17 años después
Brașov, Rumania
El sol se encontraba en su punto más alto, había gente por todos lados en la gran plaza, un carruaje ornamentado en tonalidades negro, tirando de dos caballos blancos para enfrente de la propiedad de Văcărescu, el conductor baja y coloca un pequeño banco en la puerta.
La puerta del carruaje se abre y una joven de cabellera rizada con rostro angelical y ojos color avellana sale de este quedando parada al pie de la gran entrada, una sonrisa se forma en su rostro mientras entra a la gran casa.
—Señorita Văcărescu —dijo unos de los criados de la casa al verla mientras hacia una reverencia hacia la joven.
—Andrei. —Layla le sonrió al hombre.
—Es un gusto tenerla de vuelta en casa. —Ambos caminaron lentamente hasta llegar al pie de la escalera.
—Es bueno estar en casa. —Ella volteo a verlo—. ¿Mi padre?
—En su despacho. —Layla se emocionó tanto que alzó un poco su vestido para subir las escales con un paso acelerado—. ¡Me encargare de que sus pertenencias sean instaladas en su habitación!
—¡Gracias, Grigori!
El sonido de los tacones contra el piso de mármol resonaba por toda la casa mientras se dirigía al segundo piso a la izquierda; una gran puerta de roble negro con grabados y adornos tallados, subió los últimos peldaños regulando su respiración acercándose a la entrada del despacho de su padre.
Dio un par de toques esperando una respuesta y en cuanto escucho un «adelante» abrió la puerta e ingreso al despacho dirigiendo su mirada a aquel hombre algo canoso con unos lentes de lectura sentado en la silla mientras revisaba algunos documentos que tenía en el escritorio.
—Padre.
El hombre alzo la mira mirando sobre sus lentes y una sonrisa se formó en su rostro.
—Layla. —Tiberiu se levantó de su asiento para acercarse a abrazar a su hija—. Mi niña, toda una jovencita.
—Decidí adelantar el viaje. —Ambos se separaron del abrazo—. ¡Sorpresa!
—Una gran sorpresa, sin duda alguna. —Él regreso a su asiento y volvió a revisar lo que tenía sobre el escritorio—. Pero creí que vendrías tomada del brazo de un hombre.
—Podre tener la edad para ser desposada. —Layla se acercó al librero mientras toma el tomo de un libro cuyo título llamo su atención—. Pero aun soy joven, y anhelo vivir mi juventud antes de ser esposa de alguien que solo me vea como vasija para procrear herederos.
—Layla.
—Es la verdad. —Ella se encogió de hombros mientras tomaba asiento en una de las sillas del lugar—. Y no lograras que cambie de opinión.
—No pensaba hacerlo —declara Tiberiu mientras se dibuja una leve sonrisa en rostro y se retira los lentes—. Todo padre aspira a que su hija este con un hombre que la haga feliz, alguien digno de ella, un compañero, tener con quien reírse, tener una actividad compartida, tener cosas en común sobre lo fundamental, que haya humor, ser leal, alguien con quien pueda compartir todo, su mayor consejero, un amigo con quien disfrutar la vida.
—Ya llegará. —Layla le sonrió tiernamente a su padre—. Ya lo veras, ella sabrá cuando sea el indicado.
—Espero tengas razón, no la quiero ver sufrir en un matrimonio infeliz.
Las palabras de su padre resonaban en lo mas profundo de sus pensamientos, pues era el tipo de amor al que aspiraba encontrar en su pareja, alguien con quien compartir todo, alguien que supiera lo mas profundo de tu ser y sin importarle tu pasado o tus heridas, nunca se atrevería a juzgarte, al contrario, estaría ahí en el momento que más lo necesites, el mayor apoyo, que comprendiera tu forma de ser y que siempre estuviera presente.
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Editado: 07.04.2024