De pequeña me daba miedo las velas, solo porque recordaba el terror que me daba la cerilla caliente. Nunca fui muy tolerante al dolor, crecí teniéndole miedo a romperme algo o a lastimarme, incluso a lastimar a los demás.
Un día solo paso.
Si había algo a lo que le tenía más miedo que al fuego, era a la oscuridad y sobre todo a la oscuridad en la soledad; tuve que tomar aquella vela, tuve que sentir como la cerilla se quemaba y derramaba gotas sobre mi mano; aferrada a ella, esperanzada a que no se acabara y siguiera alumbrando, dolió unos segundos, fue una extraña sensación.
En ese momento entendí que el dolor es instantáneo, indudablemente todo lo que duele, un día, un momento o un segundo dejará de doler.
Entonces le perdí miedo al fuego, porque no podemos evitar que algo se rompa, o a que algo nos duela; porque nos duelen cosas que ni siquiera pueden ser tangibles y aún así aprendemos a superarlas.
Perdemos cosas por el simple hecho de tenerte miedo a las experiencias que podamos vivir y que nos forjan como personas a lo largo de nuestras vidas. Así como la cerilla del fuego, una vez que te quemas, entiendes que quizás no es tan malo jugar con ella, si tomas en cuenta que quemarte no solo te deja dolor sino la experiencia de arriesgarte y haberlo intentado.
Entonces tendrás una historia que contar.
ESTRENO 08 MAY
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