Si me dicen que todo lo que presencié fue fruto de mi mente adormilada, me lo había creído sin dudar. Al igual que ocurre en una sauna, una espesa niebla cubrió la habitación al igual que un calor abrasador que, incluso en mi forma fantasmal, me afectó. Probablemente fue obra de ellos dos, que no quisieron que viese más de lo que podía procesar. Lo curioso es que ya no estábamos en aquel dormitorio lujoso de suelos de cristal, sino en una simple calle de noche con apenas transeúntes caminando despreocupadamente. Destina ahora estaba vestida con un aspecto diferente al que solía verla: ya no vestía su túnica blanca llena de bordados rojos, ni tampoco sus largos pendientes dorados.
¿Y sus enormes alas? Parecían haberse volatilizado. Su rubio cabello era ahora del tono de las naranjas y de escasa longitud. Ella parecía sonreír y eso me hizo mirarla con un enorme interrogante. Ella se giró como si detectara que había vuelto en sí, señalándose su cabeza sin parar de sonreír.
—Corte Bob, así lo llaman en el lugar donde vives.
—¿Y tuviste que pasar de llevar el pelo hasta las rodillas a totalmente corto?¡Eso es traumático! —le dije con la boca completamente abierta. Conocía los problemas de haber tenido chicle en el pelo y sufrir de un drástico corte que te deja marcado por un tiempo. Esos mechones rebeldes por las mañanas, completamente aplastados pero que, tras una ducha, vuelven a la vida, pero dando guerra. Por mucho que se intente, el resultado no es como dice la televisión.
Sus carcajadas aumentaron más mi completa sorpresa.
—¡Oh, es sólo una peluca! No te preocupes, no me he cortado el pelo. Es un disfraz temporal mientras que estamos aquí.
—¿Acaso hay gente del lugar de donde provienes?
Asintió mientras echaba un rápido vistazo a los alrededores. Con un gesto, me indicó seguirla, pero siempre tras de ella como si no me viera. Técnicamente, yo hacía el papel de alma en pena que persigue a una joven trabajadora que ha terminado su jornada y vuelve a casa. Por lo que me dijo Destina, no es raro que los humanos tengan espectros pegados en sus espaldas.
—Entonces, ¿Mucho del cine de terror tiene razón?
—En algunas cosas sí, pero es cierto que exageran. Los espectros no pueden coger objetos del mundo terrenal; tan solo están ahí observando todo sin ser vistos por nadie. Aunque, al igual que cuando eran humanos, pueden hacer daño a los vivos.
—¿No hay humanos que puedan vernos?
Negó con la cabeza y con ello se fue de un plumazo mi esperanza de que alguien de mi familia pudiera verme. Conforme caminábamos, ella me hablaba a ratos cuando todo estaba tranquilo. Me contó que ningún humano está conectado al cien por cien con el inframundo, tan sólo mantiene una pequeña conexión con ella para saber en todo momento dónde se encuentra. Es como la guardiana de la vida humana y, aunque no puede interceder, nos cuida a su forma. Parecía orgullosa, pero a la vez, triste, como si algo enorme pesara sobre sus hombros.
—¿Cuánto tiempo llevas viva? Debe de ser mucho.
Aquella pregunta pareció incomodarla bastante. Se mantuvo en total silencio hasta llegar a un hotel que reconocí pues donde yo vivía no era una ciudad precisamente grande. Todos nos conocíamos y los establecimientos exactamente igual.
Me sorprendió verla enseñar su DNI y que la dejaran pasar con tanta facilidad. Además, disponía de tarjeta de crédito como una humana más.
—¿Me podrías explicar eso? —le pregunté en el ascensor.
—Llevar tanto tiempo entre vosotros me ha hecho aprender. No es complicado tener documentación falsa. Te sorprendería la cantidad de gente que es capaz de conseguirte una por un poco de dinero.
Que un miembro perteneciente al mundo celestial hiciera tales trapicheos, me sorprendió y me hizo permanecer otro buen rato en silencio. El lugar no era muy lujoso, pero disponía de lo suficiente como para estar tranquilas. Destina se sentó en la cama como si el mundo se derrumbase en sus hombros y ella hubiera llegado a su remanso de paz. Quería saber más de ellos y del inframundo, pues ni en un millón de años me había planteado que había vida tras la muerte.
—No puedo decirte mi edad porque ni yo siquiera la sé. No celebramos cumpleaños y el tiempo en el inframundo no es medible. No nos hace falta saberlo pues no morimos, por lo que no tiene sentido. Si a eso le sumas que no tenemos amigos ni familia fuera de nuestro mundo, pues no requerimos medir el tiempo como vosotros.
—Pero, los cumpleaños son importantes. Si dejáis de medir el tiempo, ¿Cómo lo valoraréis entonces?¡Y más tú que te relacionas con los humanos! Créeme cuando te digo que el tiempo es lo más importante para nosotros.
—Tienes razón, pero nosotros no fuimos creados para valorar tales cosas. Mi hermano y yo mantenemos el orden en el inframundo y estamos obligados a cumplir. Sino lo hacemos, podemos desaparecer.
—Pero si tú dijiste que eráis inmortales…
—Dije desaparecer, no morir. Cuando mueres, tienes una oportunidad de redimirte en el inframundo. Puedes optar a la reencarnación si no te has suicidado y has llevado una vida espiritual adecuada. Pero si desapareces, no hay más para ti.
—Y… ¿Alguna vez desapareció alguien importante para ti? —pregunté.
Con su silencio me bastó para saber que algo grave le había pasado, pero era lo suficientemente inteligente como para no seguir ese hilo de conversación. Decidí dejarla un poco sola pues hacía mucho que no paseaba entre los humanos y se la veía en un principio muy sonriente. No deseaba importunarla y menos por causa de mi muerte, que era la razón principal por la que estábamos aquí. Ya habían pasado dos días desde mi muerte y el cuerpo no había aparecido.
Tan sólo teníamos una pequeña visión en la que parecía ahogarme y nada más. No habíamos hallado nada material que pudiera conducirnos a alguna pista. Era como si la tierra me hubiera devorado por completo. El caso es que también deseaba saber lo que había pasado con Camille, ¿Cómo la habían asesinado? ¿Realmente estaba enferma? Tan solo sus padres podían responderme a tales preguntas, pero no podían verme y ni mucho menos, interactuar con ellos.
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Editado: 28.11.2022