Los días se volvían cada vez más fríos, pero Mariana igual se puso ese vestido primaveral para sorprender a Sorlac. Quizás no podría movilizarse cómoda con eso, pero no pensaba ir a la “Puerta dimensional” a pelear. Ya tuvo suficientes batallas el mes pasado y nunca consiguió hacerse de tiempo para hablar con Sorlac y saber sobre su vida.
Los agentes que la espiaban se quedaron impresionados. Luego de observarla las veinticuatro horas del día desde inicio de año, era la primera vez que la veían prepararse para una cita. Más bien consideraban que la rutina de Mariana era aburrida: una joven asocial, que se la pasaba encerrada en su pieza, frente a la computadora, la cual solo salía para andar en bicicleta o ir al supermercado. Pero ese día la vieron animada, ansiosa, atendiendo cada parte de su cuerpo y rostro para coquetear con un posible enamorado.
Pero el tema era que nunca la vieron entablar conversación con alguien, ni siquiera por mensajes. No sabían si fallaron en algo, se perdieron algún detalle o usaba algún código de comunicación que no lograron descifrar para salirse con las suyas.
La joven, ajena a las dudas que inconscientemente ocasionó a sus espías, se dispuso a usar el transmisor cuando oyó la voz de Asthar, que le advertía:
Mariana, automáticamente, se fijó en el ojo de la webcam de su notebook. Recordó una vieja película de espionajes a través de cámaras ocultas y se estremeció. ¡Realmente la estaban espiando!
Fingiendo indiferencia, bajó la pantalla de la computadora y, antes de desenchufarla, dijo en voz alta:
Y, por primera vez desde que obtuvo el transmisor, salió de su casa para ir a otro lugar que no fuese el supermercado.
Quería usar la bicicleta e ir a un sitio alejado, pero con el vestido le sería difícil andar. Por lo tanto, tomó un taxi y le pidió al conductor que la llevara hasta un shopping. Ahí se metió al baño, entró en un cubículo vacío, activó el transmisor y fue directo a la “Puerta dimensional”.
Enseguida halló a Sorlac, quien acababa de enfrentarse a uno de los científicos locos y lo derrotó fácilmente, enviándole de vuelta a su mundo original.
Sorlac se quedó observando a Mariana. Se fijó en el vestido que llevaba puesto y en el pelo recogido. Por lo general, los llevaba sueltos y revoltosos, como si acabara de levantarse de una siesta larga.
Sorlac le extendió la mano y Mariana la tomó. Fueron a esos sitios que la joven quería ver y, a cada pregunta que le hacía, Sorlac la respondía. Y así estuvieron un buen rato, hasta que llegaron a un anfiteatro. En ella vieron a dos hombres con gorros de arlequines, cantando. Sorlac miró el espectáculo y, rodeando los hombros de Mariana con un brazo, dijo:
Mariana se sintió un poco culpable por despertar ese recuerdo de Sorlac. Y pensar que quería alegrarlo, pero sucedió todo lo contrario. De nuevo arruinaba las cosas. Los malos recuerdos volvieron y, cuando estuvo a punto de colapsar, escuchó que Sorlac le decía:
Miró a Mariana con una sonrisa que sorprendió a la joven. Era la primera vez que lo veía de esa forma y, también, era la primera vez que él mencionaba a su familia. Sintió que sus mejillas se sonrojaban y no evitó comparar ese momento con el de una película romántica. Lo único que faltaba era un beso, el cual no se concretó porque vio a un científico a lo lejos.
Se encontraba a espaldas de Sorlac, apuntándolo con la pistola láser. La joven, de inmediato se movió y empujó a su héroe a un costado, justo en el preciso instante en que se efectuó el disparo. El trayecto del láser, que debía impactar en el cuerpo del mecánico, dio con el de Mariana, debido a que ella no tuvo tanta suerte en esquivarlo.
El dolor era intenso. Le habían dado a un costado del abdomen. Vio que Sorlac gritaba, pero no podía escuchar lo que decía. Solo pensaba que debía haberse traído consigo los guanteletes. En su mente, se maldijo por su ingenuidad al pensar que ese día no lucharía.
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Editado: 31.03.2023