Capítulo 2
El despertador empezó a sonar desde la mesita, con mis ojos cerrados pongo un brazo sobre mi cara, negándome a despertar; el futón era tan cómodo que no tenía ganas de levantarme. Hago un esfuerzo por mirar hacía la ventana y empiezo a recordar la tarde en la que llegamos a la casa, mi hermana y Henry la recorrían de arriba abajo como si fuera una casita de muñecas. Como yo seguía en la minivan, fue mi hermana quien me animó a entrar y conocer el interior de la vivienda.
El señor Ohno nos hizo un pequeño recorrido por el interior, empezando por la cocina que era un poco pequeña: tenía una estufa de cuatro puestos con horno, una mesa para electrodomésticos y un televisor pequeño en las estanterías de madera junto a la pared que daban a una puerta corrediza de cristal:
—está hermoso, me gusta que el jardín sea interior —comentó mi hermana.
—qué bueno que sea de su agrado señora.
—y ¿la nevera? —pregunta Henry.
—permítanme hacer una llamada —el señor Ohno salió de la cocina.
—bueno —Henry nos puso las manos en la espalda —y que tal si seguimos mirando la casa.
—claro que sí, vamos.
Recorrimos la casa, que en apariencia se veía pequeña, pero es increíblemente espaciosa, tenía cinco habitaciones, la principal con su baño privado y las otras cuatro son de ocio y por supuesto la mía. Las habitaciones están repartidas: tres en la segunda planta y dos en la primera, junto con el cuarto de lavado y el baño. Yo opté por la habitación que daba hacia la calle, es un cuarto bastante especioso, el armario y la ventana son de deslizar y el piso parecía acolchonado.
Me senté en el suelo y recosté mi cabeza contra la pared, estaba tibia, es como si la casa me diera un abrazo. Los encargados de la mudanza nos trajeron futones, mesas y un mercado ligero, el señor Ohno se quedó hablando con Henry mientras mi hermana y yo preparábamos algo para comer y sin que nos diéramos cuenta, había llegado la noche. Para el momento en que me acosté en el futón, me dormí casi de inmediato.
Tres golpecitos a mi puerta me sacan de mi letargo mañanero, Jane asoma su cabeza y me da los buenos días, en su mano trae dos pocillos humeantes de un delicioso té negro que tanto me gusta:
—¿Cómo amaneces dormilón? —canturrea Jane mientras se arrodilla con cuidado.
—hecho polvo, quisiera no levantarme.
—es normal, apenas han pasado tres días muy frenéticos desde que llegamos.
—lo sé.
—bueno mi pequeño saltamontes, han llegado los cuestionarios que debes resolver, están sobre la mesa de la cocina, cuando te laves la cara, bajas porque hay que enviarlos pronto.
—ok
—tomate esto y baja, te preparé el desayuno.
—¿Henry ya fue?
—sí, paso el señor Ohno por él hace unos momentos —Jane ya estaba saliendo de mi cuarto.
Mientras me tomaba el té, me quedé mirando por la ventana unos momentos, es increíble que las mañanas sean tan parecidas entre sí, aunque sean dos países diferentes.
Después del desayuno y empezar con los cuestionarios, Jane y yo nos dedicamos a desempacar las cajas que nos habían enviado del trabajo de Henry, sus jefes habían encargado un montón de electrodomésticos y uno que otro mobiliario de oficina, sillas, mesas y estanterías para libros; lo más importante fueron los televisores, eran pantallas enormes con mucha resolución. De hecho, hacer todo esto con Jane me agrada, a pesar de que ella pierde la paciencia por no entender los instructivos de los muebles.
***** *****
Días después ya teníamos servicio de internet y televisión, Henry y mi hermana parecían ya haberse acostumbrado al cambio, yo por otro lado, no me siento muy bien, el idioma me ha costado un montón, por esa razón, pasaba los ratos libres leyendo o dando paseos por el barrio. Además, practicaba el idioma con lecciones de audio, ya que en pocos días iba a ingresar al instituto y por más que este fuese bilingüe no todos mis compañeros me hablarían en inglés.
Es de tarde y estoy escuchando en mi celular uno de los cursos de pronunciación, mientras me comía una paleta de agua para sobrellevar el calor del verano; me senté en uno de los bancos libres del pequeño parque, veía a los niños que jugaban en la parte de los columpios y el tobogán. El sol ya iba bajando cuando me levanté de la banca dirigirme a mi casa.
Mientras doblaba la esquina, del parque al otro lado de la calle, vi un grupo de chicos con uniforme escolar, uno de ellos se quedó mirándome, era el chico más alto del grupo, de cabello negro y un piercing en la ceja, nuestras miradas se cruzaron por unos segundos, el calor se me agolpó en las orejas y bajé la mirada primero. Caminé lo más rápido que pude hasta la calle de mi casa, cuando de repente alguien me detuvo. Al verlo se me hizo un hueco en el estómago, era el chico del piercing:
—disculpe —dije en japones, pero no se movió —mm ¿me daría permiso por favor?
—jum —resoplo desconcertado.
—¿me daría permiso por favor? —lo miro de frente y aunque soy alto, él me lleva una cabeza de alto.