¿ Qué haría si te perdiera ? (con dibujos de autor)

Capítulo 9: La máscara

 Estuve consciente todo el tiempo. No lograba distinguir dónde terminaba el precipicio de dónde empezaba. Hubo un momento en que estaba tan confundida que no sabía si en realidad caía, subía o permanecía estática. Pude sentir como el aire me golpeaba, no lograba contactar con nada que no fuera eso. Abrí mis ojos y miré a mí alrededor con la intensión de buscar al Sr. Ernest; estaba oscuro pero podía sentir su voz. Al ser de contextura pequeña y tener un peso menor al mío, él se encontraba un poco más arriba de mí, en la misma desfavorable situación. Por sus gritos me daba cuenta que Ernest estaba considerado que un final trágico nos esperaba en el fondo del precipicio. En esos instantes retumbó otra vez en mi mente la palabra "Muerte". Podría ser posible que al terminar de caer yo no la pudiera contar más ¿Qué pasaría con Luka, con mis padres, con la gente que me conoce y que podrían llegar a extrañarme? ¿Qué pasaría conmigo? Eso me hizo entrar en shock. El miedo se apoderó de mí y recorrió cada parte de mi cuerpo, paralizándome. Cerré devuelta los ojos, no me servía de nada mantenerlos abiertos, sólo podía escuchar el aire rosando mis oídos y los gritos intensos e incesantes de Ernest.

― ¡Cora! ¡El piso!― exclamó el Sr. Ernest en completo pánico.

Llegó el punto final, el suelo que acabaría con mi historia y la de la pobre lagartija. Tapé mi rostro rápidamente con mis brazos. Para mi sorpresa, en vez de estrellarnos, nos sumergimos en una sustancia viscosa, como agua estancada. No podía respirar y se me dificultaba moverme, la sustancia se pegaba en mi cuerpo y me impedía subir. Con mucha fuerza, empujándome con mis brazos y piernas, logré sacar la cabeza a la superficie. Primero lo primero, seguía con vida, eso era importante. El Sr. Ernest que se encontraba al lado mío, también estaba con la mitad del cuerpo sumergido, pero respirando. Nos había amortiguado el golpe una especie de gelatina verde que fluía dentro de un gran recipiente ovalado. Era tibia y tenía olor a pasto mojado. No sabía qué podía ser aquella sustancia, pero era un milagro que estuviera ahí.

El Sr. Ernest trepó por mi brazo, subió a mi cabeza y brincó hacia el borde del contenedor de gelatina. Yo me arrimé hacia el extremo donde se encontraba Ernest, me sostuve de algo parecido a un barandal. Salté y caí sentada en el piso. Al verlo de afuera, me di cuenta que habíamos estado dentro de un enorme cuenco de bronce. Debajo de ese cuenco encontramos carbón y madera, parecía una inmensa olla de cocina. Por suerte el fuego no estaba encendido.

Después miré el espacio donde nos encontrábamos. Lo que nos rodeaba eran las paredes de una cueva, aunque las rocas tenían forma similar a las de un rectángulo.

― ¿Habremos vuelto a donde estaba el manzano?― le pregunte al Sr. Ernest.

― Por supuesto que no, las rocas fueron esculpidas de forma artificial en vez de una erosión natural, además tienen una extraña tonalidad turquesa con mezcla de verde agua. También siento que el olor es distinto, huele a océano, a agua salada, la humedad de la otra cueva era agua dulce, filtrada por el suelo.

― Que observador Sr. Ernest, yo no veo tantas diferencias.

― Por supuesto, mi olfato y mi vista son mejores que las del humano promedio.

Supongo que la experiencia de casi estrellarse contra el piso no lo había afectado en lo más mínimo. Se cae el cuerpo, no su autoestima. Ernest no era un dragón que permitiera ser derribado de su pedestal. Yo, a diferencia de él, todavía no lograba controlar el temblor de mis manos.

Después de sacudirme los restos de gelatina verde, miré a mí alrededor y noté que había diferentes túneles, pasadizos y todo tipo de recovecos. « ¿Por qué todos los lugares a los que vamos tienen tantas entradas? A la larga no nos termina sirviendo ninguna» dije para mí misma. En ese mismo instante, de uno de los túneles salió un hombre. Era demasiado alto, usaba un tapado marrón, que estaba hecho con una especie de pelaje, y cubría su rostro con una máscara de lobo. Nos observó detenidamente, caminaba de un lado a otro con los brazos abiertos e inclinados hacia delante, a simple vista parecía que nos quería dar un abrazo. Se acercaba lentamente a nosotros, como un cazador que rastrea a su presa antes de atacarla. En un abrir y cerrar de ojos se arrodilló y empezó a gritar hacia el techo de la cueva: ― ¡Dios ha hablado! Nos trajo una nueva ofrenda ¡Un nuevo rostro!

Mientras el aullaba, aparecieron otras personas también cubiertas con máscaras de distintos diseños. Salían de los rincones, parecía que habían estado todo el tiempo ocultos en esos espacios. Algunas de las máscaras eran de animales, otras tenían forma de monstruos que jamás había visto, también había con formas humanas de ancianos, adultos e incluso niños.

Intentaron rodearnos. Yo permanecí inmóvil mirando a esos seres extraños. Estaba hipnotizada.

― Cora, atrás nuestro hay un pasaje libre, quiero que corras― dijo Ernest tratando de mantener la calma.

El hombre con mascara de lobo se paró y empezó a correr velozmente hacia nosotros. Los demás, al verlo, se apuraron e intentaron tapar todas las rutas de escape posibles. No lo había visto antes, pero en sus manos sostenían lanzas, cuchillos, toda clase de instrumentos cortantes, también cuerdas.

― ¡Cora, corré!― gritó el Sr. Ernest.

No necesitaba avisarme. Desde el momento que vi las filosas armas mis pies se movieron por si solos. Logré esquivar a dos de ellos y me dirigí hacia el pasaje.



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En el texto hay: misterio, criaturas sobrenaturales, amor amistad

Editado: 20.04.2021

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