Hiro fue atado y amordazado, junto a un grupo de personas de distintas edades y que hasta hace poco poseían el transmisor.
Cinco científicos los tenían cautivos. Examinaban los transmisores con unos extraños radares para detectar las ondas emitidas por los mismos.
Los científicos discutían, pero Hiro no los entendía. Desde que le sacaron el transmisor, dejó de entender los idiomas de ambas dimensiones. Observó a los rehenes. Contando con él, eran un total de cinco y, entre ellos, había una niña un par de años menor que él. Pensó que sería muy pequeña para estar en un lugar muy peligroso como ese y se preguntó cómo podría hacerla regresar a su casa.
En eso, vio que la niña le señaló, con su cabeza, un pequeño bulto que tenía por debajo de una de sus medias.
“¡Logró esconderlo!”, pensó Hiro, admirado. “Y luego estos pedantes de otro mundo nos trata de primitivos. Si lo fuéramos, no nos ingeniaríamos de esta manera”.
Se acercó a ella y, con la poca movilidad de su cuerpo, acercó sus manos al zapato y logró sacarle el transmisor. Se la colocó en sus manos y la miró fijamente, como queriéndole decir que lo use e intente liberarse o golpear algo hasta que algún adulto la rescatase. La niña pareció entenderlo, porque asumió con la cabeza y, enseguida, desapareció.
Los científicos se percataron de eso y, uno de ellos, se acercó a Hiro, le sacó la mordaza y le preguntó:
Hiro se dio cuenta de que podía entenderlo, quizás por la cercanía con ese científico que tenía el dispositivo. Pero no había tiempo de pensar en eso, debía ingeniárselas con una mentira rápida.
El científico le abofeteó y lo lanzó al suelo. Luego lo tomó del cuello, lo alzó y le gritó:
Aunque no entendían lo que pasaba, vieron perfectamente que el científico los señaló con el dedo y sus colegas los apuntaban con sus pistolas láser, por lo que sus rostros palidecieron.
El científico lo soltó. Enseguida, los otro cuatro rodearon al chico y empezaron a golpearlo. Hiro se mordió los labios, recibiendo los golpes estoicamente. No quería perder la calma, menos aún preocuparle a su amiga por su estado actual.
Cuando se cansaron de golpearlo, uno de ellos le apuntó con la pistola láser y le dijo:
Hiro cerró los ojos, esperando recibir el disparo. Sin embargo, escuchó un sonido a lo lejos, proveniente de una pistola originaria de la Tierra. Para despejar la duda, abrió los ojos y vio que el brazo del científico sangraba.
También vio cómo Sorlac y Jaun empezaron a pelear contra los científicos restantes, acompañados de Gerda quien, al recibir la indicación de no matar por matar, solo se limitó a herir los brazos y las piernas de sus contrincantes. Mariana, por su parte, se acercó a Hiro y lo desamarró.
Hiro obedeció y, con Mariana, liberó a los demás. Una vez desatados, todos se colocaron detrás de la joven, quien comenzó a esquivar los disparos con sus guanteletes.
Sin embargo, la batalla fue dura. Los científicos tenían varias armas con que defenderse. Uno de ellos, incluso, llevaba unos trajes a prueba de balas y que, además, incrementaba su fuerza. De esa forma se acercó a Gerda y, con un solo brazo, la lanzó a una buena distancia.
Sorlac, aprovechando la distracción, sorprendió al científico por detrás e invocó a Asthar, logrando de esa forma enviarlo a su mundo original.
El científico que había sido herido por Gerda, tomó con su mano sana los transmisores de los niños y procedió a huir, cuando fue detenido por Mariana quien se interpuso en su camino.
- ¡Apártate, estúpida primitiva! - Le ordenó el científico.
- Entrégame esos transmisores, o te las verás conmigo – Le amenazó Mariana, sacando su spray para apuntarlo directo a los ojos.
El científico soltó una carcajada. Luego se tragó los transmisores de una vez, ante la sorpresa de la joven.
Gerda, quien se recuperó del lanzamiento, se acercó al científico y, sin pensarlo, le disparó en la sien.
Y antes de que Mariana hablara, Gerda bramó:
Los tres científicos que quedaban, estaban muy malheridos y no podían moverse del dolor. Sorlac y Jaun se acercaron a ellos, activaron los transmisores, invocaron a Asthar y los enviaron de vuelta a su mundo.
Hiro se acercó al científico que se tragó los transmisores. Definitivamente estaba muerto. Tenía tantas cosas que preguntarle y, ante eso, se le ocurrió una idea.
Colocó sus manos sobre el cuerpo y dijo:
En segundos, recibió en su memoria una traducción exacta de la conversación de los científicos. Y cómo después de que la niña regresara a su mundo con un transmisor escondido, pudo comprender perfectamente lo que le decían.
Cuando pudo captarlo todo, el cuerpo del científico desapareció, dejando una piedra rosada en su sitio. El niño se dio cuenta de que los transmisores debieron unirse en su estómago, por lo que adoptó esa misma forma que tenía al estrellarse a Tierra.
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Editado: 31.03.2023