Me preguntaba ¿por qué ahora?, ¿por qué no mandó a sus hombres hace cinco años cuando fui a verle tratando de encontrar a Anais? Él pudo hacer en ese tiempo lo que ahora trataba de hacer conmigo. Algo sabía él; quizás la tenía vigilada y se había enterado de todo.
Llamé a mi abuelo y le conté lo que sucedía, le pedí tener cuidado al hablar con alguien; sobre todo, si pedían información sobre mí. Me dijo que pondría a la abuela y a mi hermana al tanto de todo y me pidió tener cuidado.
—Lo tendré, abuelo. No te preocupes por nosotros.
—¡Arturo! —dijo cuando estaba a punto de culminar a llamada—. Tu abuela me comentó que había algo sobre el niño que me gustaría mucho, ¿qué es? —sonreí, sabiendo lo que él sentiría al saberlo.
—Lleva tu nombre, abuelo.
—¿Cómo dices?, ¿ella le colocó mi nombre a su hijo? —estaba eufórico y sorprendido.
—Sí —respondí sonriendo—. Su nombre es Gael Arturo.
—Dile a Anais que cuando la vea le agradeceré con un abrazo muy fuerte haberme dado tal honor. Ya decía yo que esa chica es especial. Cuídalos, hijo. Y no dejes de llamar.
—No te preocupes. Te amo, abuelo.
Culminé la llamada y volví a la casa. Anais estaba en el comedor con el niño. Ambos habían comenzado a comer. Me acerqué y le di un beso a cada uno. Tomé asiento y comí en silencio. Ella no dejaba de verme, seguramente ya se había fijado en que algo sucedía.
—Arturo, estás muy callado. ¿Ocurre algo?
—Mi papá es como yo, mami. Le gusta comer calladito, ¿verdad, papi? —sonreí ante lo que decía.
—Así es, hijo. Me gusta mucho cuando me dices papá o papi —me acerqué y revolví su cabello tan liso como el mío. Él sonrió y continuó comiendo.
Anais se levantó, llevándose su plato. La vi servir tres platos y supuse que eran para los muchachos. Me ofrecí a ir por ellos y me lo impidió. Quería ir ella misma. Me dio temor que saliera, pero no podía decirle que corríamos peligro. La dejé salir y llamé a Mauro.
—Anais va hacia ustedes. Camina hasta ella para que no le dé tiempo de salir —le hablé lo más rápido que pude. Dejé a Gael Arturo en la mesa y fui tras ella. Mauro ya venía a su encuentro. Conversaron unos minutos y ella regresó. Corrí de nuevo a la mesa y seguí comiendo.
—Quería ir por ellos, pero tu amigo avisará. Me dijo que enviará primero a Carlos y a Lorenzo; luego, ellos cuidarán para que él venga a comer.
—Gracias, cariño —tomé su mano y la besé—. Por preocuparte por ellos también.
—No es nada. Ellos nos cuidan, así que de alguna forma debemos cuidar de ellos.
La atraje hacia mí y rodeé su cintura. Dejé mi rostro pegado a su abdomen, donde dejé un beso. Gael nos observó en silencio y sonrió. Alargué mi mano para atraerlo a él también. Se levantó y lo coloqué sobre mis piernas. Agradecía a la vida por traerlos a mí. Busqué a la mujer que amo por tanto tiempo sin imaginar si quiera que ella había traído al mundo a mi hijo.
—Disculpen —escuché la voz de Carlos, parecía apenado por interrumpir.
—Adelante. Por favor coman. Esta mañana no hicimos nada por ustedes, les pido disculpas —Anais se alejó de mí.
—No se preocupe, señorita —Carlos parecía apreciarla. Su sonrisa era como la de un joven que protege a su hermanita.
—Carlos, ¿está todo tranquilo? —él me miró antes de responderle.
—Seguro que sí, señorita. No se preocupe. Entendí lo que el señor hizo y por qué. Estoy con ustedes, cualquier noticia sobre Mauricio se la haré saber.
—Cariño, lleva al niño a lavarse los dientes, yo acompaño a los muchachos — quería alejarla de ellos, evitando la posibilidad que escuchara algo que no debía.
Me quedé allí esperando que ellos culminaran su almuerzo. Preparé café para todos y les serví una taza. Lorenzo salió para que Mauro pudiese entrar a comer. Carlos continuó bebiendo su café sin dejar de mirarme, sabía que él tendría muchas preguntas, así que no me extrañó cuando comenzó a hacerlas.
—Señor, no quiero ser imprudente, pero debo saber por qué hizo las cosas de esta manera. ¿No era más fácil contactarla como a cualquier otra persona? —me senté de nuevo, frente a él. Quería verlo a los ojos al hablarle.