Está mirándome, ese tipo me está mirando como comida, espera... me dice que qué estoy esperando, lo miro tipo "Disculpa, tú estás mirándome", sonríe como un bobo, explicándome que lleva rato viéndome para ver a qué horas me digno a ponerme el cinturón de seguridad.
Oh con que era eso.
— El 79 por ciento de los casos ocurren accidentes devastadores por no tener el cinturón de seguridad; gente sale volando por el vidrio y todas esas cosas. — me explica como si todo lo supiera.
— Patrañas, no es ese porcentaje — pero este tipo quien se cree, ¿Será acaso un conductor de televisión, de aquellos finos que hablan de noticias? Porque no lo parece.
Ríe de una forma muy graciosa.
— Tienes razón, pero no niegues que fue creíble mi explicación. — lo que me faltaba, este tipo tiene el ego elevado.
— Siento decepcionar, pero no. — al escucharme, me dedica una mirada extraña.
— Qué raro, todas dicen que lo es, de hecho siempre lo digo. Todas las chicas que han ocupado ese asiento — señala donde estoy sentada, y de pronto comienzo a sentir asco, sabrá Dios cuantas asquerosas nalgas, limpias o sucias pasaron por aquí. Ahora que lo sé, opto por sentarme a la orilla todo lo que puedo, ¿cómo es que no pensé eso antes cada vez que me subía a un taxi? — , nunca han usado cinturón, siempre se los tengo que recordar. Mi madre me lo enseñó desde pequeño, es mi deber enseñar a todo aquel que me rodee.
— Un hijo de mami — susurro, mirando a través de la ventanilla, ensimismada por las luces amarillentas que iluminan la entrada de cada casa o local cerrado que pasamos.
No hablamos después de su explicación ridícula de accidentes, al perecer eso le incomodó porque encendió la radio en la estación 94.7 y se la pasó escuchando canciones en inglés que quiso cantar, al final terminó tarareando porque no se sabía todas las letras. El tipo Mike no es tan feo como la mayoría de los taxistas, solo que está muy esquelético. Cuando llegamos a mi casita trato de salir por mi propia cuenta, para mi sorpresa veo que está asegurada la puerta, me asusto al instante, y al ver que lo miro desconfiada, me explica que lo aseguró porque temía que saliera volando por la puerta si la habría sin querer, estando borracha. ¿Me veo tan mal, que piensa que atentaré contra mi vida?
— Tranquila, ahora abro -rodea el carro casi corriendo—. Que falta de confianza, todavía que te traigo sana y salva, me tomas por un secuestrador. —me dice cuando ya ha abierto la puerta.
Como puedo, salgo tambaleante del taxi, saco un par de billetes, la cantidad exacta que suelo pagar a los taxistas y se los extiendo. Retrocede un paso, negando confundido sin dejar de mirarme a mí y no a los billetes.
— ¿Qué? Es el dinero que siempre pago a los que me traen desde ese bar. ¿Es acaso más? No vi el taxímetro, véalo por mí y diga cuanto le debo entonces. —rebusco más dinero en mi cartera, sacando dos billetes de veinte pesos. Espero que con esto baste.
—Por lo visto sigues ida, te he dicho más de una vez que no soy un taxista —se acerca, sorprendiéndome al tomarme por segunda vez del hombro—. Vamos dulzura, te llevo hasta tu casa.
— ¿O sea, que el viaje es gratis? —ando de suerte, acabo de ahorrarme más de doscientos pesos.
—Oh no, el viaje no es gratis para mí, soy yo quien debe pagar más litros de gasolina extra —me arrastra de un lado a otro, mirando dos edificios pequeños—. ¿Dónde dices que vives?
Ahora soy yo quien lo arrastra al oficio indicado, entramos casi a tropezones, uno de mis tenis se queda atorado en la puerta, Mike es quien regresa por ella mientras yo me siento un rato muerta de risa, el conserje, un hombre muy amable que ya me conoce bien solo niega con la cabeza divertido, desde donde está parado.
—Háganlo en silencio, las paredes aquí son muy delgadas —me guiña el ojo derecho el señor Florencio.
— ¡Que va! Él es mi taxista. —niego aun riéndome por las ideas que se hace.
—Traviesilla, yo no me trago eso. —enseguida vuelve a lo suyo, justo cuando Mike pasa al lado de él.
—Aquí tienes —me ayuda a ponérmelo y seguimos nuestro corto camino a mi departamento.
Al entrar al departamento, lo invito a pasar, no quiero ser descortés con alguien que no me va a cobrar un quinto por traerme a mi casa. El no parece a gusto, mira de un lado a otro, husmeando, deteniéndose en algunas fotografías familiares, se burla de una en especial, no estoy feliz de esa foto, pero a mis padres les gusta. Voy al refrigerador y saco una lata de cerveza con logotipo al parecer de carta blanca, la abro tirando un poco de espuma en la alfombra café. Bebo una buena cantidad antes de dirigirme al flaco.
— ¿Quieres tomar algo, comer o yo que sé? —Se sobresalta al hablarle, y al mirarme niega con la cabeza, diciendo que hace menos de una hora me habló de lo malo que es tomar y ya lo estoy haciendo de nuevo—. Bueno, ¿vas a querer algo sí o no?
—Un vaso de leche, eso le caería de maravilla a mi estómago, y si no es mucha molestia, ¿tendrás plátanos frescos? —me pregunta con naturalidad.
— ¿Perdón? —acaba este hombre pedirme un vaso de leche y plátanos, ¿Qué es?
— ¿Tienes o no tienes plátanos? Para conformarme con un vaso de leche. —bien, no entendí mal.
Del frutero de la cocina tomo dos plátanos maduros, le sirvo un vaso de leche y se los llevo. Él ya se ha apresurado a sentarse en uno de los viejos sofás, así que entregándole lo que pidió me siento a su lado, viendo cómo se devora el primer plátano y toma gran parte de la leche, hago lo mismo con mi bebida, haciendo tiempo.
—Así que... acostumbras a pedir esto cuando vas de visitas. —dejo la lata vacía en la mesa del centro, junto a las revistas y periódicos que ya debí mandar a la basura esta misma mañana.
—No, pero debería de estar cenando a estas horas, y esto es lo que ceno —entreabro la boca, afirmando con la cabeza. Que interesante—. ¿Puedo ir a tu baño? —pregunta de repente poniéndose de pie, con vaso y medio plátano a comer en mano.
Le señalo la puerta blanca más pequeña.
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Editado: 10.08.2020