Mariana y Sorlac se acercaron. La joven, al ver a Gerda, fue como para explicarle la situación. Pero ella la interrumpió diciéndole:
No pudieron seguir charlando, porque un grupo de cinco científicos los vio y comenzaron a dispararles. Mariana y Sorlac se colocaron delante de Gerda y Sergio para protegerlos y bloquear los disparos con sus guanteletes. Gerda aprovechó para cargar las municiones de su arma y le preguntó a Sergio si llevaba una pistola a mano.
Sergio, sin pensarlo, activó el transmisor y regresó a su mundo.
Otra vez estaba en el coche, en la avenida y en esa ciudad donde vivió toda la vida. Y a su lado se encontraba Mariana, aparentemente en un sueño profundo. La zarandeó un poco, pero no reaccionó. Era como un muñeco inanimado.
Sin embargo, no tenía tiempo de indagar en esa extraña situación. Así que tomó su pistola, activó el transmisor y regresó a ese lugar.
La batalla aún seguía en pie. Esta vez encontró a Sorlac en el suelo, con una pierna herida, y a Gerda luchando cuerpo a cuerpo contra un científico. Mariana, en cambio, había sido inmovilizada por dos científicos corpulentos, que no paraban de burlarse de ella y de su forcejeo inútil.
Sin tiempo para dudar, el detective apuntó con su arma a uno de los científicos y le disparó el brazo.
Al ver a su compañero herido, el que sostenía a Mariana la dejó y fue tras Sergio, a quien ya no le dio el tiempo de recargar la munición y recibió una trompada que lo arrojó al suelo.
Cuando Sergio creyó que estaba acabado, el científico recibió un disparo en la sien, proveniente de Gerda, quien logró derrotar a su contrincante, recuperó su arma y fue a ayudar al detective.
Mariana se sentía demasiado agotada para discutir con Gerda. Por lo que fue a Sorlac para revisarle la herida.
Gerda rió. Al final le contó dónde ella se hallaba en realidad, cómo los agentes la contactaron y el trato que le propusieron si les revelaba la verdad sobre el meteorito rosado. Sin embargo, luego de enterarse lo de Mariana, decidió no colaborar e idear un plan para deshacerse de esos agentes.
Gerda no sabía cómo reaccionar. Era la primera vez que alguien le agradecía. Y más siendo un detective. Por un momento creyó que era un truco para ver si bajaba la guardia. O quizás no. Aún así, decidió escudarse en su orgullo y le respondió:
Activó el transmisor y desapareció.
Sergio se acercó a Mariana, pero la vio tan embelesada con su amado del otro mundo, que al final decidió marcharse solo.
Y sin decir ni una palabra más, regresó a su mundo.
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Horas después, Sergio y Mariana al fin llegaron al destino. Era una cabaña a las afueras de la ciudad, bien lejos de la ruta y con entrada a una arboleda tupida.
En efecto, en la entrada, lo esperaba la persona a quien menos quería ver: su hermano.
La cabaña era de un estilo rústico, con paredes de piedra y ladrillos vistos y muebles de madera tallada. Se sentaron sobre sillones de mimbre, cubiertos con tejidos nacionales y de colores amarillentos. El hermano de Mariana colocó una mesita, donde les sirvió un poco de jugo para refrescarse después de un largo viaje.
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Editado: 31.03.2023