—¿Arturo? —escuché la dulce voz de Anais y abrí los ojos. Me había quedado dormido en el sillón mientras los observaba—. ¿Qué haces allí? Ven a la cama, comienza a hacer frío de nuevo —su invitación me hizo más feliz aun de lo que ya estaba. Me levanté y fui con ellos. Me acosté a su lado y la abracé, recostando su espalda en mi pecho. Mi mano derecha descansó su vientre, donde ella unió su mano, entrelazando nuestros dedos.
—Duerme, Arturo. Tienes que descansar. Anoche también dormiste en un sillón. Luego dirás que te duele la espalda —sonreí al ver que continuaba preocupándose por mí. Besé su hombro y cerré los ojos para dormir junto a ella como había anhelado desde aquella Navidad en la que no quería volver a pensar.
—¡Papi, has dormido con nosotros! —Gael Arturo estaba sobre mí cuando abrí los ojos. Por primera vez en cinco años logré dormí tan placenteramente que ahora me sentía un hombre nuevo. Tomé a Gael y lo atraje para abrazarlo. Besé su pequeña cabeza y él se aferró a mí—. ¿Mami te dio permiso de dormir con nosotros? —preguntó, elevando su rostro para verme.
—Así es, hijo. Desde ahora dormiré con tu mami.
—¿Y yo? —sonreí ante lo que intuía. Ahora estaría celoso de su padre.
—Tú podrás dormir con nosotros algunas veces. Pero siempre es mejor que tengas tu propia habitación. Recuerda que ayer ya elegiste una —él asintió no muy convencido, pues no dejaba de mirar a su madre—. ¿Quieres ayudarme a preparar desayuno para mamá?
Gael Arturo bajó de la cama de inmediato, me tomó la mano haciendo que me apresurara para ir con él. Mi sonrisa no cabía en mi rostro; mi hijo confiaba en mí, me quería, podía sentirlo y eso me hacía querer hacer grandes cosas por él.
La semana pasó casi sin darnos cuenta. Anais, Gael y yo nos comportábamos como la familia que éramos. Cuidé de ellos en cada momento. Conversábamos tanto que ya sentía que conocía cada detalle sobre mi hijo. Anais me relataba cómo había sido su embarazo. Me sentía un poco triste por haberme perdido todos esos momentos y sin embargo, sólo imaginarlos me arrancaba una sonrisa.
El niño no perdía oportunidad para decirle a su madre lo feliz que estaba por haber encontrado a su papá y ella se molestaba porque creía que era yo quien le enseñaba lo que debía decir. En el fondo, sabía que ella sentía lo mismo que el niño; estaba feliz por habernos encontrado.
Ella había insistido en que necesitaba trabajar; así que Carlos y Mauro fueron al hotel por las pertenencias de Anais. Ella se instaló en una de las habitaciones, donde pasaba las tardes diseñando sus joyas. Gael y yo aprovechábamos para pasar el rato jugando. Él reía cada vez que le dejaba ganar en el video juegos y se lanzaba sobre mí gritando que era el campeón.
Carlos había recibido noticias de Mauricio. Estaría en la ciudad a inicios de la semana próxima; por lo que le autoricé para ir por él al aeropuerto y traerlo a mi casa. Oscar mantenía la orden que había dado en mi contra; así que Mauro me había convencido para que nos mantuviésemos unos días más en casa. Había ido a mi empresa para dar algunas orientaciones a mi secretaria y me mantenía en contacto con todo con ella; sabía que todo iba bien.
—Arturo, necesito hablar con Mauricio. Han pasado muchos días sin saber nada de él ni de los contratos que fue a cerrar —me dijo la noche del domingo mientras cenábamos.
—Pronto podrás verlo y hablar en persona —ella me miró sin comprender—. Vendrá a casa —sus ojos brillaron con alegría y Gael gritó emocionado.
—¿El tío Mauricio vendrá aquí? —preguntó y me extrañó escucharle llamarlo de esa manera.
—Él no es tu tío, hijo —dije sin pensar que eso molestaría a Anais.
—No le digas eso. Mauricio es su tío porque así lo ha sentido todo este tiempo —su reclamo era obvio en su tono de voz—. Además, ¿cómo sabes que vendrá?
—Le invité a hacerlo —le respondí y le mantuve la mirada. Después tomé su mano sobre la mesa para calmarla un poco—. He hablado un par de veces con él. Está al tanto de que están conmigo y le agradó saberlo; así que no vale la pena que te molestes.
—¿Cuándo llegará? —se levantó y comenzó a recoger la mesa.
—El día martes. Carlos irá por él.
—Dile que tenga cuidado, por favor. Puede que papá aún esté esperando para vernos.
—No te preocupes, Anais —me levanté para abrazarle. Podía sentir la angustia en su voz—. Mauricio sabe cuidarse, me ha dicho que siempre va acompañado por varios hombres. Él tiene muchas cosas que contarte; así que, le esperaremos y escucharemos lo que tenga que decir.