Capitulo 16
5 años antes…
Las palabras y los momentos se podrían decir que se ubicaban en distintos lugares, pero, sin embargo, las palabras en el momento adecuado podían ubicarse en el lugar exacto para destruir a alguien de la manera más fácil que se podía imaginar.
—¿Quien lo dijo? —fue la única respuesta que le había dado a su padre después de largos minutos de silencio.
Su padre se encogió de hombros tratando de restarle importancia, pero era imposible. Hablaban de Maya y para Dimitri, todo lo que tenía que ver con ella tenía demasiada importancia.
—Hijo, por favor. —dijo sonando un tanto preocupado. —Es rumor de pueblo, sabes cómo es la gente.
El azul de sus ojos chocaban con el mismo azul de los de su hijo, solo que los de Dimitri se habían oscurecido desde que le había nombrado a la muchacha.
—Padre. —dijo respirando hondo antes. —Necesito un nombre.
Aarón Petrova le había lanzado de pronto una sonrisa que el joven no supo descifrar, pero era una que le pareció muy conocida.
—Despues dices que no te pareces a mí. —habia dicho su padre con arrogancia. —Solo te digo que es un rumor de pueblo y que no quiero que te metas en una pelea con mis hombres por eso.
Dimitri había soltado una maldición antes de levantarse y salir del despacho con tanta rapidez que al hombre no le dió tiempo de despedirse. No esperaba menos la verdad, su hijo era demasiado predecible ante sus ojos. Le había dicho lo que él no debía de escuchar, o en el mejor de los casos; lo que tanto necesitaba oir. Lo conocía demasiado bien, y eso era un punto a su favor. Justo lo que necesitaba.
Por parte de Dimitri solo pensaba en llegar a casa de su novia y, ¿Qué haría? ¿Qué le diría?
No lo supo, claro que no lo sabía. Los celos estaban dándole demasiadas ideas e imágenes no deseadas, debía tranquilizarse.
Quiso pensar en el refrán de que los celos son señales de amor, pero, más bien creyó que era como un resfriado: molesto y dañino, el cual era señal de vida, sin embargo, una vida enferma y llena de malestares.
De cualquier manera los celos era una consecuencia del amor: le gustara o no, existen, y a él le estaban envenenando la mente con pensamientos destructivos.
Estaba de camino a casa de Maya, pensando que decir, pensando que haría. Sintió de pronto la mirada de muchas personas, y le fue imposible no imaginar en lo que estaban pensando. Tal vez no lo miraban, ni le llegaban a tomar en cuenta, pero jamás en su vida entera; Ni aun por ser hijo de quién era, había sentido tanta atención y si que era común tenerla.
Todo se había salido de control cuando se posicionó frente a la puerta de la casa de su novia. Todo dentro de él estaba desordenado, no lograba encajar la calma junto a la razón, ni podía alejarse de las dudas. Esas dudas que nutrian los celos, porque sí; Los celos se nutren de dudas y la verdad llegaba para dos acontecimientos: Para deshacerlos o para colmar el sentimiento. No quería pensar en eso último, y más cuando fue el mismísimo Gustavo Fernández quien lo había recibido unos minutos después de tocar la puerta.
Lo había olvidado.
—Señor Gustavo. —dijo con voz ronca y con un vano intento de control.
El hombre lo había mirado con una mueca de molestia sin siquiera intentar disimularlo.
—Mi hija está ocupada, no creo que pueda verte.
Terminando la última palabra una Maya con una inmensa sonrisa, dispuesta a cambiarle el mundo con ella se había posicionado detrás del hombre.
—¡Mi amor! —había dicho eufórica saliendo de la casa y abrazándolo bajo la mirada acusadora de Gustavo. —¡Que alegría verte! —esa era su Maya, esa que mentía tan mal que daba pena solo escucharla. Su padre sólo negó en silencio, aun así no dijo nada. —¿Te quedarás a cenar?
—¡Claro que no! —el padre de Maya se apresuró a decir.
—No puedo. —dijo al mismo tiempo que Gustavo, haciendo así que Maya los mirara con confusión.
—¿Qué? —dijo la joven mirando de forma acusadora a su padre. —¿Por qué razón no podrías?
A Dimitri le había entrado unas ganas enormes de correr a Gustavo del sitio y lo dejara a solas con su novia, pero por la postura de éste se dio cuenta que no tenía ninguna intención de marcharse de ahí.
—Debo hacer unas cosas. —mintió observando de reojo al hombre que no dejaba de mirarlo con burla. Se le hizo imposible creer que ese hombre que ahora lo miraba como si quisiera matarlo, tiempo antes lo invitaba personalmente a ver partidos de béisbol mientras se reían de todo. —Solo vine a hablar contigo un momento.
Maya asintió un poco insegura. Y tomándole la mano lo invitó a pasar, Gustavo se había movido de su sitio sin querer hacerlo. A pesar de todo, Dimitri seguía siendo el novio de su hija y no podía negar que siempre la había respetado mucho. Aun así, no estaba de acuerdo en que se fueran a vivir juntos, ningún padre estaría de acuerdo con eso la verdad.
Se sentaron en el sofá, uno frente al otro cuando por fin estaban solos, viéndola ahí, frente a él. Maya era muy bella, tenía un rostro muy precioso. Su color de piel siempre le había gustado, contrastaba perfectamente con el café de sus ojos al igual que su cabello. Siempre le había parecido perfecta, y ahí estaba él, desenfocandose de lo que venía por quedar embobado observandola. Estaba muy mal por ella, lo sabía.
—¿Qué pasa Dimitri? —le había dicho dulcemente mientras colocaba una de sus finas manos en su rostro. Su tacto era muy reconfortante, era cura; Era paz. Esa paz que solo lograba encontrar cuando la tenía cerca de él.
—Se me fue totalmente. —habia dicho por inercia mientras le observaba la boca sin disimularlo. Maya se pasó la lengua por los labios cuando notó como la miraba.
—Ya te llegará de nuevo, después de comer algo, amor. —le había dado un poco rápido, no podía arriesgarse a que alguien entrara y los vieran. —Porque te quedas a comer, ¿Verdad?