La escalera comenzó a girar hacia la derecha a los diez escalones, una suave y mullida alfombra roja apareció bajo mis pies de un momento al otro y las lamparas, que antes apenas iluminaban lo suficiente para no caerse, comenzaban a mostrar un camino de escalones anchos y elegantes mientras mas descendía.
Con una mano tocaba la pared, sosteniéndome por si tropezaba, y con la otra sentía los frenéticos latidos de mi corazón. Me aterraba pensar que tan abajo estaba. A veces me detenía a oír lo que sea, una voz, un sollozo, aunque sea el correteo de alguna rata, pero debajo de todos esos escalones no había mas que un silencio aterrador e inquietante, como si de repente esperara que un monstruo aparezca y me devore.
Concentrate, Muriel, no estas pensando con claridad.
Respire profundo tomándome un momento para pensar mejor lo que estaba haciendo y volví la vista hacia atrás. No podía demorarme mucho tiempo, padre podría ir a buscarme a mi habitación en cualquier momento y no encontrarme iba a ser una sorpresa desagradable.
Pero ya había bajado demasiado para volver, lo mejor era que valiera la pena.
Así que, hinchada de valor y temblando de pies a cabeza, seguí bajando.
Eventualmente las paredes también cambiaron, el hormigón desgastado paso a ser madera seca y luego un suave empapelado blanco con flores verde agua que cubrían todo el techo. Las lamparas dejaron de ser focos simples y se convirtieron en faroles con incrustaciones y detalles colgantes tan hermosos que me pregunte que hacían en ese lugar.
Baje hasta que perdí la cuenta y luego hasta que el silencio comenzó a pintarse de una suave melodía tranquila pero alegre.
Me detuve y agudicé el oído, no estaba segura de cuanto bajo tierra estaba pero estaba segura que en los sótanos no había música.
Al final, encontré una puerta de madera grande y gruesa, llena de diferentes cerrojos que ahora estaban abiertos y con un gancho para colgar las prendas en medio y a cada lado de la pared.
Intente abrirla con esfuerzo y termine sudando sin éxito alguno.
Fruncí el ceño, toque cada cerrojo gastado para comprobar que estuvieran abiertos y luego miré el único gancho que sostenía un sombrero negro con un lazo azul en medio. Lo tomé extrañada, juraría haber visto uno así antes, lo volteé buscando identificarlo y encontré la etiqueta dentro.
Magnum Pawngold.
Conocía ese nombre.
¿De dónde?.
Humedecí mis labios pensando por encima del dolor detrás de mis ojos. Estaba cansada, quizás solo necesitaba algo de comida, agua y un poco mas de descanso, tenia que recuperarme para volver allí o sino no encontraría nada.
Miré una vez mas el sombrero para grabarme el nombre y volví a colocarlo en su respectivo gancho, era extraño que estuviera colgado en un pasillo tan extraño como ese, a pesar de ser tenebroso parecía concurrido y lo mantenían limpio a pesar de toda la penumbra que se veía al comienzo.
¿Para que mi tía tendría ese pasillo?.
Miré una vez mas la puerta e intente abrirla poniendo menos fuerza que antes en vano, mis brazos se sentían demasiado pesados para seguir. Me volteé, preguntándome qué podría haber del otro lado, qué podría ocultar mi tía con Teresa, cuando de repente la puerta se abrió y el sorprendido rostro de una chica rubia de ojos celestes apareció detrás.
—Eh… Hola—no sabia como comenzar, la música que se oía cuando abrió la puerta era tan estridente que provocaba mas dolor detrás de mis ojos. Apenas podía pensar con tanto dolor y ruido.
La chica me miró parpadeando, suspiro dejando caer los hombros y se adelanto a tomar mi brazo con fuerza, tirando de mi hacia el otro lado de la puerta.
—No saber quien eres—dijo con un extraño acento rudo y torpe—, pero tu deber trabajar.
No tenia fuerzas para resistirme, el dolor, el ruido y el cansancio no me dejaban hacer otra cosa que seguirla intentando comprender que era ese lugar, pero ni siquiera estando en mi mejor estado podría saberlo.
Del otro lado de la puerta había mas empapelado de flores, solo que esta vez el fondo era rojo y las flores de un rosa y un blanco muy hermoso. En los techos pendían cortinas, luces hermosas, había diferentes objetos que no sabia que eran y en los suelos la alfombra seguía aunque mas clara.
La chica, que no parecía mayor que yo, tiro de mi por un pasillo lleno de puertas con cortinas de cuentas plateadas, todas con números, algunas cerradas con una corbata en el picaporte y otras abiertas de par en par dejando ver una cama, luces, espejos, muebles y algunas cosas mas que tampoco supe identificar.
Me llevo hacia una habitación con una puerta diferente a las otras, llena de pestillos del lado de afuera y mascas extrañas en la madera, y con demasiada fuerza la abrió tirando de mi hacia dentro.
Planté los pies en el suelo, no sabia que era ese lugar pero una cosa era segura, no debía entrar a esa habitación.
—Entrar—ordenó con su acento extraño, tirando de mi hasta que sus mano se zafo y las uñas rayaron mi brazo. Ahogué una mueca retrocediendo con temor y la miré mejor.
No era una chica que haya visto alguna vez, era hermosa y eso no lo olvidaría, pero llevaba un vestido de seda rojo con encaje blanco que no cubría mas allá de sus muslos, en sus brazos había un camisón blanco transparente con lentejuelas y su maquillaje era tan extravagante que me pregunte como no lo note antes.
—¡Entrar!—chillo señalando la habitación.
Negué.
—Esto es un error, yo no debería estar aquí.
—Siempre ser eror—bufó rodando los ojos, tenia problemas para pronunciar la “R” en ciertas palabras—, pero no, nina, ahora estar en casa. Entrar y desvestir.
—¿Disculpa?—pregunté atónita de su atrevimiento.
Ella me fulmino con la mirada, visiblemente irritada, se inclino hacia adelante de manera que sus pechos casi se salían del vestido y gruñó: