Querida Iris,

05/05/2019

Querida Iris,

 

Ayer tuve una pesadilla, de esas que, hace mucho tiempo no he tenido.

Estaba en mi salón de clases, sentada lejos de la ventana para evitar los rayos del sol que, tanto molestan al apenas despertarse, una compañera estaba a mi lado pero, aún así, no completábamos la fila; siempre solemos dejar un asiento vacío para mayor comodidad.

Conforme mis compañeros ingresaban y se ubicaban en sus respectivos lugares, muchos de ellos, saludaban a "Ada", dirigiendo sus miradas a aquel pupitre vacío, confundida y visiblemente incómoda, pregunté a mi compañera: ¿Quién es "Ada"?

Ella en un tono burlón y casi incrédulo me dijo: Basta de bromas, Ada está aquí, a lado mío, hemos sido compañeras desde el inicio de la carrera, imposible no conocerla.

Observé detenidamente la mesa y luego la silla donde supuestamente se encontraba "Ada", no percibía un solo atisbo de vida en ese sitio, simplemente no había nadie allí. Las clases transcurrieron, los profesores iban y venían, cada uno verificando la asistencia y en todos, sin excepción, en la lista de asistentes estaba "Ada", extrañamente no lograba ver ni escuchar su apellido, era, sencillamente "Ada".

Los días y semanas transcurrían a una velocidad impresionante, parecían ser arrancados fácilmente uno tras otro de un calendario mal cocido, de repente, mi alrededor entró en un estado estacionario, todo estaba estático, se inició una nueva cuenta en el calendario.

Ese día, la rutina se repetía, saludábamos unos con otros al entrar al salón de clases pero, nadie absolutamente nadie, miraba hacia donde debía estar "Ada", me resultó extraño este comportamiento, sin embargo, al no poseer la facultad de verla, no le presté mayor importancia.

Apenas iniciada nuestra jornada estudiantil, un docente ingresa y nos informa sobre el fallecimiento de "Ada", el desconcierto nos inundó, reinaba el silencio y no atinábamos a como reaccionar; el presidente de curso con su semblante desencajado propuso, hacer acto de presencia en el velorio y posterior entierro de nuestra querida compañera, ningún alma se opuso, nos hicimos uno a causa del dolor.

Los recuerdos del funeral son difusos para mí, pero, les juro que, el rostro de Ada nunca lo será. Todavía no halló una razón lógica para lo acontecido y seguramente jamás la encontraré. Allí, tendida en una delicada tela blanca dentro de una caja de madera, se encontraba Ada pacíficamente durmiendo, su colosal contextura impactaba a cualquiera, era un ser sin igual, pálida como un armiño, con cabellos oscuros como el carbón y rasgos como los de un infante; se podría decir que, era una niña atrapada en un cuerpo de adulta.

Los segundos que estuve frente a ella me parecieron eternos, sin embargo, con cada intento de retirada fallido, la piel blanca de Ada se tornaba más verduzca, claro signo de descomposición.

De un instante a otro, estoy dormida y entre sueños escucho voces susurrando Ada, un producto de mi imaginación, repetía una, dos, tres veces en mi mente, tratando de convencerme que no era verdad.

El ciclo se repite, mis compañeros se saludan entre sí y continua la vida su cauce normal, poco a poco, se habla menos de Ada y su recuerdo se distorsiona, hasta tal punto, donde su apellido es olvidado. Algunos, por tratar de avivar su legado, suelen gritar: ¡Ada, siempre estarás con nosotros!.

Otros, menos humanos, tornaron su despedida del mundo terrenal en un banal cotilleo de pasillos, ni siquiera, dicen su apellido correcto. Se oyen comúnmente expresiones como estas: ¿Escuchaste lo que pasó con Ada Rispa?, ¿Ada Kirna, quién es ella?, ¿Era Ada Pirna o Ada Rilna?, ¿Sabes si verdaderamente existió Ada Nisma?.

Su nombre cambiaba según la conversación y contexto, Ada, era un objeto y una persona al mismo tiempo. En un abrir y cerrar de ojos, el recuerdo de Ada yacía inerte en la mente de los seres cercanos a ella, nadie la recordaba como verdaderamente era, se había convertido, en una de esas trágicas noticias cuyo golpe inicial sacude a una comunidad por completo pero, su estela no abarca más que unos pocos metros.

Y como aquella estela, mi sueño también se desvaneció.




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