—El niño está dormido —la voz de Anais nos hizo callar. Me preocupé al pensar que hubiese escuchado lo que dije de su padre—. Aprovecharé para limpiar todo aquí —de inmediato comenzó a lavar los platos. Me levanté para ayudarle. Mauro continuó comiendo en silencio, después salió, dejándonos solos.
Anais hizo todo sin decir una palabra. Yo sequé los platos y los ordené, respetando su silencio. Pensé que quizás nos había escuchado y me preocupaba tener que contarle lo que ahora sabía sobre Oscar Martínez. Serví un vaso con agua y lo bebí, esperando que ella culminara lo que hacía.
—¿Por qué estás tan callada? —le pregunté cuando vi que saldría de la cocina sin hablarme.
—Creo que eres tú quien debe hablar, Arturo —me enfrentó, mirándome con mucha seriedad en esos ojos que me atraían tanto. Estiré mi mano y la atraje hacia mí, tomándola de la cintura. Sentirla tan cerca me enloquecía. Olí su cuello y luego dejé un beso allí.
—¿De qué quieres que hable? —le pregunté para saber qué había escuchado ella.
—Él dijo que habrán más hombres para cuidarnos. ¿Por qué necesitamos de ellos? —me alivió saber que no escuchó lo que dije sobre su padre.
—Estoy tomando previsiones, Anais. No tienes que preocuparte por nada. Te dije que tu padre vino a la ciudad a buscarlos; por ello, te pediré que nos quedemos unos días aquí mientras él desiste y regresa a su casa.
—Tengo trabajo que hacer, Arturo. No puedo quedarme aquí el tiempo que dices.
—También tengo trabajo, preciosa. Sin embargo, mi mayor anhelo ahora es pasar mis días y mis noches con ustedes. Ya hemos estado alejados por mucho tiempo, ¿no te parece? —ella sonrió y yo no pude evitar besarla.
Había esperado, soñado incluso, el momento en que ella estuviese de nuevo entre mis brazos, en que volvería a sentir sus labios y la pasión que ella demostraba cuando estábamos juntos. La abracé con fuerza, dejándole saber cuánto la había extrañado.
—¿Me extrañaste? —le pregunté.
—Más de lo que hubiese querido —se separó de mí y caminó hacia el ventanal. Me acerqué, pero evité tocarla—. He estado tan triste todos estos años, pensando en que no volvería a verte, ni a sentirte… incluso evitaba leer revistas o ver cualquier programa donde quizás pudiesen hablar de ti. Sabía que si te veía con alguna mujer a tu lado, mi vida sería más miserable de lo que ya era. Sólo Gael Arturo me hacía sentir que mi vida podía continuar.
—Anais, nadie ha ocupado tu lugar —me acerqué y la abracé de nuevo—. Puede que no lo creas, pero he estado solo todo este tiempo; ninguna mujer hubiese podido ocupar tu lugar por mucho que hubiese intentado. Si supieras cómo he vivido desde que no estás conmigo, te sorprenderías. Yo te amo, Anais —ella tomó mis labios en un beso que me decía que ella me amaba como lo hacía antes.
—Señor, disculpe que interrumpa —Mauro me habló desde la puerta. Me obligué a dejar a Anais y me acerqué a él—. Los hombres que esperaba han llegado.
—Anais, regreso en un rato —la besé fugazmente y salí con Mauro.
Cuatro hombres se encontraban en el jardín. Sabía que si Mauro confiaba en ellos era porque les conocía; por lo que yo no dudaba que serían leales. Les saludé y expliqué lo que necesitaban saber para cuidar de mi mujer y mi hijo. Caminé con ellos a la casa para que Anais los conociera; de esa manera podría permitirles su presencia con confianza.
—Anais —le llamé y me acerqué para tomar su mano—. Ellos estarán a tu servicio. Cuidarán de ti y de Gael. Por favor, cuando yo no esté, confía y apóyate en ellos. No deberían salir sin compañía. ¿Me darás esa tranquilidad?
—Estoy acostumbrada, no te preocupes —ella estrechó la mano de los hombres amablemente.
Cuando salieron acompañados por Mauro, tomé a Anais de la mano y la llevé conmigo a la habitación donde dormía Gael. Ella se sentó en la cama, a su lado. Yo me quedé de pie, observándolos. No podía dejar de hacerlo; me parecía irreal que estuviesen en la casa que había comprado pensando en poder compartirla algún día con Anais. Hubo un tiempo en que creí que no haría realidad ese sueño; ahora lo había logrado.
—Quiero darme un baño. ¿Lo cuidarías por mí?
—No necesitas preguntarlo, cariño. Estoy ansioso por asumir mi función de padre —ella sonrió y se acercó para besarme.
—Gracias, Anais —ella me miró, tratando de comprender por qué le agradecía—. Por traer a mi vida a Gael Arturo —ella sonrió—. No imaginé que al encontrarte, también encontraría un motivo más para continuar viviendo. Estos años los he soportado sólo porque tenía fe en que te encontraría. Tenerlo a él me permite aferrarme aún más a la vida, porque quiero compartirla con ustedes.