—¿Quién es Clementina?
—Mi bebé. —le respondí en automático, a la señorita coletas, mientras calculaba el dinero que acababa de perder.
Tenía que haberle preguntado a Patrick, de qué iba el trabajo, así no me hubiese hecho ilusiones, pero no. Doña silencio, tenía que quedarse muda hasta venir al otro lado de la ciudad para averiguar.
—Yo también tengo varias bebés. Mi papi siempre me las compra. —la miré sin entender de qué hablaba.
—No creo que Brittany se refiera a sus muñecas. No sabía que tenía hijos. ¿Está usted casada? —me preguntó, mientras su madre salía de la habitación, lamentándose por su ansiado Caribe.
—¿¡Hijos!?, ¿yo? —sin razón alguna me reí. No he llegado ni a tener novios, mucho menos tendría hijos.
—¿Le parece gracioso? —algo en su voz me hizo parar de reír. Era la primera vez que lo veía tan serio.
—No, disculpe. Creo que hay un malentendido. No tengo hijos, ni muñecas. —dije, viendo esta vez, a coletas.
—Y entonces, ¿quién es Clementina? —preguntó confundida, y yo sin poder creerlo, volví a sonreír. Esta pequeña siempre lograba que lo hiciera.
—Mi perrita. Discúlpenme, de verdad me vendría bien el trabajo, pero no la puedo dejar sola.
☆☆☆
Y aquí vamos, Owen Johnson, la señorita coletas y yo, a buscar a mi Clementina. ¿Cómo terminamos aquí?, no lo sé muy bien, porque los tres miembros de esta familia se enfrascaron en encontrarle una solución a mi problema, y la mejor idea para la abuela y coletas, era buscar a mi bebé. Solo espero que la pobre sobreviva a Brutus.
—Aquí es. —señalé al llegar a mi edificio, luego de pasar todo el camino, jugando al veo veo.
Sobra decir que padre e hija, no entendían cómo nunca lo había jugado. Evité explicarles que en los escasos paseos que nos daba el orfanato, eso jamás se jugó. Demasiado hacían las pobres monjas, tratando de controlarnos a todos.
—¿Vives aquí? —quiso saber el padre de la criatura y suspirando asentí.
No era el lugar más costoso del mundo, pero era mi logro. Trabajaba duro para mantenerlo y me sentía orgullosa de él.
Subimos los cinco pisos, hasta llegar a mi puerta. Gracias al cielo que diariamente, realizaba este ejercicio, o podría parecer un muñeco de nieve, si me paraba afuera, vestida de blanco, con una bufanda.
—Estoy muy cansada, Bri. Si vivieras con nosotros no tendrías que subir tantos pisos. —sus palabras me hicieron detener, antes de abrir la cerradura.
Era de otro mundo está niña, ¡me encantaba! Creo que por primera vez en mi vida, este año junto a ella, sabré lo que es tener una navidad inolvidable. Solo debo ser consciente de que es por este año nada más.
Al abrir la puerta, mi hermosa Schnauzer, ladró como loca y corrió hasta mí para que la llenara de besos, como ella lo hacía conmigo.
—¡Qué linda y chiquita!, ¿puedo acariciarla?
—Claro pequeña, pero pasen, pasen. —estaba nerviosa, él me ponía nerviosa al mirarme.
Ambos entraron a mi pequeño apartamento, el cual tenía justo lo necesario, perfectamente ordenado. Owen tomó asiento en el sofá, mientras la hermosa Charlotte me acompañaba a buscar mi ropa en la habitación. Estaba terminando el pequeño bolso cuando recordé que me faltaban mis gruesos calcetines de dormir, los cuales los había puesto a secar antes de partir. Dejé a la niña en mi alcoba jugando con una traicionera Clementina y fui por ellos.
Al llegar a la sala, el guapo padre de coletas no estaba en el sofá, sino que se encontraba de pie frente a la única foto que tenía en mi casa. Una donde estábamos Sor Agustina y yo, el día que salí del orfanato, porque ya cumplía dieciocho años y según el reglamento debía irme.
Por algún motivo verlo allí, sabiendo tanto de mí, me avergonzó, aún lo hace el no tener familia. Por eso no tengo amigos, no me gusta ver la cara de pena de la gente cuando se enteran de que nadie me adoptó. Nadie me eligió, nunca fui suficiente.
—Es, Sor Agustina. —sentí la necesidad de aclarar.
—Discúlpame, me llamó la atención ver que era la única foto del lugar. —moví mi cabeza en señal de afirmación y fui por mis medias, las cuales estaban en un armario cerca de la sala.
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Editado: 02.01.2023