Capitulo 23
—Necesitaba verte. —fueron sus palabras. Firmes, claras, muy reveladoras. —Ayer me dejaste muy preocupada.
Y fue cuando él la tomó del brazo bruscamente para meterla en la oficina sin decir ni una palabra más que Maya se había dado cuenta del verdadero significado de las palabras dichas por la mujer.
¿Ayer? Eso quería decir que... «¡¿Cómo fue capaz?! » pensó Maya con furia en su mirada.
Esa mujer le había causado mucho daño y él seguía con ella, después de tanto, después de todo. Y en vez de sentir tristeza alguna por lo recién descubierto, sentía rabia. Molestia, no con la mujer, ni con el hombre que la había enloquecido desde de que lo conoció, más bien con ella misma. Por no darse cuenta que valía mucho más que un acoston de momento, sí, estaba furiosa.
Dimitri se había convertido en un jugador y había ganado una partida, pero ella estaba dispuesta a darle pelea de ahora en adelante. Devolverle cada una de las cosas que le había hecho, empezando por la humillación que le hizo sentir luego de haber pasado la noche juntos.
Y no había pasado ni diez minutos cuando la rubia había salido de la oficina casi trotando, sin llegar a mirar más que al frente. Sin embargo una vez dentro del ascensor su vista se había clavado en ella y ahora notaba claramente el odio que desprendía en su dirección. «Pobre mujer» quiso decirle, pero las puertas ya se había cerrado.
Su desenfoque duro solamente unos segundos, ya que sonriendo y echándose el cabello detrás de sus hombros se levantó de su lugar con pasos firmes hacia la oficina de su jefe.
Respiro hondo varias veces antes de tocar.
—Siga. —sólo se escuchó duramente.
Y cuando lo hizo, no se mostró sorprendido al verla. Era más que obvio que la estaba esperando.
Él estaba ahí, sentando como un ser superior a todos, estudiándola con la mirada y ella, olvidándose de a que venía. Sin embargo, agradeció no haber hecho ninguna torpeza mientras tomaba asiento frente a su jefe.
Éste sólo la miraba fijamente mientras bebía una botella de agua con demasiada elegancia. Maya supo que esa era su señal, la señal que necesitaba para dar su golpe.
—Me duele un poco la cabeza, Maya. —dijo el hombre dándose leves masajes en la frente. —Sólo infórmame lo más relevante sin tanta cosa.
—Claro. —le dijo ella sonriendo extrañamente. —Me encantó hacer el amor contigo. —le soltó mientras cruzaba las piernas lentamente a la vez que su jefe se atragantaba sonoramente. Ella ocultó la sonrisa de satisfacción mordiendo levemente uno de sus labios.
—¿Qué dices? —preguntó mientras seguía tosiendo levemente.
—Lo que escuchaste. —Maya colocó la carpeta sobre el escritorio mientras se levantaba lentamente y camina con pasos firme alrededor de la mesa. Se inclinó un poco acercando sus labios junto al oído del hombre que de pronto comenzaba a apretar los puños con fuerza sobre la mesa. —Muero porque me vuelvas a besar. —de pronto le tomó el rostro entre sus dedos y lo volteó para que la mirara. —¿O tú no? —los ojos del hombre se pasaban por todo su rostro deteniéndose más de la cuenta en sus labios. —¿Te arrepientes de lo que pasó ayer? —su voz sonó firme, casi con amenazaba. Estaba muy sorprendida de ella misma. —¿Te arrepientes de hacerme el amor?
El rostro de Dimitri era un total poema. Respiraba con dificultad y no dejaba de parpadear nerviosamente.
—¿Qué te pasa, Maya? —se había puesto de pie con nerviosismo dando varios pasos en su dirección. —Estás diciendo muchas incoherencias.
Maya sonrió de manera sarcástica. La humillación era la que llevaba las riendas de sus actos. El sentirse utilizada, pero no era algo recién. Desde que él se había ido ella se sintió igual cada día, cuando creyó que comenzaba a mejorar; él había vuelto y pretendía volver a destruirla, ella lo sabía.
—Eres un imbécil. Eso no es una incoherencias.
De pronto y como por reflejo el rostro de Dimitri había cambiado, mostrándose tan frío como cuando lo había vuelto a ver.
—No me insultes. —dijo dando otro paso en su dirección buscando intimidarla, pero Maya estaba firme en su lugar. —No después de todo lo que me has hecho. —dijo como un niño pequeño que acababan de abandonar y ella quedó levemente aturdida por sus palabras.
El rostro del hombre impotente frente a ella había cambiado su expresión al darse cuenta lo que había dicho, sin embargo, ya era muy tarde para retractarse.
—Eres un descargado en grande. —dijo ella con rabia. —¡Tú eres el que me arruinó la vida! —gritó. Con una furia que había tenido encarcelada durante muchos años y que ahora veía la luz de la libertad. —¡El que me abandonó! —sus ojos se habían cristalizados y movía sus manos con rapidez y mucha fuerza mientras decía cada oración. —¡Eres el único culpable! —dijo de pronto golpeándole el pecho con furia. Dimitri solo la escuchaba sin pretender decir nada mientras ella lo golpeaba con todas sus fuerza. El hombre no hacía ninguna expresión en su rostro, pero internamente le dolía profundamente verla así, sólo que no lo diría en voz alta.
—Ya, ya. ¡Cálmate! —gritó de pronto él tomándole las muñecas. —No sé de qué hablas, pero ya no aguanto. —dijo cuando el ambiente se había tranquilizado un poco. —Sólo esperaba una disculpa Maya. Un "por qué" habías hecho lo que hiciste, pero veo que no te importa y sinceramente a mi tampoco me importa ya.
Maya había comenzado a temblar de rabia.
—Al parecer tu padre logró lo que quería, ¿no? convertirte en él. Porque está más que claro que no eres el Dimitri que yo creía conocer. —en su mirada notó que las palabras habían dado en el punto y eso lo había tomado como ganancia. Le había ganado, jugando de la manera que él lo hacía: hiriendo. —En esa carpeta están todos los acontecimientos lo más resumido posible, me llama cualquier cosa señor.
Y salió de la oficina con la cabeza en alto. Dejándolo sin palabras. Como quien decía: el que calla, otorga.
Ella no había dicho nada que no fuera cierto, y él lo aceptaba con su silencio.
No lo vio salir de su oficina en lo que restó del día. Tampoco le dio mucha vuelta al asunto. Debía parar con eso o se volvería completamente loca, no mentía ya lo estaba un poco.
Cuando acabo su turno se marchó dignamente y con una sonrisa que le duró todo el trayecto hasta llegar a su casa.
Una vez dentro, se dio una larga ducha y se puso su pijama más viejo y suave que tenía. Era azul claro con un estampado de gatito y mientras se secaba el cabello con una toalla el cuadro en su mesa se burlaba de ella cruelmente. Con mucha rabia lo tomó entre sus manos y lo aventó dentro del armario, esperando olvidarse de él para siempre. Se tiró a la cama y los pensamientos le no permitieron dormirse.
Ese lugar solo le traía recuerdos, ya no volvería a ver ese lugar igual y eso la desesperó. Había sido una total estupidez de la cual ahora meditaba, más no se arrepentía.
Dimitri había arruinado muchas cosas en su vida, y en la de él. Eso lo tenía muy en claro, sin embargo, tenía la leve esperanza de que su regreso tuviera algo que ver con una clase de renacimiento, algo similar con el perdón. Específicamente: el que le debía a ella. Añadiéndole que su padre estaba muerto, y eso sí tenia mucho que ver. Ahora estaba muy segura que nada era como lo imaginaba.
Dimitri había vuelto sólo porque quería molestar y mas nada.
Se levantó y recordó que tenía yogurt de piña en el pequeño refrigerador. Una vez ahí, lo sacó y empezó a comerlo sentada en el colchón cruzando las piernas como niña.
Lo recordó ahí de sentado en las pequeñas sillas haciendo ver el lugar mucho más pequeño, y también recordó las cosas horribles que le había dicho para luego como si nada llevarla a cenar. «¡Estúpida! » sí que lo era. En todas las ocasiones en las que la había humillado bajo la tonta excusa de que era "trabajo", había sido una total estúpida. Y ahora lo veía.
Su celular sonó junto a ella y notando que era un número desconocido sonrió levemente, había olvidado totalmente devolverle la llamada y mas aún, guardar el número.
—Hola. —la voz era gruesa, cargada con un poco de simpatía. —No quisiera ser pesado, pero, quería desearte buenas noches. Ya que, pues...
—Gracias. —dijo ella a la vez que metía bajo las sabanas. —Buenas noches, Steve.
Y sonrió, no supo por qué, pero ahí estaba ella: sonriendo mientras olía el delicioso aroma que sus almohadas habían adquirido de cierta persona el día anterior.
Luego de colgar, logró quedarse dormida.
Mientras ella dormía, Dimitri estaba luchando contra el impulso de sumergirse en una botella de whisky. Su departamento en total silencio sumido en la oscuridad, acompañado de sus pensamientos los cuales lo estaban matando lentamente.
La realidad y las palabras dichas por Maya lo golpeaban una y otra vez. No quería pensarlo demasiado, pero no podía dejar de hacerlo.
Su padre se había comportado de forma distinta con él, eso no cabía duda. Después de dejar el pueblo por lo que Maya le había hecho. Aáron le había gritado y mandoneado muchas veces. Se justificaba diciendo que estaba estresado porque la policía se la pasaba buscando pruebas hasta debajo de las piedras para encarcelarlo. Nunca había vuelto a verlo tan interesado en él, sólo cuando él había accedido a ayudarlo con algunos negocios. Y desde que gracias a eso había empezado a ver millones en sus manos en menos de lo que se terminaba un cigarrillo, ahí si había vuelto a ser el padre que él creía necesitar.
Pero lo llegó a conocer más de lo que imaginaba, y sabía que era capaz de todo por su bienestar, su poder, por su dinero. Dimitri había sido la razón por la cual Aáron Petrova era conocido, temido y muy buscado entre la policía y muchos carteles que querían quitarle el trono. Al igual que también había sido responsable de que nunca lo encontrarán, y por eso siempre lo necesitó cerca. «¡No! » se dijo con furia, se negaba a creer que esa fuera la razón de su cercanía. Era su padre, lo quería de verdad.
¿Pero, si él ...? No, era imposible.
Tiró la botella lejos de él con una fuerza cargada de furia. El sonido de ésta rompiéndose en el suelo resonó en el silencioso lugar, menos en su cabeza, ya que ahí solamente se repetía una y otra vez una sola pregunta.
¿Y si todo había sido un engaño?