Me quedé un rato viéndolos compartir su cariño uno hacia el otro. Imaginaba poder compensar los cinco años perdidos, formando una familia con ellos. Pensé en todo lo que habíamos perdidos durante esa Navidad de la que no lograba olvidarme y del daño que mis propios padres me habían causado; además del daño que el padre de Anais aún le causaba, tanto a ella como al niño.
—Gracias por todo —dijo ella cuando me senté en otro sofá.
—No tienes que agradecer, es mi obligación cuidar de ustedes. Perdóname que no lo haga debidamente pero…
—Arturo, ¿por qué vinimos a tu casa? —Gael Arturo me interrumpió con su pregunta; claramente intuía que algo estaba ocurriendo. Anais me observó angustiada de lo que pudiera decirle.
—Quería que conocieran dónde vengo a distraerme del trabajo, o a pasar un fin de semana. Aquí sólo vengo de vez en cuando, pero me gustaría venir más seguido si ustedes quieren hacerme compañía.
—¿Por qué nosotros? —preguntó él.
—Porque ustedes son mi familia…
—¡No, Arturo, por favor! —interrumpió Anais. Con su dedo sobre sus labios me indicó que guardara silencio. Me puse de pie y fui a sentarme al lado del niño.
—Lo lamento Anais, ya he callado mucho tiempo. Gael —hice que él me mirara—. Dijiste que esperabas que el tema de tu padre dejara de ser tan complicado, ¿recuerdas? —él asintió; miró a su madre y de nuevo a mí—. Pues ya dejó de serlo. Podemos hablar ahora.
—¿Tú sabes quién es él? —asentí, sonriéndole—. ¡Lástima!, me hubiese gustado que mi padre fueras tú —Anais sollozó y cubrió su boca en el mismo momento—. ¿Qué pasa, mami? —preguntó, mirándola preocupado.
—¿Y si te digo que yo soy tu padre? —le dije tratando de no darle largas al tema.
—¡¿En serio?! —exclamó y preguntó a la vez.
—Sí, hablo en serio —él se arrojó a mis brazos; mis lágrimas caían sin remedio sobre mi rostro, mojando un poco su abrigo—. Lo lamento, hijo. Lamento haberme perdido todos estos años —me aferraba a sus pequeños brazos con tanta fuerza como podía para no hacerle daño, él se mantenía con sus brazos alrededor de mi cuello. Anais nos miraba sin dejar de sollozar.
—No sabes lo que haces, Arturo. Mi padre…
—Tu padre no tiene nada que ver con nosotros. Esta historia es nuestra, de nadie más. A menos que tú prefieras alejarme; pero ten en cuenta que no me iré de tu lado.
—Mami, ¿puedo quedarme con mi papá? —escuchar esa palabra borró en un segundo el dolor que había guardado todos esos años.
—Gael, hoy nos quedaremos aquí los tres. Mañana regresaremos a la ciudad, no estamos lejos. Tu mami y yo debemos decidir cómo serán nuestras vidas desde hoy. Quiero que sepas que si hubiese sabido antes dónde estaban, los habría ido a buscar allí, porque siempre busqué en los lugares equivocados.
—¿Estabas perdido? —su inocencia me hacía querer abrazarle y no soltarle nunca.
—Un poco —respondí sonriendo—. Pero ahora que nos hemos encontrado no quiero volver a perderme.
—Yo voy a ayudarte, papá. ¡Mami!, ayúdame a que papá ya no se pierda, quiero que esté con nosotros —ella continuaba en total silencio, sus lágrimas continuaban cayendo, yo no pude soportarlo más; me levanté y la obligué a ponerse de pie para abrazarla.
—No llores, por favor —susurré y besé su frente—. Por favor, acéptame en sus vidas. No me prives de esta felicidad que siento ahora. Te amo… los amo.
Gael Arturo se acercó y se unió al abrazo. Lo levanté para tenerlo a nuestra altura. Fue un momento que no cambiaría por nada, porque nos permitió sentir que ese amor que nos unió sin poder explicárnoslo, ahora era más fuerte que nunca.
—Vamos a la cama. Debes estar cansada, mañana hablaremos, ¿de acuerdo? —ella sólo tomó al niño en sus brazos y caminó hacia la habitación. Me preocupaba un poco que no dijera nada. Su silencio podía significar muchas cosas; sin embargo, lo que sentí en ese abrazo dijo mucho más de lo que ella pretendía.
—Usaremos la habitación donde estaba Gael —dijo y caminó hacia allí.
—Mandé a comprar algunas cosas para que estén cómodos. Voy por ellas —fui de regreso a la cocina y tomé las bolsas de compra que trajo Mauro. Además, guardé los alimentos en el refrigerador. Subí, ella acariciaba el cabello de Gael mientras le hablaba en susurros. No logré escuchar nada, pero él sonreía y la miraba con mucho amor.
—Aquí tienen ropa para que duerman y algo que podrán usar mañana. También hay cepillos dentales y otras cosas —dejé todo sobre una mesa para luego salir.
—Papá —Gael me llamó, giré sobre mis talones para mirarle—. ¿Quieres dormir con nosotros? —su petición me descolocó. Miré a Anais, buscando su aprobación—. Mami me dio permiso de pedírtelo —sonreí y fui a la cama, me senté al lado de él, recostando la espalda en las almohadas. Él recostó su espalda sobre mi pecho.
Mis emociones estaban desbocadas, cualquiera diría que era un blando; todo lo contrario, saber que era aceptado por mi hijo me hacía más fuerte. Sabía que el padre de Anais tenía que ver con el hecho que ella me lo hubiese ocultado; su temor y su reacción me lo decía, me lo gritaba.