Conrad
Perdí la cabeza, el juego se me fue de las manos, y ahora ella tiene el poder de destruir todo por lo que he trabajado. Margareth Favre es una tentación a la que no pude resistirme.
—Entonces, ¿lo harás? —grita Levin por encima del ruido de la música.
Es viernes por la noche y estamos en un bar. Levin es mi mejor amigo, y necesitaba hablar con alguien de confianza sobre ella, la deliciosa Margareth.
—No lo sé, no creo que sea conveniente. Ella ha empezado a mostrarse reacia conmigo, no es tan ingenua como pensé.
—No seas tonto, todas se muestran así, pero en el fondo lo quieren. Les gustan los hombres que toman el control, si sabes a lo que me refiero —dice, levantando las cejas varias veces con aire sugestivo.
Sé a lo que se refiere. Levin es de los que no acepta un «no» por respuesta; es la primera vez que me pasa algo así, y no estoy acostumbrado a las negativas, menos cuando vienen de una mujer a la que deseo tanto.
—¿Cómo lo haces? —me atrevo a preguntar.
—Hay una pastilla, efectos rápidos cuando la mezclas con alcohol. Al día siguiente, no recordará nada y tampoco quedará rastro en su sangre. Simple.
—Eres un asco —me burlo, aunque en el fondo la idea resuena con fuerza.
—Sí, pero no me quedo con las ganas —dice, sacando una bolsita de su bolsillo y entregándomela—. No dejes pasar una buena oportunidad.
—Sí, como sea —respondo, rodando los ojos mientras guardo la bolsita en mi bolsillo.
El resto del fin de semana lo paso contemplando la posibilidad de hacerlo. Lo peor es que mi esposa no está cerca para ayudarme con mi «calentura». Adelheid y yo llevamos tres años casados, pero nos conocemos desde niños, ya que nuestros padres son mejores amigos. Somos el complemento perfecto: ella ignora mis indiscreciones, porque pasa más tiempo fuera del país que en casa.
Para cuando llega el lunes, estoy de mal humor, porque usar mi mano derecha no fue suficiente para calmarme. Sin embargo, el destino parece estar a mi favor, porque la oportunidad se presenta y la tomo. Casi puedo saborear su vulnerabilidad mientras la hago mía. Miro hacia el techo para no verla, lo que me ayuda a concentrarme en lo bien que se siente.
A la mañana siguiente, la escucho haciendo preguntas, pero el cansancio es demasiado y apenas le presto atención. Ya obtuve lo que quería; no me interesa nada más. Además, soy afortunado, porque mi esposa está de regreso, y lo último que deseo es que se entere de que me metí con alguien de la empresa, alguien a quien tendré que ver cada vez que venga a la oficina.
Sin embargo, no pasa mucho tiempo antes de que me reclame.
—Joelle me contó sobre la repostera. La conocí, y no tiene nada llamativo —su tono parece tranquilo, pero no me engaña; sé lo venenosa e impulsiva que puede ser—. ¿No podías acostarte con alguien mejor?
—Adelheid…
—Sabes cuál es el trato: no te metas con ninguna mujer a la que tengas que ver seguido. ¿Tienes idea de lo humillante que es eso? —balbucea más cosas, pero no le presto atención.
—No se repetirá. ¿Contenta? —corto su parloteo.
—Tener un bebé me haría feliz.
—Sabes que no puedes quedar embarazada —no intento ser cruel, solo le digo la verdad.
Tuvo problemas hormonales cuando era joven, lo que dio como resultado una histerectomía. Hace un año decidió que quería tener hijos, pero le parece humillante adoptar. Aunque sabe que es su única opción, sigue siendo terca y espera una solución mágica.
—Eres un insensible —se levanta de la silla y tira todos los papeles de mi escritorio.
—Inmadura —le digo a su espalda.
Los siguientes meses pasan como un borrón. Estoy hasta el cuello de trabajo, intentando cerrar un trato importante para la compañía. Apenas tengo tiempo para respirar.
—Joelle, ¿has visto mi celular? —pregunto mientras sigo buscando entre el desorden que solo yo entiendo.
—No, señor.
—Pídeme uno nuevo. Lo necesito.
—En un momento.
Tan pronto como Joelle sale, Adelheid entra por la puerta. Ruedo los ojos, no tengo tiempo para sus berrinches.
—Organizaré una celebración este sábado. Acabas de cerrar un trato importante, y la gente debe saberlo.
—Todavía no hemos firmado.
—Eso es lo de menos, firmarán. Solo te aviso, porque serás la estrella de la noche —muestra una sonrisa maliciosa, pero no me molesto en analizarla.
—Está bien.
Mi afirmación es suficiente para calmarla. La escucho hablando con Joelle antes de marcharse. Vuelvo a concentrarme en mi trabajo y, para el final del día, el trato ya ha sido firmado y avalado.
El sábado llega rápido, y al entrar en el salón, noto que mi esposa no escatimó en gastos; todo destila lujo y sofisticación. Uno de los nuevos socios me hace señas para que me acerque. Nos alejamos de la multitud para hablar sobre lo que sigue para ambas compañías.