Miré el reflejo en el espejo y contuve la respiración. No estaba segura de que quería ver, aquella mañana lo había evitado como si fuera un tipo de maldición y aun cuando vinieron a mi habitación a peinarme me limité a asentir con la cabeza de acuerdo con su "¿Le gusta?". Pero en el momento en que decidí que era hora de mirar el resultado de horas me desconocí por completo.
La Muriel que me miraba no era la misma que habitaba en mi interior. No era la que hizo cosas inimaginables ni la que descubrió su propio valor, aquel era el reflejo de alguien roto en mil pedazos, cansada, frustrada, herida y humillada. Era el reflejo de la niña robada en un vestido hermoso y con joyería delicada, peinada como princesa y maquillada para impresionar.
—¿Estas lista?—Otis apareció en mi habitación vestido con el traje que mi padre le envió a hacer por días. Se veía bien, guapo, elegante y serio, como el hijo rico e intelectualmente superior de un Lord.
Quizás padre tenia razón, darnos esa vida fue lo mejor que nos pudo haber pasado.
Eso es, Muriel, créele.
Con lagrimas en los ojos y el labio temblando por llorar de la impotencia, asentí.
—¿Qué pasara con nuestras cosas?—dije al encaminarme hacia él. Me dolía perder aquello que no me pertenencia pero de alguna forma eso fue todo lo que conocí de vida.
Otis ofreció el brazo para que lo sujete y suspiró.
—Vendrán a buscarlas mientras estamos en la fiesta—me sostuve del interior de su brazo luchando con las lagrimas que se agolpaban en mis ojos y avanzamos hacia las escaleras—, lo enviaran en el barco para que cuando lleguemos este todo listo.
Una gota de dolor se escurrió por mi fuerza y la limpie con rapidez, tragando el nudo que se cerraba en mi pecho.
—Lo siento mucho—murmuré cuando nos detuvimos en las escaleras. Abajo padre daba las últimas indicaciones a los cocheros que entraban y salían de la casa cargando cosas. Cerré los ojos con impotente rabia y me estremecí.
—Oye, no es tu culpa—susurró dulcemente, apartándome de las escaleras hasta un punto donde padre no pueda vernos. Limpio otra lagrima de mi mejilla y por fin lo miré.—El único monstruo con la culpa de esto es él, tu lo intentaste, el plan era bueno, perfecto, pero algo fallo ¿Si?. No te culpes por ello.
Me sorbí la nariz con un nudo que apenas me dejaba tragar y sollocé.
—Pero ahora nos llevara a América.
—No—dijo con tono suave—, a ti te dejara quedarte en Irlanda.—Sus ojos brillaron con cariño e ilusión y el dolor en mi pecho se hizo peor.—Tu podrás huir.
Negué sollozando una vez mas y él sujeto mi rostro con ambas manos, acercándose y apoyando su frente en la mía para tranquilizarme. Cerró los ojos mientras sus pulgares acariciaban mis mejillas con cariño y soltó aire como si así se liberara de un peso enorme.
Y supongo que así era, ellos pensaban que al no estar con ellos tendrían la posibilidad de huir, ojalá lo intentaran, pero yo tenia fresca la amenaza de mi padre. Si huía, si hacia algo para arruinar mi matrimonio, ellos lo pagarían.
No podría arriesgarme a comprobar si era verdad, ellos eras mis hermanos aunque no seamos de la misma sangre, porqué ese infierno lo pasaron por mi y era mi turno de sacrificarme por ellos. Era mi turno de agachar la cabeza y obedecer, como una hermana. Como alguien que los quería lo suficiente.
Luego de que Silas aparezca y pregunté que sucedía bajamos uno detrás del otro con el mentón en alto y los ojos fijos al frente. Mas que una fiesta parecía que nos arreglábamos para asistir a nuestro funeral, donde nuestro verdugo nos acompañaba con un bastón nuevo, el bigote bien recortado y un sombrero demasiado delicado para pertenecerle.
Nos sentamos dentro del carruaje en un silencio tan pesado que apenas se podía respirar y, con dos fuertes golpes en el lateral, avanzamos.
Junto a mi, la ventana se veía como los barrotes de una jaula. Ya no habría noches sentada en la ventana mirando a las personas de la calle, no mas estrellas, no mas frio invernal. Las calles comenzaban a ser húmedas por la nieve que se derretía con el pasar de los días y parecía que dejábamos una vida atrás, o que mas bien el tiempo nos la arrancaba del cuerpo.
Los locales aparecieron y desaparecieron como un fogonazo y miré las personas caminar con cosas en las manos en busca de sus últimas adquisiciones por la navidad mientras la noche caía inevitable como un manto sobre la cabeza de todos.
No habría estrellas, noté al ver hacia arriba, una tormenta parecía acercarse con lentitud, cubriendo la luna y lanzando relámpagos por todos lados.
Suspiré y volví a mirar a la gente desvariando. Me preguntaba si Julian estaría trabajando en la noche de navidad, o quizás estaría ayudando a Ness a diseccionar un cadáver con té caliente o chocolate con galletas y malvaviscos. ¿Intercambiarían regalos?¿O acaso lo pasarían con sus padres?¿Tenían familia o solo se tenían a ellos?¿Por qué nunca les pregunte sobre eso?. Fruncí el ceño, aunque anhelaba haberles preguntado era mejor no saberlo.
Era mejor apartarlo de mi mente durante toda la noche para hacer las cosas bien, mis hermanos tenían razón, como mi padre sabia que yo ya comprendía todo se comportaba peor. Nos vigilaba aun mas.
Un policía paso junto a la ventana con su caballo y no pude evitar mirar su rostro, decepcionándome.
Un saco nuevo sería un buen regalo para Julian, algo para compensar el que arruine al lanzarnos desde el muelle, y quizás un sombrero o un pañuelo de lana a juego. Hubiera deseado comprarle algo y ver su rostro al entregárselo. Hubiera deseado disculparme por todos los problemas que cause y verlo una última vez mas.
Suspiré de nuevo.
Esos eran sueños inalcanzables.
Seguimos el viaje en silencio hasta que el carruaje se detuvo frente a los portones de una enorme mansión. Padre entregó las invitaciones al cochero para que las entregue al tipo de seguridad y luego se volteo hacia nosotros, sujetando su bastón con ambas manos.