Capitulo 41
Dimitri no dejaba de tirar maldiciones. Todos en la sala lo miraban con miedo. Nunca en sus vidas lo habían visto tan enojado, y ya tenían trabajando bastantes años juntos.
La sentía en peligro, y todo era su culpa. Su maldita culpa. Claro que lo era, debia de estar más atento. Debía de cuidarla más. Dijera lo que dijera. Cualquier persona que lo conocía sabía el amor que le tenía a Maya y eso precisamente era la razón por la que hoy ella estaba en peligro.
De pronto se sintió solo. Tenía miedo. Miedo de que el mundo fuera tan cruel y se la arrebatará de las manos. Miedo de las palabras que tantas veces su padre le repetía. Porque sí, sea como sea, de la manera que lo vea su padre tenía razón. En ese momento lo supo.
No sabía pero todas y cada una de sus conversaciones llegaron a su mente. Sus consejos por así llamarlo volvieron a él haciendo que su pecho se cerrara de forma repentina y dolorosa. Aunque en realidad siempre fueron amenazas disfrazadas que ahora veía con mejor claridad.
Sí que la había tocado una vida difícil. Una vida de mentiras de dolor y de abandono en su totalidad. Una vida que él para nada pidió, que él nunca imaginó llegaría a vivir.
—Las personas como nosotros no nos podemos enamorar. —
Era cierto. El amaba a Maya, la ambas más que a su propia vida. La amaba de esa manera linda que quieres todo lo que contenga, que quieres verla feliz en su totalidad. Y tristemente se dió cuenta que lo menos que le ha brindado era felicidad. Sus malos actos, sus malas decisiones, todo llevaba a que ella lo odiara internamente aunque no lo gritara a los cuatro vientos. Se había equivocado, mucho y ahora uno de esos tantos actos estaba apunto de acabar con él por completo. Porque sin ella él ya no tendría motivo para seguir.
Se hizo el silencio durante unos instantes.
—Llegamos. —dijo el hombre que lo acompañaba un segundo después.
Él sólo asintió. Viendo todo con mucha atención. Todo estaba lleno de recuerdos. Todo estaba lleno de dolor. Desde que entró al pueblo lo sintió. Como una ola de tormentos. Un mar de sufrientos. Y en su memoria, oculta ante diez barreras, estaban sus recuerdos más preciados. Todos protagonizados por ella, su ángel.
La primera vez que la vio. La primera vez recordándola sin el querer, su primer contacto visual, su primer beso.
Lo recuerda tan claro y tan doloroso a la vez. Porque los recuerdos que más nos duelen son esos actos que más nos hicieron felices. Por el hecho de no saber aprovechar o por el hecho de saber que no volverían a ocurrir.
Soltó un suspiro. Estaba ahí. Con miedo, tal vez herida, con traumas. Y todo era su culpa. Su culpa por meterla a una vida que ella no merecía. Una vida en la cual ella no debía de estar implicada.
Porque era cierto. Maya era una persona que su vida debió de ser diferente. Padres que la amaban y sólo querían su bienestar, amigos que la apoyaban. Él le había quitado parte de su juventud por el capricho de quererla para él solamente. La había obligado de cierta manera a renunciar a cosas que ella nos debería de haberlo hecho. Y eso era una jodida mierda. Él lo era en realidad.
Sin darse cuenta y sin ella querer, Dimitri le había impuesto su vida solo porque no estaba feliz con la que le había tocado a él, en ese instante pudo entenderlo. De igual manera entendió que todo estaba perdido y que no había nada que él pudiera hacer para remediar la cosas.
—Quedate aquí y cuando la veas salir llévala a un lugar seguro. —respiró hondo. —Lejos de todos. —lo miró a los ojos con un tanto de dureza disfrazada. —Cuidala. Si me tienes un poco de respeto, cuídala con tu vida.
El hombre a su lado lo miró con miedo entendiendo sus palabras. Dimitri caminaba a su muerte segura y no había nada que podría hacer para detenerlo.
Caminó hacia la puerta que de niño era su mayor terror. Sentía los demonios en su espalda, atacandolo en su totalidad, los recuerdos atormentando su mente tal cual como cuando era niño. Su padre, los hombres de su padre, la policía de vez en cuando, los disparos, las prostitutas, todo. No tenía ningún recuerdo agradable en su memoria referente a esa casa. Más que dolor, traumas y asco.
Su rostro. Su piel suave, su cabello castaño al compás con sus ojos. Su manera de mirarlo, su manera de tocarlo, de besarlo. Era lo único bueno que había tenido en toda la vida, y lo jodió tanto.
—Pero que rápido has llegado. —la voz pastosa de Carmelo resonó la abrir la puerta de entrada cuando él nisiquiera había llegado. Sí, lo estaba esperando.
El arma estaba posicionada en su dirección como amenaza y él solo respiraba con tranquilidad fingida.
—Sueltala. —solo dijo en respuesta.
Carmelo rió negando repetidas veces de maneras desquiciada.
—No es tan sencillo. —movió un poco el arma en un vano intento de infundir miedo. —Ella está viva, pero no se sabe hasta que momento lo estará. Todo depende de ti, Dimitri Petrova. —el recién nombrado intentó dar un pasó en frente pero Carmelo se lo prohibió con la mirada en el arma. —No, no no. —habia una clase de disturbio en su voz. —No des un pasó más. Ahí te vas a quedar hasta que yo diga que te muevas. —solo dijo luego de cerrar la puerta de un golpe dejando a Dimitri parado en parte de afuera totalmente petrificado.
Carmelo había enloquecido, enloquecido totalmente. Ya de por sí nunca había sido un hombre correcto, estaba completamente fuera de lugar y eso hacía que Dimitri se pusiera en alerta. Nada bueno saldría de eso mientras él tuviera a Maya.
Maya, pensar en que algo podía pasarle le congelaba la sangre. Pensar en que ya no estuviera lo atormentaba. Sí que era su punto débil. En ese momento estaba cayendo en el agujero más oscuro que alguna vez llegó a imaginar. Su peor pesadilla se estaba cumpliendo.
Su padre no desaparecía de su mente. Lo tenía presente, pero, no era por todo el daño que le había causado hasta después de su muerte. Sino por creerlo malo desde siempre. Le era ilógico pensar en cariño junto a su padre. ¿Habrá conocido el amor? ¿Habrá luchado por encontrarlo? ¿Habrá sufrido hasta tal punto de no poder respirar?
Es qué, aún no era capaz de entender como alguien podía ser tan cruel en la vida, y más con su propio hijo. Como la persona que debía cuidarte, guiarte y enseñarte lo mejor te podía destruir solo porque sí.
Dimitri quería preguntarle, pero ya no estaba para responder, aunque si lo estuviera, no lo creía capaz de responderle con sinceridad todas sus dudas.