Capitulo 32
El joven llegó al sitio, sintiendo un aire nuevo llenar sus pulmones. Ese lugar le trasmitía mucha paz, o por lo menos eso quería pensar. En realidad, nunca la había tenido, así que no sabía con exactitud cómo se sentía, pero simplemente tranquilizaba su alma y eso era lo que seguía llevándolo a ese lugar. Tranquilizaba su cuerpo y ayudaba a su mente, no podía pedir más.
Pero ese día fue diferente, muy diferente. Ella estaba ahí. Una muy linda chica, con su cabello castaño y con uniforme de escuela. Sabía de quién se trataba: Maya. La había visto muchas veces en el pueblo, pero nunca habían hablado. Ni siquiera recordaba haber cruzado una mirada, eran muy diferentes como para llegar a coincidir.
Por lo que había notado de ella; era una niña muy alegre, con una familia feliz, hermosa, repleta de pretendientes y muy aplicada. No entendía que hacía en ese lugar tan alejado y muchos menos entendía por qué razón lloraba.
Debía de darse la vuelta he irse, pero ¿Por qué hacerlo?
—Niña, esté no es el lugar apropiado para que llores por tu novio. —El joven soltó mientras pateaba una piedra lejos de él y contenía las ganas de reírse a carcajadas.
La muchacha había dado un pequeño brinco al oírlo ya que no lo había sentido y al mirarlo notó como éste se burlaba descaradamente de ella con sus palabras.
—Es mejor lugar para tirar un cadáver ¿No? —las lágrimas habían cesado y ahora una furia recorría sus palabras.
Dimitri no aguantó más y se soltó a reír sin poder evitarlo. Nadie nunca le había hablado así, en realidad nadie le hablaba en ese pueblo y no era que le importaba, pero le hacía mucha gracia su respuesta.
—No me retes, eres la única persona que veo cerca. —dijo bajando su mirada y sonriendo sin quererlo.
La joven lo miraba fijamente desde abajo con el rostro mojado pero la expresión enfadada, parecía un gatito apunto de atacarlo.
—¿Me estás amenazando? —preguntó levantándose rápidamente. —No me das miedo. —dijo sin apartarle la vista.
Dimitri asintió sin quitar su sonrisa y flexionó un poco las rodillas con la intención de quedar a la altura de la muchacha, ese gesto hizo que Maya enfureciera.
—¿Podrías repetirlo? —la cara de la muchacha fue digna de una foto. —Ahora sí te escucho bien. —movió la cabeza a un lado.
—Eres un estúpido. —dijo ella con fuerza, todo en ella había cambiado de pronto.
—Gracias. —se sonrió ampliamente y está vez ella también lo hizo, sin saber que con ese gesto lograría meterse en la cabeza del joven de por vida.
La muchacha había dejado su bolso en uno de los muebles individuales de su departamento. No se molestó en encender la luz mientras se quitaba los zapatos y los tiraba lejos sin ver dónde caían. Estaba lista para meterse a la cama y no saber más de ella misma lo que restaba del día.
No cenaría. Se sentía demasiado agotada tanto física como emocionalmente para hacerlo. Tantos años de mentira le tomaban factura diariamente y algún día tendría que pagar, Andrea lo sabía.
Todo se le había juntado, todo estaba pasando muy de prisa para poder procesarlo. Sabía que su mentira sería descubierta, sin embargo, ingenuamente esperaba que Dimitri entendiera la razón de su cometido y aunque fuera, no la matara.
Su sangre se heló al pensarlo, él era el hijo de un asesino sin compasión, tenía sangre de criminal. Su porte a diferencia de sus familiares, era muy diferente eso sí, pero a fin de cuentas seguía siendo un criminal. Él había usado la inteligencia antes que otra cosa, no era un hombre presumido como lo había sido su padre. Por eso precisamente había lo habían matado, le gustaba hacerse notar, que le vieran el rostro y sonará su nombre en todos lados, eso le había costado la vida. Dimitri a diferencia era muy astuto, precavido y calculador, estaba dónde estaba por ello. Ese hombre era de las personas que te congela la sangre sólo con una mirada y eso le tocaría a ella más temprano que tarde.
Lo que había pasado días atrás la había dejado marcada de por vida. Balas, muertos, policías. Pensaba en ella yendo a la cárcel o siendo alcanzada por una bala y toda su vida acabando en ese instante. Y todo gracias a una sola persona: Carmelo.
Ese hombre nunca fue de fiar, hasta el mismo Aaron desconfiaba y ahora se mostraba tal cual era. Como un peligro para todos.
Carmelo sabía quién era el jefe actual de los Petrova, y ya había demostrado que no se quedaría con el secreto para si mismo, lo destruiría y ella saldría muy afectada en el proceso.
—Andrea. —un salto acompañado de un grito fue su expresión al escuchar la ronca voz en medio de la oscuridad.
Sintió los latidos de su corazón más fuerte de lo normal, se apresuró a controlar su respiración antes de que le diera una clase de ataque o algo parecido.
—Aaron. —dijo ella soltando un fuerte suspiro de alivio, o miedo, no lo supo distinguir en realidad.
El recién nombrado se veía como una sombra tenebrosa en su sala. Muy quieto, muy elegante, muy poderoso. Miedo, esa era la palabra, no había más que miedo en su sistema. Él estaba ahí, no por ella, no por su cuerpo, por su calor; nada de eso. La verdad era que eso jamás le había interesado, ella lo sabía. Por lo único que él estaba ahí, era por su verdad: por todo lo que le habían quitado hace años. Por lo que ella tendría que pagar.
—Me debes una explicación. —dijo lento y firme. Como una amenaza silenciosa que ocultaba un ataque que acabaría con ella en un segundo. —Y quiero todo lo que sepas. —el corazón de la joven se paralizó. La tranquilidad de su voz era engañosa, cualquiera podía notarlo. —Ahora.
Se vería ridícula, lo sabían. Sin embargo, ya estaba más que acabada, podía al menos intentar hacer algo.
—¿Qué ha pasado con Carmelo? —dijo ella con la penosa intención de desviar un poco el tema.
Dimitri sonrió sin ganas y casi como una caricia para el lugar.
—Eso no es tu asunto. —respondió con tranquilad
—Pero ya me estoy encargando de él. —dijo con su voz ronca y fuerte, el ambiente había cambiado de nuevo sin ella notarlo. —Tú sólo dedícate a hablar. —dijo haciendo silencio para que ella dijera algo. Pasaron segundos que le parecieron horas, lo observó moviendo la cabeza de un lado a otro esperando una respuesta, pero ella sentía que sus labios habían muerto. —Sé que tú tomaste las fotos. —continuó con cautela.
La muchacha respiró hondo, todo estaba acabado. Ese hombre, el cual amaba, por el cual daría su vida, estaba en busca de la verdad. Nunca la había dejado de amar y estaba segura que la muchacha tampoco a él. Se amaban, como nunca antes la habían amado a ella. De ese amor envidiable, el cual como en ese caso había ocurrido, había sido destruido por los celos y la maldad de terceros. Y tristemente ella era una de las que había ayudado a destruirlos.
—Sólo seguía órdenes de tu padre. —dijo ella con voz cansada.
Esas simples palabras eran las indicadas, las que el hombre estaba esperando. Dimitri se había levantado de pronto con rapidez y se acercaba con pasos rápidos hacía su dirección.
—¿Qué órdenes? —preguntó entre dientes casi en un susurro aterrador, cargado de muchos sentimientos diferentes. —¡Termina de hablar! —gritó dando un golpe a la pared a su lado, haciendo que la mujer se sobresaltara.
Todo en el había cambiado. Ya no estaba sereno, ya no estaba a la espera. Ahora todo de él mostraba lo desesperado que estaba porque le dijera lo que era obvio. Sentía como cada músculo de su cuerpo se activaba, su respiración, todo dentro de Andrea.
—Las fotos. —tartamudeó envuelta en miedo. —Que las arreglara, él quería separarlos. —la mujer lo miró a los ojos, sólo un segundo, sólo aguantó un segundo. —Todo fue su idea. —dijo de pronto con una rapidez que mostraba estar aterrada. —Lo planeó desde antes, y nos amenazó a todos.
La mirada del hombre cambió tanto en los segundo que tardó en hablar, que ella se arrepintió de haberlo confesado, porque ahora sabía con exactitud lo que había hecho y ya no había vuelta atrás.
Cerró los ojos al terminar de hablar ya que las lágrimas le impedían mantenerlos abiertos y fue cuando empezó todo. Golpes, cosas rompiéndose, gritos, puños y ella simplemente empezó a llorar desconsoladamente. Hasta que ocurrió, la vista enfurecida del hombre viajó a ella y con rapidez y fuerza la tomó por el cabello haciendo que la mujer gritara de dolor. Él se notaba que estaba conteniéndose, aún faltaba muchas cosas por decir, pero no sabía hasta cuándo lo haría, cuánto tiempo tendría.
Nunca lo había visto de esa forma, de esa manera tan destrozado; tan temible.
Era su fin, estaba segura. Ese hombre acabaría con ella, lo veía en su mirada.
—¡Me arruinaste la vida! —gritó soltándola lejos de él haciendo que cayera al suelo para luego darle un golpe a la pared que hizo que esta se rompiera en pedazos. —¡No sabes lo que hiciste!
El hombre comenzó a golpear repetidas veces la pared, sus manos empezaron a sangrar y a ella la respiración empezaba a faltarle, toda su visión estaba borrosa y las lágrimas no paraban de salir.
—¡Tu padre me obligó! —gritó desde el suelo envuelta en lágrimas y completo terror. —¡Te lo juro!
—¡Cállate! —gritó volviendo a dejar otro golpe sobre la ya destruida pared. El hombre se veía mucho más grande que antes, mucho más poderoso, más temible. Respiró una vez, luego otra y otra última más grande. Por primera vez, creyó ver al hombre que todos temían sin conocer frente a ella, apunto de acabar con ella. —No tienes idea de lo hiciste. —ni siquiera la miró cuando lo dijo, estaba maquinando algo de manera rápida dentro de él. —Pero no te preocupes, —la sangre en uno de sus puños goteó lentamente al suelo. —que yo te lo voy a enseñar. —dijo volteando el rostro en su dirección, sólo el rostro, ya que su vista estaba perdida, parecía dentro de un viaje a otro lugar. —Y sabes perfectamente de lo que soy capaz. —dijo agachándose en cuclillas junto a ella.
—No me mates… por favor. —dijo ahogándose entre sus lágrimas. —Yo no quise... lo juro.
Él sonrió, sin una pizca de gracia.
—Claro que quisiste, y lo hiciste. —dijo tomándola fuertemente de las mejillas.