuando haya terminado en la operación.
Ya eran pasadas las doce y no me llamaban, preocupada los llamé. Apena los oí sabía que todo iba bien, mi mamá me preguntó si quería hablar con la abuela pero antes de responderle que si ella solo me dijo que después porque la iban a bañar.
Eran las cuatro de la tarde y mi mamá llama diciéndome que me bañe y me cambie que nos íbamos.
—Mami, ¿Dónde vamos? — le pregunté mientras escuchaba que del otro lado de la línea ella dejaba una cosa al costado como si se hubiera paralizado y quedara en shock ante lo que le había dicho.
—Vamos de los abuelos, nos vamos a quedar unos días. —Respondió — ya estoy llegando hija
—Está bien.
La llamada se terminó y algo en mi corazón se había roto, algo en mi corazón estaba vacío, algo en mí se fue y sin despedirse.
Ese mismo día era el cumpleaños de mi hermanito menor y se lo iban a festejar unos días después en un salón de juegos, mi mamá llegó y lo saludo dándole su regalo por parte de los abuelos y de ella. Algo en su mirada había cambiado, algo en ella también se había roto.
—La abuela está en el cielo, está con los angelitos y hoy nos vamos a despedir de ella. — es ahí donde no sabía qué hacer, es ese momento donde me doy cuenta que esa llamada del mediodía era mi última oportunidad de hablar con ella, ella no habló conmigo y me sentía culpable; culpable por no haber aprovechado el tiempo como se debería.
Y sin dudarlo me largué a llorar en los brazos de mamá, necesitaba que alguien esté conmigo abrazándome. Ella se quedó por unos minutos sin saber qué hacer y luego puso su mano en mi cabeza acariciándome lentamente mientras susurraba que todo iba a estar bien y que ahora está en un mundo mejor si estar renegando pero eso sonaba más para ella que para mí.
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Llegué a esa ciudad y esta vez no llegué feliz por estar con mis primos, sino que sentía el aire pesado, estaba nublado como si el tiempo también estuviera por llorar, por una pérdida importante. Pero esta vez se ganaron una estrella muy hermosa y especial.
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Editado: 24.03.2019