Querido Aldrich

27

—Muriel, ven—llamó Tía Gretel.

Habían pasado dos días desde ese extraño encuentro con Aldrich y se negaba a hablar del tema cada vez que se lo sugería o siquiera lo mencionaba.

Salí de la habitación y caminé hacia su voz deteniéndome en las escaleras al verla vestida para salir.

—¿Si?.

—Baja, iremos a comprarte vestidos—la sonrisa de su rostro era extrañamente tranquila y confiada, llevaba en el cuello un pañuelo rojo sangre y sobre los hombros un saco negro.

Tía Gretel siempre había sido de esas mujeres que se adecuaban a la moda de las épocas y nunca dejaba que nada se le escapé, un sombrero, una falda, el pañuelo y hasta los feos pájaros de aquella temporada hace inviernos ocupaban cada espacio en su armario. Por eso, cuando yo llegue dispuesta a aceptar todas sus condiciones con tal de no tener que ver las furiosas caras de mis hermanos, ella me tomo como su muñeca de porcelana en vida.

Dudé. No estaba preparada para salir aún, Janet aún no se había vuelto a manifestar pero eso tampoco indicaba nada bueno y temía hacerme daño tanto como dañar a alguien más.

—No estoy segura de que sea buena idea.

—Oh, deja de quejarte, muchacha—me regaño caminando hacia la mujer que sostenía mi abrigo y tomándolo en sus manos—, no encontrarás marido encerrada y ya comienzas a ponerte pálida por la falta de sol.

—Pero tía...

—He dicho que iremos a comprar vestidos—cortó irritación—¿Por lo tanto tu debes decir?.

—Claro, tía—murmuré de manera clara.

Estaba tan agotada por no dormir que no podía pensar en negarme con una excusa fiable. Aquella casa parecía robarme la vida sin siquiera tocarme, albergandome dentro como un corazón latente de dolor y tristeza, soportando mí silenciosa presencia como un fantasma sin ganas de seguir existiendo, y tía Gretel se aprovechaba.

Por eso, cuando salí al frío invierno de la calle, sentí de nuevo el entusiasmo bailando por mis miembros agotados. Subimos al carruaje en silencio, a tía Gretel tampoco le gustaban los ruidos molestos, cerramos la puerta y con una corta indicación avanzamos hacia quien sabe dónde.

Era desesperanzador que me sienta tan feliz por salir cuando yo fui quien decidió encerrarse y marchitarse, pero en cuanto mire el cielo, el sol parecía brillar más ahora que hace días, el aire parecía más puro y los ruidos mas intensos.

Tía Gretel también parecía intranquila, sus manos enguantadas descansaban sobre su regazo y la habitual mueca de asco en su rostro parecía más un gesto serio y preocupado.

Pasados unos minutos y nos detuvimos, se oyeron varios gritos fuera y luego dos golpes que nos hicieron saltar de la sorpresa.

—Tranquila—dijo ella cuando quise salir a ver que sucedía. La mire confundida e hizo un ademán para devolverme a mí lugar con ansiedad—, debieron confundirse.

Asentí y volví a sentarme.

 La mueca en su rostro era tan tensa que me angustiaba pensar en aquello que a ella la preocupaba. Tía Gretel siempre estaba tranquila y feliz, gozando de los lujos de una vida de viuda adinerada ¿Qué podía tenerla tan inquieta?.

El carruaje volvió a avanzar con una sacudida y me acomodé con cierto nerviosismo, intentando descifrar cada una de sus miradas y movimientos.

Aunque preguntará, no me diría nada, en esos pocos días había descubierto la virtud de esa familia: los secretos.

Deje que pasaran varios minutos en los que el vehículo se tambaleó con ligereza y suspiré, yo también estaba intranquila pero a diferencia de ella podía satisfacerme con un poco de información, esos dichosos secretos que ocultaban como algo macabro.

—¿Tía—pregunté con un tono curioso que no tenía hace días—, dónde iremos?.

Ella miró a la puerta y luego a mí.

—A comprar vestidos, Muriel—obvio con irritación—, ya te dije.

—¿Con qué dinero?¿Dónde iremos?.

No tenía fallas económicas pero era muy mezquina, ir a comprar vestidos era su pasatiempo y pecado favorito.

Me lanzo una mirada de advertencia y bufó cuadrando los hombros con el mentón en alto, orgullosa.

—Tu padre envío dinero para tu estancia, alimento y vestimenta.

—Espera—solté del asombro—¿Padre sabe que estoy viviendo contigo?.

—Hablame con respeto—espeto.

—Si, lo siento—mentí apresurada—¿Cuándo fue que habló con él y por qué no quiso verme?¿Él está bien?¿Él...?

—No hagas preguntas si no quieres las respuestas—zanjo ella con la misma mueca fea que llevaba en la casa, como si hubiera metido un pedazo de limón en su boca y aguantara para no esculpirlo.

La miré sin comprender, abrí la boca para preguntar que quería decir y de repente el carruaje se detuvo con una sacudida. 

Dimos un pequeño sobresaltó y está vez tía Gretel no dudo en salir disparada hacia la puerta, golpeando el vidrio con el hombro por qué no cedía, y se lanzó fuera.

De nuevo, eso era extraño. Más bien, todo lo que tenía que ver con ella y padre comenzaba a tornarse más extraño.

Exhalé decidida a saber más, necesitaba mantener mí mente ocupada para no dormir y dejar a Janet lastimarme, y ese era un buen incentivo.

Baje del carruaje. El frío había menguado desde los días que yo salía a la ventana de mí cuarto a ver las personas. Parecía una eternidad desde que vi a Katherine Romero pasar frente a mí, y aún no sabía la verdad detrás de ella.

Un profundo dolor se encendió detrás de mis ojos y ahogue una mueca, la falta de sueño me ponía enferma. 

Mire a tía Gretel esperándote frente al local de vestidos y me giré para reconocer la calle cerca de los muelles dónde fuimos a parar la primera vez. Encima de su cabeza había un cartel en nombre de la modista "La tienda de vestidos de Susan", a un lado el negocio de trajes masculinos y más lejos la conocida tienta de santos y brujería.

—Vamos, Muriel—apresuro con la mano—, quiero que Susan tome tus medidas para el baile de navidad.

—¿Navidad?¿En qué día estamos?.

Encerrada en esa casa por días no me enteraba de nada.

La seguí hasta el interior del local con un extraño sentimiento de haber experimentado ese momento, algo como un recuerdo pero en el presente. Miré alrededor, la vez anterior que estuve ahí fue con Julián, fingiendo que éramos pareja, en busca de un libro que ahora descansaba en algún lugar de mi vieja habitación.

Un tipo de nostalgia me abatió y baje los ojos al suelo, entrando al local y oyendo a tía Gretel golpear la campanilla del mostrador con insistencia y, en mí opinión, falta de educación.

—Susan—chilló al verme a su lado—¡Susan!.

Nada. Obviamente tía Gretel no conocía los horarios y los turnos. Siguió insistiendo un poco más, golpeando la campanilla con capricho, y cuando comencé a pensar que quizás la mujer salió a almorzar, la cortina de atrás del mostrador se corrió

—Señora Waywood—la modista se veía muy asombrada de ver a tía Gretel, y al pasar los ojos hacia mí sus ojos se abrieron aún mas—, lo lamento, no las esperaba...

—¿Susan?—detrás de la modista, una mujer de cabello negro y piel morena apareció con un vestido de corte fino y un peinado alto. Era hermosa, estaba maquillada con delicadeza y llevaba los guantes más lindos que había visto en mí vida. Ella miró a tía Gretel y a mí e inclinó con la cabeza con cortesía—Hola, ¿Qué tal?.

—Hola—saludé evitando estornudar, no se que tenía ese lugar pero de repente la nariz me picaba.

—Lo siento, señora Waywood, no la esperaba—Susan se volvió ruborizada hacia la mujer hermosa y, con timidez y educación, le pidió que espere detrás de la cortina.

—¿Pero, es que no me atenderá?—preguntó está con voz suave y desconcertada.

Susan no dejaba de lanzarle miradas de disculpas a tía Gretel cada vez que la mujer hermosa se resistía a volver al interior del local, pero no decía nada. La mueca de repugnabancia y odio en el rostro de la mujer eran tan obvios como a quien iba dirigidos, miraba a la mujer hermosa como si fuera el más horrible y asqueroso monstruo salido de sus pesadillas y, lo que era peor, parecía pensar lo mismo de Susan.

Exhalé avergonzada y me interpuse entre ella y el mostrador.

—¿Tía, por qué no esperamos en el carruaje?—pedí con suavidad—, la señorita estaba antes que...

—¡Por supuesto que no!—estallo ella, indignada—¡Es más, nosotras ya no volveremos a este lugar de tercera!¡Vamos!.

Se volteó y comenzó a caminar hacia la salida con los puños cerrados y el rostro ruborizado de ira.

Miré a las mujeres que también observaban como salía dando un portazo y vociferaba al conductor del carruaje y no pude evitar sentirme arrepentida.

—Lo lamento mucho—admití.

La mujer hermosa parecía más indignada que apenada por el escándalo, pero Susan parecía muy arrepentida.

—No es nada, señorita, discúlpeme por...

—¡Claro que no!—dijo la mujer hermosa—¡No me disculpare!.

—Oh no, no pretendo que se disculpe—me apresure asombrada por su exalto—, fuimos nosotras quienes interrumpimos. Lamento lo sucedido.

Incliné la cabeza, retrocedí por qué los gritos de tía Gretel ya se habían vuelto escandalosos. A ella no le gustaban los escándalos y lo último que necesitábamos era que llegue a oídos de mis hermanos o de padre que no me dejarían volver con ella.

Salí ignorando las miradas de sorpresa de ambas mujeres que me llamaron una sola vez y me acerqué a la mujer loca que gritaba a todo pulmón.

—¡Muriel, entra en el carruaje!¡Este lugar es indignante, no podemos soportar una ofensa así!¡Aceptar gente como ellos, aceptar pordioseros!¡No, me niego a...!

El cochero abrió la puerta para dejarla entrar y esperé que desaparezca dentro antes de voltearme hacia la santería. Quizás era la última vez que volvía allí y quería ver una última vez aquel lugar tan misterioso, hubiera deseado volver y preguntarle a Amatista que significaba lo dijo...

Solo que no estaba como antes.

Estacionado en frente, había un carruaje negro con un logo plateada en la parte trasera, parecía vacío y cerrado, pero también me daba una mala sensación de peligro.

Mire al local "Deusa da Lua" ignorando los gritos de mí tía y no pude evitar acercarme con el corazón acelerado.

Pase el local de prendas masculinas con pasos acelerados, me asome a la vidriera y de repente comprendí que había de raro en el lugar; El vidrio de la puerta estaba roto en pedazos, había objetos del escaparate en el suelo de la calle y la entrada está estaba abierta de par en par, regada por un camino de vidrios.

Corazón comenzó a latirme con más fuerza. Sentía un dolor profundo en las costillas y detrás de los ojos. Estaba agotada mental y físicamente. No podía respirar con ese vestido. Sudaba. Quería correr más rápido que el viento y desaparecer lejos de mí vida, detener el tiempo y exhalar de mí mente tanto cansancio para comprender que sucedía.

Estaba tan somnolienta que al verme dentro del local me pregunté cómo llegue a pararme sobre los vidrios con el sentimiento de valor de nuevo tan puro en el pecho.

Non vuoi parlare di quello che sai, strega—la grave voz de alguien detrás de la cortina del otro lado del local llamo mí atención. No sabía que idioma era, pero si reconocía su voz del bar de D’Lovego.

Di un paso atrás y me detuve al oír un lloriqueo detrás del mostrador.

Con cuidado de no hacer ruido y aguantando la respiración, me acerqué y asomé la cabeza para ver a la mujer de labios rojos y cabello oscuro recostada detrás, con la mano sobre el estomago y los ojos llenos de lágrimas. Parecía inconsciente, su pecho subía y bajaba lentamente, pero estaba muy pálida y la sangre que escurría por su estómago no era poca.

—Usted más que nadie sabe que los secretos no tienen manera de esconderse—esa era otra voz, femenina, tensa pero divertida. Alce la cabeza buscándola y me encontré mirando la cortina roja entre los dos libreros.

Sea lo que sea que sucedía estaba pasando del otro lado.

Sin dejar de contener la respiración y de cuidar no hacer demasiado ruido, me aleje del mostrador temblando de miedo y me acerqué.

—Deje a su familia en paz—gruño la voz grave y amenazante del hombre—, ya lo habíamos advertido.

Una risita extraña me detuvo, un gruñido y luego un golpe seco.

Tragué saliva y, sin dejar de temblar, me me escondí detrás de uno de los libreros que sostenía la cortina. Alce a mano con suavidad, cada roce parecía el peor ruido existente, y luego corrí la cortina unos centímetro.

Kathe está esperando por você do outro lado, você pagará com seu sangue, filho da puta—del otro lado Amatista, la muchacha que nos leyó el té, estaba tirada sobre la mesa con la mano de un hombre grande, de saco negro y largo, encima del cuello.

Reía entretenida por algo mientras sujetaba la muñeca del hombre que me escoltó con Florencchia D’Lovego en el bar. Mith.Este se limpio el rostro con un gruñido de furia, mirándola con tanto odio que me estremecí y en cuando terminó la volvió a levantar por el cuello. En sus manos ella parecía no pesar más que una hoja de papel que luchaba por liberarse dando débiles patadas y arañando, pero él no la soltó. Gruñó, la golpeó contra la mesa con tanta fuerza que está se tambaleó y cayó, volvió a levantarla y la lanzo al suelo del otro lado de la habitación.

Amatista rodó gimiendo, se había golpeado contra el mueble de cajones donde antes había visto la fotografiá de Katherine Romero. A su alrededor estaba la cerámica de el juego de té, rota en pedazos pequeños y enterrándose en sus hombros semi desnudos. Se doblo en dos tosiendo con fuerza y sujetándose el estomago y cuando alzó la cabeza vio, como yo, que el hombre se acercaba con los puños apretados. 

Sus súplicas me despertaron. Parecía haber entrado en una extraña ensoñación cuando vi como la sangre brotaba de su cabeza luego del tercer golpe. Se veía tan pálida y temerosa, como yo. El delineado de sus ojos se había corrido por las lágrimas que caían y manchaban sus mejillas de negro y el rojo de sus labios, similar al de su hermana, se desparramaba hacia su mentón, mezclándose con la sangre.

El hombre la tomó del cabello arrancándole el pañuelo y la desesperación por ver el cuchillo en su otra mano me hicieron parpadear y ahogar un grito de horror. ¿Qué acababa de haces?. Él se detuvo para girarse en mí dirección y me escondí con el corazón acelerado.

Mire a un lado, las estatuas de los extraños santos me miraban juzgando mí miedo por no reaccionar. Tomé uno con miedo, no sabía que hacía, parecía ver todo desde fuera de mí cuerpo y aún así sentía la fría cerámica contra mis dedos, corrí la cortina y se lo lance al hombre sin siquiera mirar.

Y luego exhale.

La estatua dio contra su espalda con fuerza, cayó y se rompió.

Oh, dios.

Él se volteó a verme con sorpresa buscando la procedencia de ese patético golpe y volví a esconderme. Tomé otra estatua sujetándola contra mí pecho con fuerza, tragué saliva oyendo los pasos acercarse y me preparé para golpearlo de nuevo.

Temblaba descontroladamente por lo que no sabía cómo sujetaba esa estatua o quién era la divinidad a la que le faltaba el respeto.

Exhale vapor caliente, castañeaba con fuerza. No podía correr, ya podía sentirlo del otro lado de la cortina buscándome con el cuchillo en su mano.

Tragué duro, alce la estatua y la estrelle contra la cabeza del hombre que se asomó para sujetarme del hombro. Sus dedos se clavaron en mí brazo con fuerza y grite, la costura se rompió y la tela cedió con un horrible sonido que me hizo ahogar un grito.

Alguien más lo golpeó desde atrás de la cortina y está vez logré zafarme apartándome hasta el ultimo estante de la fila.

El hombre trastabillo, cayó, se levantó en una rodilla y alzó la cabeza hacia Amatista del otro lado de la cortina, sangrando y con la respiración acelerada pero la mirada furiosa y decidida, y luego me miro a mí, que de alguna forma logré tomar otro santo para defenderme.

Me escaneo, mí brazo descubierto, mí rostro aterrado, el santo en mis mano, y se levantó en toda su altura, imponente y aterrador.

Las piernas comenzaron a temblarme del miedo

Amatista se lanzo sobre él sin dudar, gruñendo con suficiente furia para sorprenderme, y lo golpeó con los puños cerrados, pero él la tomo de nuevo del brazo y la lanzo cerca del mostrador con facilidad.

Alce la estatua y quise golpearlo por detrás, pero se volteó con rapidez y me tomo de la muñeca con fuerza, retenimiento por encima de la cabeza con tanta fuerza que las muñecas comenzaron a arderme.

Se acercó, su respiración también estaba acelerada y olía a tabaco y alcohol. Tenía pedazos de yeso y vidrio en el cabello y cortes diminutos en el rostro junto con el blanco polvo de las estatuas rotas.

Me arrebató la que tenia en las manos en un solo moviemiento, la lanzo lejos y al mirarme gruñó irritado.

—¿Usted qué hace aquí?.

Forcejeé para que me suelte, pero él solamente subía mis brazos para mantenerlos lejos de sus rostro. Los hombros comenzaban a dolerme y mientras mas se acercaba mas nauseas sentia por su aliento, tenia los ojos hinyectados de sangre y, ademas, le faltaban algunos dientes, pero eso no lo hacia menos temeroso.




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