Me quité los zapatos y me senté sobre la alfombra. Sostuve su mano durante mucho rato, hasta quedarme dormido con la cabeza recostada sobre la cama. Quería que Gael despertara para hablar con él; pensé cómo se comportaría cuando le dijera que frente a él estaba su padre.
—Arturo —escuché que me llamaba ella—. Despierta, necesito que regresemos. Gael pronto despertará y lo primero que dirá, será que tiene hambre.
—No te preocupes por eso. Ya los muchachos están resolviéndolo.
—¿De qué muchachos hablas?
—Mis guardias de seguridad —me miró asombrada al saber que no estábamos allí solos—. Por cierto, tu chofer está con ellos. No le hemos hecho daño; le prometí que ustedes estarían bien, así que se quedó más tranquilo. Hasta se ofreció a decirle a tu amado Mauricio que estás con el padre de tu hijo.
—Te volviste loco, Arturo. No sé de dónde sacas que Mauricio es “mi amado” —marcó las comillas con sus dedos en ese término.
—Vas a decirme que no tienes nada con ese tal Mauricio —me acerqué a ella y la tomé del brazo con más fuerza de la necesaria. La saqué de la habitación y entré con ella en la contigua. Al cerrar la puerta tomé sus labios; eso sí que estaba volviéndome loco, las ganas que tenía de sentir sus labios de nuevo.
Anais al principio se resistió, empujando mi pecho. Luego se entregó a ese beso con la misma pasión que recordaba en ella. La presioné contra la puerta mientras sostenía su cabeza con una mano y aferraba su cintura con la otra. De repente, dejó de responderme, me separé de sus labios, pero no la solté.
—Ahora ya puedes comparar si mis besos y los de Mauricio se parecen un poco o si respondes a ellos como me respondiste a mí.
—¿Quién eres?, no recuerdo que hayas sido así, Arturo. Siempre fuiste dulce, respetuoso conmigo. Nos volvíamos un par de desesperados cuando estábamos juntos, pero jamás me heriste.
—Tú sí que me has herido, Anais. Todos estos años no he hecho más que esperar por ti y tú, ¿qué hiciste?, unirte a un hombre que no es quien debe estar contigo.
—¡Deja de decir eso! Mauricio es todo, menos un hombre con el que comparta mi vida de la manera que tú piensas.
—Entonces explícame —la solté y fue hasta la cama, se sentó sobre ella con las manos sobre su regazo, su mirada sobre ellas. De repente, volvió a llorar.
—No sabes, Arturo. Tú ni siquiera imaginas todo lo que he tenido que soportar estos cinco años sin ti —escucharle decir eso me dio esperanzas; pensé que quizá, aún me amaba—. Mauricio ha sido mi apoyo, mi confidente, el hombre que ha dado la cara por mí cuando mi padre quiso obligarme a perder a Gael, el que me animó a estudiar lo que me apasionaba; aunque mi padre quiso arrancarme la cabeza. Ha sido mi cara ante los posibles clientes para quienes sólo existo cuando ya se consolida un negocio con ellos.
—¿Lo amas? —temía su respuesta, pero tenía que hacerlo.
—Por supuesto que lo amo —dejé deslizar mi espalda por la puerta. Coloqué mi rostro entre mis manos, recostándolo sobre mis rodillas. Escucharle decir eso me arrancó el corazón. Lloré en silencio, tratando de evitar que pudiera darse cuenta de mis lágrimas.
La sentí sentarse frente a mí, tomó mis manos, pero evité que las separara de mi rostro. Mi esperanza se había marchado, dejando mi cuerpo sin fuerzas para seguir adelante. Sabía que acabaría conmigo y sin embargo, preferí escucharlo de sus propios labios.
—Lo amo —repitió ella—. Pero no de la manera que te amo a ti —levanté la mirada en el acto. No entendía nada. Ella limpió mis lágrimas con su dedo pulgar. Sonreía con algo parecido a la ternura en sus ojos—. ¿El gran señor Ruiz llorando? Eso no me lo esperaba.
—He llorado más los últimos cinco años que en toda mi vida. Acabaste conmigo, Anais. Ni siquiera he querido volver a una cena de Navidad con nadie; para mí, ese es el peor día de todo el año. Aunque lo intento con todas mis fuerzas, no logro olvidar esa Navidad.
—Lamento escuchar eso. Yo tampoco lo he pasado muy bien que digamos. He seguido adelante por Gael; él ha sido mi fuerza, quien me da el valor para continuar.
—Acabas de decir que Mauricio ha sido todo para ti. No soy quien para alejarte de él. Voy a llevarte de vuelta —intenté levantarme del suelo para ir por el niño y mis zapatos, estaba decidido a no ser el causante de su tristeza.
—Tú siempre escuchas lo que quieres escuchar. ¿Recuerdas que al inicio de nuestra relación te lo decía seguido? —asentí, tratando de sonreír, pues era cierto. Mi soberbia disfrazada de orgullo me impedía reconocer que los demás también tenían ideas y ella había logrado que cambiara. Si ella supiera cómo me comportaba ahora con los empleados e inversionistas, se pondría furiosa, pues yo nunca permitía que opinaran más de la cuenta.
—¡Mami!, ¿dónde estás? —la voz de Gael nos impulsó cual resortes, nos levantamos y fuimos con él. Estaba al pie de la escalera mirando a todos lados, buscando a su madre.
—Aquí estoy, cariño —ella lo tomó en brazos y besó sus mejillas.
—Tengo hambre, mami.
—Ya sabía que dirías eso al despertar —ella rió, demostrando que le conocía lo suficiente—. En un rato podrás comer. ¿Puedes esperar que mamá vea qué puede prepararte? —él asintió y besó a su madre en la frente.